Fin de semana electoral. ¡Que nadie vuelva a quejarse de que sólo se vota una vez cada cuatro años! La paradoja, sin embargo, es que cuanto más votemos, más volátil es la adhesión a una opción determinada y, por tanto, menos predecibles somos. El exceso de elecciones favorece la infidelidad y la promiscuidad. ¿Cómo se levantará la España parlamentaria el lunes por la mañana? Y, por lo que nos interesa aquí, ¿cómo se habrá expresado el independentismo catalán cuando la pregunta que nos hacen no es sobre la independencia, sino sobre qué mapa político queremos contribuir a dibujar en un futuro Congreso y Senado españoles?
Antes de seguir, quiero recordar una cuestión fundamental: votar no es opinar, es hacer. La opinión no necesita medir las consecuencias, porque no tiene ninguna. Pero votar sí produce efectos reales. Y por lo tanto, suele ser una acción cargada de cálculo sobre sus consecuencias. Es cierto que se puede votar por una adhesión fuerte a un partido o a un líder, pase lo que pase. Pero también se puede votar para castigar una mala gestión de la representación política, o por la utilidad en orden a facilitar la estabilidad del gobierno, o para provocar su inestabilidad… Como he dicho antes, un voto más maduro es también un voto más voluble.
Es por todo ello que hacer predicciones hoy es tan absurdo como querer adivinar el número del Gordo de Navidad, y más cuando ya no se pueden comprar números. Podríamos especular sobre qué pasaría si se aplicaran mecánicamente los resultados del último Sondeo 2019 del Instituto de Ciencias Políticas y Sociología sobre qué votarían los catalanes de nacionalidad española en un referéndum sobre la independencia y que traducido en votos útiles, supondrían un 58% de independentistas. ¿Estarán?
Ahora bien, lo que nos descubre el Sondeo 2.019 del ICPS son algunos datos francamente contradictorias en relación con la opinión política de los catalanes. Y más que buscar consuelo en las respuestas que más nos gustan, como se suele hacer, es precisamente la contradicción lo que necesita reflexión. Lo digo porque no es fácil explicar las diferentes respuestas a preguntas similares. Mientras que si se pregunta qué debería ser Cataluña en relación con España entre varios modelos, sólo un 37% dice que un Estado independiente, si la pregunta es dicotómica, entre si se quiere un Estado independiente o si se quiere seguir siendo parte de España, la respuesta es del 40% y el 52%, respectivamente. Pero si se pregunta por la respuesta a un referéndum, entonces el voto favorable a la independencia es del 43%, y el 32% en contra. Si lo que se pregunta es cómo quisiera que terminara el proceso, el 31% dice que con la independencia y el 47%, siguiendo en España. Y si se pregunta como acabará, sólo un 11% cree que con la independencia; un 42%, con un acuerdo con España, y un 26%, simplemente cree que se abandonará el proceso.
Desde aquella famosa escena del ‘Sí, ministro’, sabemos que según cómo se hagan las preguntas de una encuesta se condicionan las respuestas. En este caso, sin embargo, muy honestamente, la encuesta pregunta lo mismo de diversas maneras. Y si algo queda claro, es que muchos catalanes arrastramos una notable maraña de razones y sentimientos políticos. Una mezcla de ideas que tiene su lado positivo: en contra de los que hablan de una Cataluña dividida en dos, en realidad son nuestras propias conciencias, en el aspecto individual, las que a menudo se muestran divididas, y esto diluye las hipotéticas confrontaciones. Y al mismo tiempo, está claro que el revoltijo de ideas -razones y sentimientos- también explica la volatilidad del voto. Sea como sea, el llamado proceso es mucho más complejo de cómo el combate político necesita representarlo. Y, por tanto, quedan muchas cosas por explicar, como por qué la aspiración a la independencia se mantiene tan sólida y constante si sólo un 11% de los catalanes la consideran ganadora. Además de ser un misterio, creo que también señala el principal problema que tiene el independentismo: la poca confianza en sí mismo.
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