También Fouché lo negaría

Es conocido el prodigioso itinerario político de Fouché. Sale del seminario para abrazar la revolución. Comienza con los moderados, pero enseguida se hace jacobino. Enviado a Lyon para implantar el Terror, no le basta con la guillotina: bombardea a los presos para eliminarlos más rápidamente. Captando que el radicalismo declina, se modera. Sobrevive a Robespierre. Defiende y traiciona a Napoleón. Termina entregando el Estado a Luis XVIII. Muchos sospechábamos (y así lo escribí en esta misma sección el pasado día 10) que el secreto de la longevidad política de Jorge Fernández Díaz era exactamente el mismo que, según Stefan Zweig, explica la longevidad de Joseph Fouché: el poder que la información policial da sobre la vida de los demás. Sean compañeros, rivales o enemigos. Fouché fue el creador de la policía moderna. El Romanticismo, que idolatra a los héroes, narró la vida de Fouché con desprecio moralista. Fue Balzac, en Une ténébreuse affaire, quien destacó el valor literario de un carácter frío, calculador, amoral, sin escrúpulos. Según Balzac, este hombre gris, borroso y despreciable tuvo más poder que Napoleón.

No hizo mala carrera personal: habiendo nacido pobre y católico, fue comunista y exterminador, se hizo millonario, Napoleón le concedió un ducado y Luis XVIII una embajada. Pero no es por su carrera personal que ha pasado a la historia, sino porque, con su habilísimo uso de la información policial, se nos revela como el fundador descarnado de la política moderna: el poder contemporáneo se funda en las alcantarillas. Es evidente que Fernández Díaz no lo ha sabido imitar. Las cámaras y los micrófonos le han gustado demasiado; y ha caído en una trampa que Fouché consideraría imperdonable: siendo el jefe de los espías, ha sido obscenamente espiado.

LA VANGUARDIA