Haber nacido en un pueblo de Enkarterri le debería dar a uno derecho perpetuo a quejarse, dado el proceso de desculturalización, desnacionalización y, en general, de marginación, que ha sufrido lo que hoy conocemos como Mendebaldea. Las tierras navarras al oeste del Ibaizabal, que se extienden hasta la muga con Cantabria y Burgos, fueron en su día un ente regional que compartía historia y modos de vida. El proceso de industrialización que afectó principalmente a Barakaldo y Sestao, junto a la explotación minera de los montes de Triano, rompieron esa unidad y crearon dos comarcas vecinas pero cada vez más desequilibradas: la Ezkerraldea industrial y la Enkarterri rural.
Los problemas de Ezkerraldea, aunque enormes, han sido difundidos con asiduidad por los medios de comunicación, debido a la importancia económica de la zona y a su notable volumen demográfico. Por desgracia, no ha ocurrido lo mismo con los problemas de Enkarterri, región poco poblada, desindustrializada y, demasiado a menudo, olvidada por casi todos, incluidos los propios encartados.
Tan sólo en contadas ocasiones aparece en periódicos, radios y televisiones. La mayoría de ellas por noticias negativas y, casi siempre, anecdóticas. Pero este sino también tiene sus excepciones, como ha sido recientemente el triunfo de la razón y el sentido común frente a un proyecto de parque eólico en Ordunte. La pelea inteligente de un puñado de activistas, secundada por un nutrido grupo de encartados, ha conseguido parar la lógica del beneficio capitalista, lo que no es muy habitual por estos pagos. Ahí mismo tenemos lo ocurrido con la planta energética de Zornotza.
Otras circunstancias bien diferentes concurren en torno a la crisis de la industria papelera del Kadagua, en el valle de Aranguren, entre Zalla y Gueñes. El peligro inminente de un proceso de desindustrialización está encendiendo los ánimos de muchos encartados y produciendo un nivel de movilizaciones nunca visto hasta ahora. Hay sobradas razones para que esto ocurra, porque de llevarse a cabo el cierre, más o menos por etapas, de las plantas papeleras de Pastguren y Virtisú, el drama humano y social con el que nos vamos a encontrar va a ser histórico. Nada menos que 600 puestos de trabajo están en estos momentos en el aire, y aunque nunca es conveniente ponerse en lo peor, al contribuir a extender el desánimo entre la población, lo cierto es que la lógica empresarial nos lleva a pensar en ese escenario desolador.
La tradición papelera de Aranguren se remonta a los años ochenta del siglo XIX, con la fundación de la Papelera del Kadagua, que posteriormente se integraría, con el comienzo del siglo XX, en el gran proyecto de Papelera Española, liderado por el Banco de Bilbao y en el que tomaron parte destacados empresarios como Enrique Aresti y Nicolás María Urgoiti, entre otros. Una tradición que ha supuesto una relación de amor/odio para las gentes encartadas, debido a que la implantación de esta industria supuso la multiplicación de los empleos pero a cambio de severas afecciones medioambientales. El monocultivo del pino en nuestros montes y la contaminación del principal recurso fluvial de la región fueron el pago a un desarrollo industrial que entró en crisis con la desaparición del grupo Papelera Española y la atomización de sus plantas. El “ingenio” de Aranguren ha pasado posteriormente por varias etapas empresariales que desembocan ahora en una posible deslocalización que, amén de eliminar 600 empleos, supondría la esquilmación de más de 16 millones de euros en subvenciones anteriormente otorgadas por las arcas públicas a los empresarios ahora dispuestos a cambiar de aires.
Transformado el hábitat natural del valle, nos encontramos ahora con la posibilidad de que los terrenos que han albergado durante más de un siglo las máquinas de papel sirvan para desarrollar importantes operaciones inmobiliarias que transformen Aranguren y su entorno. Casualidad de casualidades, la terminación en pocos años de la autovía del Kadagua unirá Bilbao con la zona en muy pocos minutos y el devastador “lobby vasco del hormigón” no puede dejar pasar de largo una ocasión de este calibre. No hace falta ser experto en negocios inmobiliarios para ver la oportunidad que se les presenta a los de siempre.
Ahora bien, sea el que fuere el futuro de las plantas papeleras de Aranguren, en el camino tiene que quedar, al menos, la constatación de que Enkarterri, como se ha demostrado en el caso del parque eólico, se está sacudiendo poco a poco ese fatalismo que le atenaza desde hace tanto tiempo. El clientelismo político y sindical que se ha venido dando en la comarca durante todos estos años de “democracia”, acompañado de un “dejar hacer” por parte de los ayuntamientos, debe dejar paso a iniciativas de base que vayan conformando un tejido social más activo. No será fácil, pero retos como el de la deslocalización de las papeleras pueden ser una ocasión propicia para intentarlo e incluso para darle la vuelta a la tendencia histórica de pesimismo y despoblación.
Conseguir, en definitiva, que Mendebaldea, el occidente del país, pueda engancharse al tren de la modernización, de la apertura a otras oportunidades vitales, pero respetando en lo posible su configuración, sus pueblos y aldeas. Mantener unos mínimos socioeconómicos a cambio de convertir el valle del Kadagua en una extensión-dormitorio de Bilbao sería el peor final imaginado para Enkarterri. En los propios encartados está el conseguir que no lo sea.