Supongo que algún día se descifrarán y podrán alterarse las conexiones eléctricas que dirigen nuestro cerebro y que marcan las pautas para sugerir, elegir y decidir. Mientras tanto, esas mismas conexiones se me antojan incomprensibles, y me niego a aceptar que sean únicamente nerviosas. La ciencia descifrará los secretos neurológicos y, aún así, seguiré pensando, contra la tendencia, que la mayoría de nuestras decisiones no tienen que ver con la biología. Cada día tropiezo con frases y hechos que refuerzan mi juicio. Y si echo una ojeada al pasado, más de lo mismo.
Entre las inexplicables decisiones que se escapan al raciocinio me permito elegir la de los revolucionarios franceses de 1789 que cambiaron el nombre a muchas de las poblaciones vascas por el hecho de no haber seguido sus pautas levantiscas. Bertrand Barère de Vieuzac, abogado de Tarbes, puso el grito en el cielo: “La superstición habla bretón, el fanatismo habla vasco. No podemos ni debemos mantener estas jergas bárbaras y estos idiomas groseros”. Los revolucionarios se apresuraron a complacerle y, entre otras medidas, arrojaron a la papelera el milenario nombre de Baigorri, cuna de euskaldunes, y lo transformaron en el de Thermopyles (Termópilas).
¿Qué intrincada imagen pasó por la mente del juez para relacionar Termópilas con Baigorri? ¿Quizás lo abrupto del terreno? ¿Quizás confundió la batalla de los vascones contra los francos en Orreaga con la de los espartanos contra los persas en el valle de Termópilas? ¿Quizás asoció el euskara con el griego clásico, lengua muerta? Lo desconozco y sólo puedo referirme a juegos dialécticos, hipótesis peregrinas o conjeturas sin base científica. La razón de los jueces revolucionarios se fue con ellos a la tumba.
Llevo tiempo con mi curiosidad prendida de manera extraordinaria con las excavaciones de Veleia (Iruña de Oca), y las conclusiones que parecen extraerse de las mismas: jeroglíficos egipcios, símbolos cristianos más antiguos que los de Roma, primeras palabras escritas en euskara… en fin, un cúmulo de cuestiones abiertas y sugerentes. Como es habitual en los casos en los que las teorías de siglos se ponen en entredicho, la polémica sobre los hallazgos ha surgido desde algún foro académico y, sobre todo, ¿cómo lo diría para que se me entienda?… desde posiciones que políticamente estarían cercanas a otro foro… como el de Ermua.
Para estos no ya escépticos sino categóricamente contrarios a las interpretaciones del equipo multidisciplinar que dirige las excavaciones de Veleia, ese escenario sólo sería válido si entre sus restos hubieran aparecido tricornios, escapularios de la Virgen del Pilar y cuero de las sandalias de Viriato. Desconozco las resoluciones definitivas sobre los hallazgos, que supongo tardarán años en redondearse, pero sí sé que las mismas no pueden ser abordadas como si fuéramos aficionados al fútbol. Nos merecemos un poco de seriedad, tan rodeados de energúmenos como estamos.
El Gobierno navarro posibilitó que los restos arqueológicos descubiertos bajo la Plaza del Castillo de Iruñea, concluyeran en el vertedero de Beriáin. Los revolucionarios franceses borraron del mapa a Baigorri, porque sus vecinos hablaban una “jerga fanática”. Los detractores foristas de Veleia nos anuncian que España ya estaba en proyecto en el siglo III de nuestra era. La demencia a nuestro alrededor es escandalosa. Todavía no llego a imaginar que estemos capacitados para leer el genoma humano, poner satélites en órbita, y ser capaces de crear inteligencia artificial y, sin embargo, nuestra visión del entorno esté tan condicionada a cuestiones tan viscerales y similares a las de los reyezuelos medievales. La sociedad está enferma y no me cabe la menor duda de que, a las primera de cambio, alguna lumbrera volverá a sugerir el nombre de Termópilas para Baigorri o quizás, el de Triana para Bilbao. La elucubración no es descabellada. Cuando Franco ganó su guerra, paseó a la Virgen de Begoña, ataviada a la manera andaluza, en la carroza de la del Rocío, expresamente traída desde Sevilla. ¡Lo que no verán nuestros hijos que no hayan visto nuestros abuelos!