Tener los pies en el suelo

Unas elecciones españolas hay que analizarlas, principalmente, en clave española. Son para saber quién debe gobernar España. Y el ciudadano, muy razonablemente, responde a lo que se le pregunta y no es adecuado forzar la interpretación de qué ha querido decir en función de la pregunta que al soberanismo le gustaría que hubiera respondido. Pero la excepcionalidad de la situación política catalana obliga a hacer una lectura de los resultados en este segundo plano, sobre todo porque, al margen de si es poco o muy legítimo, sí formará parte de un relato que influirá aquí y en España. Y, desde este punto de vista, ¿qué se puede decir sin violentar la voluntad del elector?

En primer lugar, desde una perspectiva soberanista, hay que decir que no hay nada como tener unas expectativas bajas para que una derrota no haga daño. Para el soberanismo, podría haber ido peor. De hecho, se temían resultados peores. Y, en la suma del total de diputados y de votos, gracias al progreso de ERC y junto con Democracia y Libertad -descontando la pérdida de votos por no mantener la alianza entre ellos-, se han salvado los muebles pasando de 19 a 17 diputados.

En segundo lugar, también desde la perspectiva del proceso independentista, el alivio pasa, muy especialmente, por haberse alejado la pronosticada y temida victoria de unos C’s que ellos mismos habían ligado a la muerte del soberanismo. La posibilidad de que quedara en primer lugar, como señalaban algunas encuestas, se ha fundido. Además, el unionismo de 2011 retrocede respecto del actual bloque contrario al derecho a decidir, pasando de los 25 diputados de PP y PSOE hace cuatro años a los 18 de la suma de PP, PSOE y C’s. Y, además, los partidos por el derecho a decidir se llevan 29 de los 47 diputados.

En tercer lugar, sigue siendo cierto que Cataluña vota de manera radicalmente diferente del resto del Estado. El orden en que se vota en Cataluña, en cuanto a los partidos estatales, es casi el inverso. Imposible negar el impacto de la lógica española en los resultados. Pero aquí se lee la realidad española al revés de allí.

Visto todo esto, queda claro que el soberanismo se había emborrachado con las movilizaciones y que, mentalmente, había hecho Pascua antes de Ramos. Con más calma, analizaremos las consecuencias de los resultados, que, si bien no me atrevo a decir que hayan sido un jarro de agua fría, sí obligarán a tener los pies en el suelo. Y eso, para un catalán, siempre es bueno.

 

 

Golpe de timón en el independentismo

A menudo he sostenido que este país ha avanzado siguiendo la teoría del ‘como si’. Es decir, la prosperidad se la debemos al hecho de saber tomar decisiones -sociales, culturales, educativas, científicas y económicas- en ‘como si’ ya estuviéramos en un estadio posterior al que vivimos. La clave es precipitar un cambio de mentalidad en función de lo que se quiere conseguir, emancipándola de los lazos presentes, sin tener que esperar a que sea conformada por un futuro en el que no se haya participado activamente. Eso sí: la práctica del ‘como si’ -con liderazgos más valientes y tenaces que iluminados- sólo es efectiva si no pierde de vista cuál es la realidad que quiere combatir y cuál es el riesgo que tiene que asumir. Pues bien: el proceso soberanista que en los últimos años ha sido conformando una voluntad favorable a la independencia también ha seguido este principio.

Sin embargo, los resultados del 20-D me confirman en la sospecha que ya se derivaba de los del 27-S. Se ha seguido la teoría del ‘como si’, pero cometiendo un error fatal: que es olvidar que su éxito está condicionado a no dejar nunca de tocar con los pies en el tierra. Es decir, en recordar que las condiciones de partida persisten. Dicho lisa y llanamente: el entusiasmo popular -y una cierta arrogancia política- nos ha hecho creer que el país ya había “desconectado” de España. Y eso, desde mi punto de vista, ha llevado a sobredimensionar la fuerza real del soberanismo y a definir estrategias erróneas condicionadas por una estructura de partidos y una lógica de confrontación que, si bien apuntaban a la independencia, se han seguido moviendo en clave autonómica. Unos errores que tanto ha cometido Convergencia como ERC. Y, por supuesto, una CUP que después de flirtear con el voto a una fuerza de la que, como mucho, se puede llamar ‘autonomismo’ avanzado, aunque el domingo por la noche se descolgaba con un comunicado condicionando la conformación de gobierno en Cataluña a los resultados del 20-D: pura lógica autonómica.

Es cierto que se pueden hacer los números de muchas maneras. Pero respecto del pasado septiembre, en tres meses, el independentismo ha perdido 464.000 votos, es decir, un 28,5 por ciento. Y la gran victoria que ERC tenía que conseguir no repitiendo coalición con CDC, ha acabado siendo un exiguo 0,9 por ciento más de votos que los obtenidos por Democracia y Libertad, y todo un 0,28 por ciento más de votos que el PSC. Aún más: si es cierto que el derecho a decidir sigue siendo mayoritario, hay que advertir de dos hechos objetivos: uno, que respecto del 27-S aún pierden más de 240.000 votos; y dos, que buena parte del derecho a decidir es para decir ‘no’ a la independencia.

Quien tiene hambre sueña pan. Pero en política dejarse obsesionar por el hambre lleva al desastre. Y pensar que, en el combate por la independencia, España quedará debilitada por la fragmentación del voto, es de ilusos hambrientos. Al contrario: este será el gran pretexto para rehacer, como sea, la mayoría que necesitan. Los pactos que necesitan para hacer gobierno se pueden concretar incluso antes de que lo que ya hace tres meses que deberíamos haber conseguido para tener el nuestro. España sigue actuando como un Estado, y nosotros como una ONG.

La práctica del ‘como si’ pide transmitir una gran convicción de éxito ante una apuesta llena de riesgos. Hasta el 9-N, la convicción existió. Llegamos justitos al 27-S. Pero el 20-D nos ha caído encima con más resignación que convicción. La sociedad civil independentista organizada, la de ‘Ara es l’hora’ (Ahora es el momento), ha estado significativamente ausente de esta campaña. Y no: no aceptaré que se me trate de pesimista. Lo que exijo es una reacción radical, un golpe de timón, que no vuelva a olvidar dónde estamos para poder reanudar el ‘como si’ a favor de la emancipación nacional, y conseguirla.

ARA