Tiempo de guerra (I)

Mikel Sorauren

Durante el periodo de la Guerra Fría los conflictos bélicos eran administrados en última instancia por las dos potencias dirigentes de los bloques oriental y occidental, que se servían de aquellas denominadas guerras de baja intensidad, buscando avances tácticos sobre el adversario. En definitiva, la guerra era considerada como una parte del enfrentamiento entre dos sistemas socio-políticos, de los que el vencedor acabaría imponiendo el suyo finalmente. De hecho, la caída del muro berlinés y posterior disolución de la URSS (1989-91) fue acogido como el triunfo del modelo capitalista y democracia a la occidental. Punto de vista que expresó F. Fukuyama en su adagio… El fin de la Historia. Se pretendía la dominación incontestable del sistema capitalista en lo social y económico, acompañado en lo político por la forma democrática dominante en las sociedades avanzadas de Europa occidental y de Estados Unidos como única posibilidad de existencia pacífica y de desarrollo.

La hegemonía del bloque americano y europeo no tuvo lugar en ningún caso y estos supuestos vencedores tomaron la iniciativa de las agresiones contra diversos estados, agrupados en lo que el presidente americano Bush denominó “el Imperio del mal”. Las agresiones respondían mejor a intereses estratégicos, como fueron las guerras de Irak y Afganistán, en las que el control del petróleo asiático constituyó el factor decisivo de la estrategia Estados Unidos. El hecho de mayor gravedad derivado de la disolución del Imperio soviético se encontraba representado en el despertar de antiguas tensiones nacionales al desaparecer la URSS que el poder soviético había conseguido contener. Este factor se tradujo en la eclosión de tantos conflictos abiertos, ante la carencia de un poder hegemónico virtual en la que había sido área del predominio soviético.

La desaparición de la URSS no significó únicamente el fin del modelo socialista de mayor propagación por el conjunto de la Tierra, sino la vuelta a una situación geopolítica que, en alguna medida, retrotraía a Europa oriental a los tiempos de los zares Pedro y Catalina la grande; cuando a lo largo del siglo XVIII consiguieron ambos convertir a Rusia en la potencia regional dominante del oriente europeo. Todo ello previo a la consecución del estatus de potencia mundial, mantenido hasta finales del siglo XX. Los occidentales sorprendieron, tal vez, a un Yeltsin obligado a condescender ante la ayuda prestada a su causa por Occidente. Los occidentales igualmente utilizaron su triunfo para imponer el control político a gran parte de los territorios soviéticos; desde luego a los orientales dominados por Stalin a raíz de la 2ª Guerra Mundial, pero también a la mayoría de los que venían conformando el Imperio ruso en Europa desde finales del siglo XVIII. La nueva Rusia de 1991 quedaba reducida de esta manera a una potencia secundaria, en principio con pocas posibilidades de intervención en el área europea más cercana al centro del poder moscovita. La victoria estratégica occidental anulaba la posibilidad de un rival en este espacio vital para Rusia, incluso en los territorios asiáticos que venía considerando propios; mermando en todo caso la capacidad de los recursos naturales rusos a la hora de reconstituir su papel como potencia.

La conservación de la OTAN como instrumento de la acción militar por parte de Occidente revelaba sin disfraces el carácter ofensivo de esta alianza, creada en otro tiempo como defensiva frente al comunismo. Constituye un hecho puesto de relieve particularmente en las actuaciones llevadas adelante en el área del Oriente Medio y aledañas. En el caso de los territorios del viejo Imperio ruso, la implantación de la OTAN expresa meridianamente la voluntad de imposición de parte de Occidente a medio plazo en el conjunto del área; se explica el envite de Putin en su ataque a Ucrania, al entender que la alianza occidental persigue también el control de la misma Rusia. Por lo demás, nos encontramos igualmente ante otro conflicto tradicional que ha convulsionado históricamente a estas dos naciones eslavo-orientales. Ucrania únicamente aceptó la hegemonía rusa por la fuerza de los hechos. En los momentos de crisis del Imperio ruso han surgido en la nación eslava sureña movimientos muy fuertes de rechazo al poder ruso; particularmente en los inicios de la Revolución bolchevique y a raíz de la ocupación alemana en 1941. A decir verdad, el recelo ucraniano frente a Rusia es realidad permanente, únicamente acallado por la represión, como sucedió con Stalin en la época de la colectivización de 1930, momento en que el georgiano impuso intencionadamente, al parecer, el desabastecimiento del grano que provocó hambruna generalizada y millones de muertos entre la población ucraniana.

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