En estos inciertos tiempos de verdades líquidas a ritmo de Tweet, Inteligencias Artificiales que seguirán siendo usadas por la misma Estupidez Natural de siempre y, en general, mucho ruido mediático, es habitual la adopción de determinadas “palabras-totem” que, sin que se sepa bien por qué, se van generalizando en el discurso público, hasta la saturación. Supongo que es un recurso fácil para no tener que hacer uso de la creatividad y la argumentación, llenar titulares con facilidad o responder sin arriesgar ante una prensa aficionada a hurgar en heridas ajenas.
En este contexto, resulta llamativo el uso reiterado del sustantivo “encaje” y el verbo “encajar” al referirse a la articulación de las relaciones entre España -podemos llamarle “Estado español”, bien, pero al final España es- y eso que desde la visión elevada del púlpito mesetario llaman “nacionalismos periféricos”. Esos pesados etnicistas que no dejan de molestar, con lo guay e integrador que es ser español.
Lo llamativo es que esta forma de hablar no es solo habitual en los políticos y medios de ámbito español, sino también en los que dicen hablar en nombre de esas naciones que fuimos integradas por la fuerza en ese “proyecto común” … pero obligatorio, con frases dignas de grabar en granito como “buscar el encaje de Catalunya/Euskadi/Euskal Herria en el Estado”.
No es baladí el que se usen unos u otros términos a la hora de hablar. El lenguaje, principal factor distintivo de la especie humana, en cuanto representación simbólica de la realidad y de nuestra imaginación, configura nuestra visión del mundo y de nosotros mismos, y, por lo tanto, condiciona nuestra forma de actuar y, en definitiva, la realidad misma.
En un tiempo en que la voluntariedad en las relaciones afectivas se ha puesto en el centro del debate público, llama la atención que, en el ámbito de las relaciones políticas, en cambio, siga dominando el paradigma del maltratador.
Hagan la prueba. Imaginen que se plantan ustedes ante su pareja para proponerle hacer más estable su relación, hincando rodilla o como prefieran, y le espetan: “¿Quieres encajar conmigo durante el resto de tu vida?”. Yo no sé ustedes, pero yo me quedaría ojiplático. Mal empezamos.
Haciendo uso del tan repetido “solo sí es sí”, más bien es “sí, y ya veremos cómo, pero tú debajo”. Nunca partiendo de esas bases puede una relación ser sana. Y, como sucede en las situaciones de maltrato, la víctima, mientras no recupera la dignidad robada, asume el lenguaje y el relato del maltratador, creyendo que así podrá aplacar su ira, y se culpabiliza por la ira del agresor: algo habré hecho mal.
Recuperemos la dignidad. Por favor, no digan más “encaje”.