Sobre Holanda y Cataluña

Lo explica Hans-Joachim Voth, alemán, doctor por Oxford y profesor de historia económica. Una región pequeña y rica se encuentra enfrentada con el gobierno español. Los impuestos son demasiado elevados, la representación política es limitada, la élite del país se siente maltratada y no escuchada, la agitación y la oposición popular se extienden. En Madrid los partidarios de la línea dura defienden la represión, y como resultado la agitación crece y crece hasta que una confrontación de gran magnitud resulta inevitable. No, no se trata de Cataluña: son los Países Bajos en los años 1560 y 1570, otra región próspera gobernada por España, donde los ciudadanos sentían que sus valores y forma de vida no eran respetados por las políticas de Madrid. Lo que empezó como un conflicto menor fue subiendo hasta que se convirtió en la Guerra de los Ochenta Años, a cuyo final España había perdido permanentemente el control de las Provincias Unidas. Entonces, ¿qué transformó unas diferencias poco importantes entre gobernante y gobernados en una lucha a vida o muerte? Todo empezó con una poderosa mezcla de diferencias culturales y de oposición a unos impuestos elevados. La rebelión incluyó hombres como Guillermo de Orange, un Consejero de Estado nombrado para ayudar al rey de España en el gobierno de Holanda. Al principio, su dinastía no tenía ninguna intención de rebelarse, y hasta la crisis de 1566-67 los máximos dirigentes holandeses eran favorables a la moderación política. Los protestantes, según Orange, deberían tener el derecho de practicar su religión, sin culto público: es decir, él sólo defendía la libertad de conciencia. Y se oponía a la rebelión armada. En pocos años, sin embargo, Guillermo de Orange llegó a dirigir la rebelión militar contra España, el único superpoder del siglo XVI: una rebelión tan extensa y tenaz que tensó los recursos financieros y militares de España hasta el punto de la ruptura y más allá. Al final, Madrid tuvo que aceptar que no podía vencer, y las Provincias Unidas ganaron la independencia y se convirtieron uno de los países de Europa con mayor éxito económico. ¿Qué pasó? España reaccionó a las demandas de tolerancia como lo hacen a menudo los poderes imperiales dirigidos por intolerantes religiosos: con la pesada mano de la represión. Felipe II envía el duque de Alba con un gran ejército, hay una terrible campaña militar, los condes de Egmont y de Horn son ejecutados, las ciudades resistentes son destruidas, la gente pasada a espada, y todo eso que los holandeses no olvidan.

El resultado es que las élites se radicalizan, y Guillermo de Orange adopta políticas cada vez más radicales también, y apoya la rebelión militar y la separación. La maquinaria española fallaba, y después de la masacre de Amberes en 1575, la mayor parte de las Provincias Unidas, antes fieles al rey, cambiaron de bando, y fue el principio del fin del poder español. Los Países Bajos no fueron la única parte del Imperio Español en separarse tras una revuelta contra los excesos tributarios y contra la intromisión del gobierno de Madrid: Portugal, por circunstancias similares, también recobró la libertad. Hoy, a su vez, Cataluña se opone al poder de Madrid, escribe el profesor Voth. De nuevo, un pueblo y su élite se sienten culturalmente alienados, sometidos a excesos tributarios y no escuchados. Las posiciones se endurece velozmente, a ambos lados. La reacción española a las demandas catalanas de mayor independencia es, quizás, tan intolerante (pero aún no tan feroz) como la de Felipe II para someter a los holandeses. En vez de negociaciones políticas ha habido una oleada de amenazas y una campaña de desinformación: España arrojará fuera de la Unión Europea a una Cataluña independiente, la cargará con deudas hasta las nubes, dejará de comprar productos catalanes, o enviará los tanques. La diferencia entre la forma en que Londres ha reaccionado a la demanda escocesa y la reacción española, es brutal. Si hay una lección de la historia, es bien simple, concluye: la represión, la intimidación y la intolerancia todavía empeoran las cosas, desde los Países Bajos del siglo XVI, hasta la reacción inglesa en Irlanda a principios de siglo XX. Y del mismo modo que la brutal reacción española contra Holanda produjo siglos de “leyenda negra”, una reacción excesiva al referéndum sobre la independencia de Cataluña puede cubrir de negrura la imagen de España en las décadas próximas. Y todo esto no lo digo yo: lo dice el profesor alemán. Al que pido disculpas por la traducción improvisada y sin licencia editorial.

 

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