Seguimos pensando los cambios políticos actuales, los de nuestro país pero también los de todo el resto del mundo, según lógicas antiguas. Sostengo, pues, que es imposible analizar los cambios que ahora vemos como habíamos aprendido a hacerlo, y que estos cambios no señalan de ninguna manera los futuros equilibrios, sino las tensiones propias del momento de convulsión que estamos viviendo. Pero no sabemos a qué nuevos escenarios darán lugar. Con reglas y culturas políticas antiguas, los partidos y las instituciones democráticas tienen que hacer frente a unos nuevos desafíos para los que no están preparados. Y los que nos dedicamos a analizarlos a menudo nos vemos obligados a recurrir a complejas teorías conspirativas para dar sentido a lo que no pasan de ser gestos en una niebla de confusión general.
En la realidad más próxima tenemos el caso de este PSC absolutamente desorientado, que ha de fiar todo su futuro al fracaso total de las aspiraciones soberanistas mayoritarias -en las encuestas y el Parlamento- de los catalanes. ¡Triste horizonte! Su tradicional capacidad de acomodación a una sociedad compleja y nacionalmente sometida como la catalana se sostenía gracias a una ambigüedad fundacional en relación al carácter nacional del país. Era lo que se expresaba metafóricamente como “el partido de las dos almas”. Pero, como decía estos días un irónico tuit en la red, el PSC parece que efectivamente acabará siendo un partido donde sólo quedarán dos almas. Y en pena.
Asimismo, el carácter verdaderamente dramático de la crisis de los socialistas radica en el hecho de que sus actuales dirigentes se aferran a un modelo de partido incompatible con la nueva dinámica social que está guiando el futuro del país. Tiene un punto de crueldad que un partido que concentraba tanta inteligencia política a la hora de estudiar la desafección, en estos momentos de hiperpolitización no sea capaz de comprender su significado profundo. Quiero decir que la cuestión excede con mucho el debate independentista, y apunta a la decadencia de una estructura incapaz de leer lo que pasa en su entorno. La entrevista que el domingo hacía Antoni Bassas a Antonio Balmón es la expresión diáfana de lo que estoy diciendo. El uno preguntaba por el futuro, y el otro respondía desde el pasado.
Ya sé que el debate independentista ahoga todo lo demás. Pero “todo lo demás” no es sólo ni principalmente la cuestión social, sino la democrática. Lo más interesante de lo que vivimos en Cataluña, pero también de lo que vive el mundo entero, es que la política se ha escapado de las instituciones que la tenían secuestrada. Un tuit de 140 caracteres puede llevar a un miembro de la ejecutiva de un partido a una comisión de disciplina. Un vídeo furtivo de un particular puede hacer entrar en crisis un modelo policial. Un soldadito del ejército más poderoso puede filtrar los secretos mejor guardados. La foto de un radar por exceso de velocidad puede hacer caer un ministro. Los mails de un ordenador pueden desenmascarar todo un sistema de relaciones entre las élites del poder basadas en la prevaricación y los favores económicos.
Que alguien añore los viejos aparatos de partido donde quien se movía no salía en la foto, o que haya algún gobernante que todavía crea que se puede escapar del escrutinio de una opinión pública que ya no necesita las preguntas de un cuestionario para expresarse, es que no se ha dado cuenta de que vive atrapado en un mundo que está a punto de acabarse. Las grietas de los servicios de espionaje son poca cosa en una sociedad que se ha descarado y que pone enormes dificultades a los que conservaban el poder gracias al secreto. La amenaza de un “es imposible” da menos miedo que el hombre del saco. Ahora ya todas las fotos salen movidas y, un poco borrosas, ya sale todo el mundo.
ARA