Las relaciones entre democracia y capitalismo son relaciones entre dos sistemas caracterizados por lógicas diversas. Sus valores y objetivos son distintos, y entran a menudo en conflicto. Pero la experiencia ha mostrado la compatibilidad práctica entre un tipo de democracia, la de raíz liberal, y un tipo de capitalismo, sobre todo el que combina el mercado con regulaciones públicas en materia económica y social.
A partir de la segunda posguerra se fueron consolidando los estados de bienestar europeos. Los resultados fueron positivos -mejora económica, derechos sociales, redistribución y disminución de las desigualdades, servicios de educación, sanidad, pensiones, etc. Hasta los años ochenta del siglo pasado parecía que el progreso económico y social sería continuo en términos de bienestar, a pesar de los altibajos de los ciclos económicos clásicos. Esta fue la edad de oro de la socialdemocracia.
Posteriormente se vio que las cosas no eran ni serían tan lineales ni sencillas. Nuevos temas fueron apareciendo en la agenda política (globalización económica y tecnológica, migraciones transnacionales, ineficiencias de gestión, degradación del medio ambiente), hasta llegar a la crisis del 2008, que ha cuestionado parte del modelo anterior. Se trata de una crisis ante la cual tanto el centroderecha como el centroizquierda han respondido con políticas similares (contención del déficit y del gasto público), sin incluir demasiadas consideraciones sobre el coste que eso representa para la mayoría de ciudadanos. Hoy, volver a la situación anterior al 2008 parece definitivamente imposible. La socialdemocracia ha quedado a la defensiva, desconcertada en el ámbito teórico y sumida a menudo en la inoperancia práctica y la falta de alternativas.
La crisis interna de la socialdemocracia no se arregla prometiendo una mejor gestión y unas dosis de ecologismo. Tampoco diciendo meramente que las políticas sociales y los estados de bienestar son conquistas a conservar y que la derecha lo hace mal. Se tienen que ofrecer alternativas concretas que sean fácticamente creíbles y viables. Fenómenos como Podemos, el 15-M, son un síntoma más que una alternativa. Un síntoma que muestra el envejecimiento de la socialdemocracia, a la que le conviene un proceso de puesta al día de sus valores y objetivos como mínimo en cuatro ámbitos: socioeconómico/ecológico, democrático, nacional-cultural e internacional. La socialdemocracia sigue pensando dentro de una onda mental estatalista poco adecuada a los tiempos actuales. Ser progresista no equivale simplemente a ser de izquierdas. Hoy el espacio se fragmenta y el tiempo se acelera. Ser progresista en algunos ámbitos no significa serlo en otros. Algunas palabras clave de renovación: internacionalización, control transnacional del mundo financiero, transparencia democrática, lucha contra la corrupción, modelos de equidad fiscal, combate eficiente al fraude, administraciones públicas amables con el ciudadano, evitar demagogias populistas cuando se habla de bienestar, inmigración o de recortes de los gobiernos de derechas (obviando las que hacen los de izquierdas), apoyar reivindicaciones democráticas de minorías nacionales y culturales.
En Catalunya, además, hace falta que parte de la socialdemocracia tradicional (PSC) renueve ideas y actitudes con respecto al principal proyecto político secundado por una amplia mayoría de la población (derecho a decidir-independencia). Hace demasiado tiempo que el PSC es un partido analíticamente pobre y políticamente conservador. No tiene discurso alternativo sobre la crisis ni sobre la regeneración democrática. Y el programa federal del PSOE (Granada, 2013), que hasta ahora el PSC ha hecho suyo, se queda muy corto para lo que es la sociedad catalana actual: ni es un programa propiamente federal, ni se basa en el carácter plurinacional del Estado, ni menciona el derecho a decidir; se mantiene en la órbita del nacionalismo español y en la lógica del Estado de las autonomías, dos aspectos hoy obsoletos en Catalunya. Hoy ofrece una imagen de partido triste, de espíritu envejecido, desconectado de la sociedad y sin una alternativa real sobre el futuro político del país.
El primer paso que tendría que dar es alinearse con los otros cuatro partidos que apoyan la consulta. Resulta bastante increíble que un partido con la tradición catalanista del PSC no apoye la principal demanda de la ciudadanía del país. Las razones esgrimidas son excusas de mera sumisión al nacionalismo del PSOE y a un Estado que no te reconoce nacionalmente, te toma los recursos y te agrede con medidas a un ritmo semanal (transferencias económicas, educación, política europea e internacional, puerto, aeropuerto, lengua, autovías, inversiones, símbolos, justicia, etc). Creo que al PSC le hace falta un cambio (real) de contenido político en los ámbitos social, democrático y nacional. También hace falta que repiense profundamente las relaciones con el PSOE, incluso si tiene que tener. Finalmente, el nuevo liderazgo del partido es un tema clave de futuro. Si opta por el continuismo, aunque esté con cambios aparentes en el equipo de dirección, su erosión electoral aún se agravará más. El PSC ha sido un partido importante en Catalunya. Que se reponga depende de varios factores, pero, principalmente, de lo que haga él mismo. Está en juego una gran responsabilidad colectiva hacia el país y hacia sus ciudadanos.
La Vanguardia