Spectacula Lucretiana

Entre el 26 de diciembre de 1501 y el 3 de enero de 1502, el papa Alejandro VI tuvo una idea muy peculiar para celebrar la boda de la hija Lucrecia con el heredero del ducado de Ferrara: declarar una semana de fiestas carnavalescas en Roma. Con pensamientos que yo le atribuía en “Borja papa”, el pontífice recordaba: “Estaba triste y por eso quería que no cesaran las recepciones cada noche, comedias, cenas, carreras de caballos y juegos de toros en la plaza de San Pedro, quería irme cada noche bien cansado a la cama y no pensar que en pocos días tenía que quedarme sin Lucrecia para siempre, dispuse que en Roma se celebrará una semana de Carnaval anticipado, un Carnaval para fin de año con desfiles, máscaras y pantomimas, por qué no si de la misma manera que me ha sido concedido poder sobre las indulgencias y las almas también he recibido autoridad sobre las festividades del calendario … ” Esto debió pensar, y así se hizo. Visto desde ahora, un disparate impresionante, un capricho sin juicio, y una exhibición de las mejores y las peores formas y caras de la cultura del Renacimiento. Yo tenía información bastante detallada de aquellas fiestas, con papeles varios de la época, pero acaba de aparecer, hace pocas semanas, un volumen muy bonito sobre el tema, editado por Tres y Quatre dentro de la Biblioteca Borja . El profesor Jordi Pérez Durá, especialista en literaturas neolatinas y uno de los responsables de la edición, ha tenido la gentileza de enviarme un ejemplar, y a fe que el placer que me ha producido ha sido enorme. El hecho es que uno de tantos humanistas que corrían por las cortes italianas, Giambattista Valentino Cantalicio, adulador interesado de los poderosos como tantos de sus colegas, tuvo la idea de componer un libro de versos latinos con el nombre de “Spectacula Lucretiana”, dedicado justamente a describir aquellas fiestas famosas. Lisonjas a la familia Este de Ferrara, y lisonjas más fantasiosas aún a la familia Borja, al papa Alejandro sobre todo, y más aún a César y a Lucrecia, quién sabe si esperando algún provecho o beneficio. Un ejemplar del manuscrito original, con letra y decoraciones bellísimas, fue adquirido por Nicolau Primitiu y así llegó a la Biblioteca Valenciana. Estudiado, comentado, reproducido y traducido, forma ahora el volumen de los “Spectacula”. Tales espectáculos en honor de Lucrecia fueron, ciertamente, dignos de los versos latinos que los describen. Son cuarenta y tres poemas, cuya parte central va dirigida a la descripción de las carreras y luchas, las carrozas alegóricas y las representaciones de comedias. Las carreras sobre todo, por el centro de Roma, son un catálogo de pequeños horrores de la cultura popular del tiempo, patrocinada desde el poder más alto, en este caso por el papa.

Estas carreras no eran ningún invento perverso de los Borja, eran habituales, formaban parte de las diversiones del buen pueblo. Hubo, pues, una carrera de niños, una de jóvenes, una de ancianos, una de meretrices y una de judíos. Y de caballos, de yeguas, de asnos y de búfalos. Un espectáculo edificante, todo ello, sobre todo cuando el público se reía a sus anchas contemplando a los pobres viejos andrajosos, vacilantes y temblorosos, que apenas se aguantaban sobre las piernas: “¡qué risas, qué silbidos, cuando los grasientos ruedan y se precipitan en el fango!” Y reían más aún mirando cómo las putas se alzaban las faldas (¡hasta mostrar las rodillas!) y “una terrible peste se extendió por todo el recinto”, procedente, no hay que decirlo, de la entrepierna de las desdichadas. Pero el plato fuerte (“para que tu felicidad, oh papa Alejandro Sexto, fuera completa”) era la carrera de judíos, todos ellos descendientes directos de los asesinos de Cristo, “batallón odioso a los dioses”. A trancas y barrancas, cayeron por tierra en medio del barro, corrieron como pudieron, mientras “ríe y se agita el graderío con un impresionante clamor”: ” Ridet te ingente quatitur clamore theatrum”. Y un delicado final de carrera: “Esta era la ocasión, Lucrecia, de convertir a Cristo todo el pueblo judío que hubo en Roma, ya que tu belleza admirable vence al poder de Medusa y cualquiera se convierte en piedra ante tu presencia. “Si la Medusa podía convertir en piedra a quien la miraba, Lucrecia bien podría convertir los judíos en cristianos. No debió funcionar el milagro, y los judíos han tenido que soportar cuatro o cinco siglos más algunos horrores de los buenos pueblos de Europa. Más aún que los viejos, y más que las prostitutas.

 

Publicado por El Temps-k argitaratua