Patria y nación, patriotismo y nacionalismo, han sido términos usados y abusados, confundidos y confusos, mezclados y empleados sin distinciones, y no veo qué solución pueda tener, a estas alturas, si no es tomarlo con paciencia y, en todo caso, avisar antes de gastarlos.
Y sobre todo darles algún contenido positivo, constructivo y civil. De vez en cuando (tal como he hecho hace algunos días, vista la agitación con que se mueve ahora mismo el tema, que por otra parte nunca ha dejado de ser vivamente actual) vuelvo a hojear un libro que leí hace quince años, y sobre el que entonces escribí un poco. Un libro de título muy sugerente, ‘Por amore della patria’, cuyo autor es profesor de historia de la filosofía en Ferrara.
El libro del profesor de Ferrara lleva como subtítulo ‘Patriotismo e nazionalismo nella storia’, y simplifica la cuestión de una manera perfectamente filosófica: haciendo definiciones a priori, afirmando qué es bueno y qué es malo, y aplicando luego las definiciones y afirmaciones elegidas. De modo que el patriotismo es una virtud útil y necesaria, y el nacionalismo es un vicio nefasto y destructivo.
La patria, pues, sería algo cívico y admirable, la res publica, la comunidad de ciudadanos iguales y libres, y la nación es un monstruo intolerante, homogéneo, excluyente y cerrado. Me parece muy bien hacer las distinciones que hay entre los aspectos positivos y negativos del mismo fenómeno (porque el fenómeno es el mismo, con la doble cara que tienen siempre los procesos históricos, los sistemas sociales, y la vida misma de los pueblos y sociedades), pero es ingenuo pensar que para atribuirles nombres diferentes la realidad histórica y presente, y la futura, serán también diferentes: ¿si el Partido Nacionalista Escocés, por ejemplo, se llamara Partido Patriota Escocés, sería más virtuoso, cívico y admirable? ¿Y si el Front National de Le Pen se llamara Front Patriotique, quiere decir que sería muy progresista y democrático? Aquí, como ocurre tan a menudo, los nombres no hacen la cosa, y además son intercambiables.
El libro del profesor Viroli está pleno de citas, reflexiones y sermones morales para afirmar que la gente de izquierda, marxistas o no, los progresistas y los liberales en el buen sentido de la palabra, han hecho muy mal hecho olvidar el patriotismo. Que el patriotismo era el sentido cívico y el amor a la libertad, la patria era la república, y todo esto lo hemos dejado en manos de la derecha, que era nacionalista, retrógrada, étnica y cavernaria.
Y que por culpa de eso la derecha ha llegado a destruir las patrias confundiéndolas intolerablemente con las naciones, y ha desacreditado el patriotismo poniéndolo en el mismo cesto que el nacionalismo. No lo tengo tan claro, ni de cerca ni de lejos, y no me haría tan fuerte en las interpretaciones o aplicaciones de unos términos de uso intercambiable y arbitrario (los términos, no la ética ni la ideología).
De hecho, los nacionalismos europeos, y no europeos, históricos y presentes, desde el principio han empleado el lenguaje del patriotismo, y no veo cómo la terminología pueda alterar retrospectivamente la historia. Los cubanos revolucionarios cantaban “Patria o muerte es mi destino”, que son palabras dignas del Himno de la Legión, pero también a mí la educación franquista me hablaba mucho más de la patria que de la nación. Y si es verdad que el bando fascista y clerical se llamaba “nacional”, también es cierto que en los cuarteles de la Guardia Civil pone “Todo por la patria” y no “Todo por la nación”. En el siglo pasado, los carlistas luchaban “por Dios, la Patria y el Rey”, y los “liberales” se llamaban a la vez “patriotas” y “nacionales”.
Tampoco son tan diferentes, si bien se mira, los “morts pour la patrie” de cualquier pueblecito francés, los “caídos por Dios y por la patria” de los monumentos españoles. O de cualquier otra patria o nación. A mí, sin embargo, me parece que si una cierta izquierda intelectual dejó en manos de la derecha el amor de la patria y la dignidad del patriotismo, es porque también había dejado en las mismas manos la nación, la nacionalidad y el nacionalismo.
Y si la patria es el espacio sustancial de la responsabilidad civil y política, si el patriotismo debe ser sobre todo una responsabilidad moral común y compartida, bienvenidas sean estas antiguas novedades: aquí, los que nos llamamos, o nos llaman, aproximadamente nacionalistas (“nacionalistas catalanes”, o “valencianos nacionalistas”, por ejemplo) hace ya muchos años que pensamos y practicamos exactamente eso. Si el amor a la patria es -y sí lo es- “l’amore della libertà comune”, pedimos ser contados en la nómina de los patriotas.
El Temps