Estamos viviendo momentos de cambio político. La historia enseña que determinados hechos ayudan a realizar un cambio de mentalidad, más rápido y mejor que los discursos encendidos. Algunas evidencias negativas en Catalunya ya son percibidas por la mayoría de la sociedad y no únicamente por una parte de ella.
Los 30 años de democracia autonómica han coincidido con el proceso por el cual la noción de España se ha reducido solo a Madrid, a su término municipal y, a lo sumo, a la provincia hoy autónoma. Madrid se ha quedado con España y España ha acabado siendo solo Madrid. La concentración de inversiones de toda clase allí aparece como normal, con un discurso simple y efectivo: lo que se hace en Madrid, se hace “para todos los españoles”, “para toda España”. Como un eucalipto, se ha desertizado todo el entorno peninsular, impidiendo otros puntos de competencia posibles.
Si alguna iniciativa va a Catalunya, ya se sitúa “fuera del territorio nacional”, según Esperanza Aguirre, y ya no beneficia “a todos los españoles”. El lema de Madrid lo resume con agudeza: “Madrid, la suma de todos”. Debe de ser de todos los recursos… El centralismo uniformista perjudica a todos los territorios que no son Madrid, como Andalucía, las Castillas o Extremadura y es un modelo de España insolidario y excluyente. Utiliza el esfuerzo de todos los demás en interés propio, no quiere compartir los beneficios con nadie más y pretende que todo el mundo adopte como propia su identidad cultural y lingüística.
Este monopolio madrileño del Estado concentra todo el poder económico, político, técnico-científico y mediático en un solo punto, y también todo el progreso, la prosperidad y la modernidad, con el pretexto que es la capital. Para los que de capital ya tenemos una –la nuestra, Barcelona–, el centralismo no solo aparece anticuado, sino profundamente ineficiente, incompetente, no competitivo, y es el principal obstáculo para el progreso y el bienestar de la sociedad catalana. Es un tapón, no un motor. La gente constata, cansada de la situación, que lo que menos funciona es lo que más depende de Madrid: trenes de cercanías, aeropuerto, etcétera. Si España es eso, hay fatiga de España.
UNA COSA ES LO que pensamos que somos y otra, lo que somos legalmente: una simple autonomía, una más entre 17. Atados de pies y manos, ahora vemos que no solo se acabó lo que se daba, sino que ya no se da nada. El castillo construido era de arena, una fantasía que no nos atrevíamos a reconocer y, con el president Pujol, creímos que éramos más de lo que en realidad éramos. Hasta que alguien dice en voz alta que el rey está desnudo y que Catalunya no es, no ha sido ni será nunca una prioridad en España. No estamos en un callejón sin salida. Es la primera vez que puede haber una mayoría democrática que sí vea una salida en el contencioso fatigoso con España: salir de ella.
Hasta ahora, la salida se reducía a los círculos independentistas más patrióticos en el sentido clásico (lengua, cultura, tradiciones, imaginario, simbología nacional). Era el soberanismo ideológico, estigmatizado como identitario, representado por unos centenares de miles de patriotas de pedra picada, de la ceba, del morro fort… Pero el descubrimiento general de que el rey va desnudo ha ampliado de golpe, de forma natural, el espacio social de un soberanismo nuevo, que tiene que ver con la calidad de vida y la gestión de la cotidianidad, mucho más con visión de futuro que en llanto de pasado.
Lengua y patria catalanas, conscientemente, las tenemos unos cuantos. Ganas de vivir con dignidad y prosperidad, sin estar expuestos permanentemente a la tomadura de pelo, tenemos todos. Y eso es el soberanismo práctico, el que llega a la conclusión de que, vista la experiencia histórica y la realidad de cada día (jueces, políticos, periodistas, empresarios, etcétera), el único modo de salir del callejón sin salida español es salir de España, a la catalana, pacíficamente, democráticamente, hablando las cosas con racionalidad. Cuando el divorcio puede ser una solución en la mala convivencia entre personas, por incompatibilidad de caracteres o de intereses, y eso es legal y normal, también debería serlo entre los pueblos.
Este soberanismo práctico se expresa a menudo en castellano, por parte de sectores populares con raíces en España que, comparando con sus familiares, se preguntan por qué motivos en Santa Coloma de Gramenet o en Sant Boi no pueden tener las mismas prestaciones sociales que en Ciudad Real o Guadalajara, y por qué deben pagar por servicios que otros tienen gratis. O los profesionales liberales, comerciantes y clases medias en general, que no entienden por qué no podemos conectarnos por AVE con el corredor mediterráneo o hacia el norte, Francia adentro, y sólo podemos cogerlo para ir a… ¡Madrid! O los empresarios, ejecutivos y turistas que ya están hartos de que, para viajar hacia cualquier destino, tengan que pasar obligatoriamente por… ¡Madrid!
Y TAMBIÉN están los intelectuales, progresistas, con discurso cosmopolita e incómodos con cierta identificación con el país, que abren los ojos y, de pronto, descubren aquello que siempre ha existido, pero que ciertos prejuicios les impedían ver. Si después de 300 años los federalistas no federalizan y los autonomistas no autonomizan, ha llegado la hora de saltar la pared y soltarnos. No hace falta ser nacionalista. Solo tener sentido común y una idea práctica de las cosas: vivir mejor.
* Josep Lluís Carod-Rovira / Presidente de ERC