Tot s’ha perdut’ (Todo se ha perdido), publicado por RBA / La Magrana dentro de su Biblioteca del Catalanismo, reúne cuarenta y siete artículos periodísticos publicados entre 1922 y 1934 por Gaziel, director de La Vanguardia hasta la Guerra Civil, seleccionados por el mismo Gaziel en el año 1951. El libro, que gira alrededor del encaje de Cataluña en España, es bastante desigual y ligeramente repetitivo, algo no muy sorprendente porque, en general, los artículos de periódico, escritos para ser consumidos de un día para otro, pertenecen a un género completamente diferente del ensayo. En todo caso, Todo se ha perdido tiene un interés indiscutible: nos obliga a determinar si las lecciones de Gaziel sobre los límites del catalanismo (soberanista) pueden aplicarse al momento actual y a discutir si el 2014 nos llevará nuevamente al callejón sin salida de 1934 o no.
Utilizando un punto de exageración sólo posible viniendo de un catalán, la pugna entre Castilla y Cataluña es, según Gaziel, la causa última “de la profunda crisis que atraviesa España, no de ahora, sino desde hace siglos“. La solución separatista es, sin embargo, una proposición absurda. Cataluña puede hacer caer regímenes (empezando por el de Isabel II, objeto de un artículo muy entretenido publicado en 1926 y premonitorio de la caída de Alfonso XIII). Sin embargo, por población y nervio interior, Cataluña no ha podido ni podrá resistir nunca el choque frontal con España, que siempre recupera fuerzas y una unidad previamente ausente para someter ese “enemigo interior”. El catalán, que no puede prever esta capacidad de reacción, pasa de vez en cuando por momentos de gran efusión sentimental, de una gran tensión psíquica, de una gran densidad, sobre todo cuando España sufre (de hecho muy a menudo) crisis políticas y económicas dramáticas. Aquellas llamaradas, se apagan rápidamente sin embargo, y el país, materialista, individualista y menestral, vuelve ineluctablemente a la cordura y al regateo más antiheroico, propio del individuo que no tiene reparo en decir aquello del “dame pan y dime tonto”.
El separatismo más puro y más ridículo es el de la intelligentsia catalana -en aquella época, reunida en el partido de Acción Catalana-. Sus miembros, compañeros de estudios universitarios de Gaziel, no le perdonaron nunca la decisión de escribir en castellano en La Vanguardia .Gaziel les pagaría con la misma moneda. La francofilia exagerada de aquellos intelectuales catalanes demostraba una falta de realismo político tragicómica: si hay un país en Europa que ha hecho todo lo posible para destruir las culturas periféricas ha sido la República Francesa. Sólo un soñador podía imaginar que París, preocupada por la presión de Alemania, habría podido apoyar una Cataluña independiente en el período de entreguerras.
En ese marco peninsular e internacional, Cataluña sólo podía apostar por el intervencionismo y por crear “como otros tantos bastiones inexpugnables, los necesarios regímenes autonómicos” en España para hacer de contrapesos de Castilla. Esto exigía paciencia, unidad y liderazgo, quizá de la mano de un Cambó incondicionalmente fiel a la República al frente de un partido moderado, votado por las clases lectoras de La Vanguardia en Cataluña y, con un poco de suerte, por electores similares en España. Por el contrario, aquel Gaziel (en realidad tan soñador como los intelectuales de Acción Catalana) se encontró, y ahora utilizo las palabras de Enric Juliana, que prologa el libro, con “un pueblo que ondea la senyera y, anegado por el sentimiento y por la densa competición interna de una sociedad básicamente menestral y pequeñoburguesa, no consigue la frialdad necesaria para la política de Estado”.
¿Podemos aplicar Gaziel al año 2014? Enric Juliana cree que los paralelismos entre los dos momentos son fortísimos: “Parece escrito ayer”, “Este es uno de los nudos de la actual situación catalana. No es un nudo nuevo. Gaziel ya lo tuvo entre las manos”. Etcétera. Y quizás sí. Quizás Juliana y La Vanguardia (“el indiscutible diario-espejo de la sociedad catalana”, según leo en el prólogo) tienen razón.
Yo, sin embargo, creo que no. Los fenómenos históricos (en este caso, el choque de voluntades entre España y Cataluña) no se pueden leer ni transponer al presente de una manera literal. Para interpretarlos apropiadamente se deben considerar el contexto y las circunstancias (por ejemplo, la estructura social española o la política europea). En este sentido, hay al menos tres diferencias entre las dos épocas. Primera, de estructura interna: la llamarada del 34 fue obra de personalidades políticas aisladas, el soberanismo actual se apoya en una base social transversal y de una paciencia pacífica ejemplar. Segunda, de situación peninsular: la España actual aún vive atrapada en un “bucle sentimental” peligroso, pero su capacidad de represión es menor. Y, tercera, de contexto internacional: haciendo realidad El desconhort (El desconsuelo), un ensayo precisamente escrito por el mismo Gaziel en la posguerra, hay una Europa unificada que puede neutralizar la Castilla de siempre. Esto quiere decir que, aunque en 2014 será difícil, el éxito ahora sí es posible.
ARA
Carles Boix