La filosofía del alemán Peter Sloterdijk (Karlsruhe, 1947) presenta una característica curiosa: hace unas descripciones crudas y nada benévolas del mundo pero al mismo tiempo, y sin contradicción aparente, es uno de los pensadores que ofrece un punto de vista más lleno de promesas, alejado del fatalismo en boga de las aulas de humanidades. Su mirada -dijo Raúl Garrigasait en la presentación de la charla el CCCB- surge de una necesidad por «repensar todo de nuevo. La teoría como contemplación maravillada, como si viéramos el mundo por primera vez».
A pesar de su fama de polemista, sin embargo, Sloterdijk no estuvo para guerras. Incluso, en muchas de las respuestas del alemán utilizó la erudición para escurrir el bulto. Sin embargo, poco a poco fueron apareciendo la mayoría de sus temas centrales. Sloterdijk se puso delante de los cientos de oyentes del CCCB dejando caer su cuerpo macizo sobre un sillón, casi como el que está sentado en el sofá de casa, moviéndose y gesticulando con un tono grave y meditativo. Al lado tenía a Isidoro Reguera -traductor de Sloterdijk al castellano-, quien lo acompañó haciendo el rol de entrevistador e introduciendo algunos de los conceptos centrales de la obra del alemán.
La sociedad como «inmunidad»
A Sloterdijk la distinción entre naturaleza y cultura le parece artificial: sus escritos siempre van bailando del mundo cultural al natural, y viceversa. Siguiendo a Walter Benjamin, el alemán no deja «ninguna categoría histórica sin sustancia natural; ninguna sustancia natural sin filtro histórico».
Quizá por eso uno de los concepto centrales de la noche fue la inmunidad. Como narró Sloterdijk, la inmunidad fue un término que los biólogos tomaron del cuerpo de leyes del Imperio Romano para explicar metafóricamente el comportamiento de ciertos animales que se protegían del exterior. «El objetivo primario de todo cuerpo, sea de un animal o de una sociedad, -dijo- es la defensa»: desde los tejidos celulares hasta los impuestos, desde las células hasta las leyes. Sloterdijk describió las sociedades como tejidos de inmunidad que los hombres crean para tener espacios de cobijo, interioridades que los defienden del exterior.
El gran reto de nuestros días, decía ayer el filósofo, es saber cómo hacer que los diferentes sistemas inmunitarios no se perjudiquen unos a otros; encontrar una figura co-inmunitaria, una nueva manera de hacer relacionar lo pequeño con lo grande, lo concreto con lo abstracto. Como ya ha dejado claro más de una vez, sin embargo, la solución a su juicio no se encuentra en el globalismo ni en el humanismo -a menudo ha mostrado su descontento con la política de inmigración de Merkel, por poner un ejemplo- y, como dio a entender ayer, la idea de la integración política de la UE tampoco le acaba de agradar. Su opción parece guiarse en la dirección contraria, es decir, hacia la separación entre espacios inmunitarios: «no es necesario que nos relacionemos tan a menudo entre culturas, sino todo lo contrario: tenemos que crear más distancia».
En el turno de preguntas, Sloterdijk se tuvo que enfrentar de nuevo a una pregunta que le persigue desde del ‘affaire’ en torno a las ‘Reglas para el Parque Humano’. «¿Hay que poner límites a la intervención biotecnológica sobre el hombre?», preguntó un señor del público. El alemán, acostumbrado a responder a esta pregunta, dijo que ser hombre conlleva, entre otras cosas, seleccionar. La historia de la humanidad es explicable siguiendo la habilidad de los hombres para cultivar plantas, para domesticar animales y, en último lugar, para domesticar a los propios hombres. La intervención humana no es, ‘per se’, un crimen contra la humanidad como querrían los puritanos, sino una tendencia coherente dentro de la noción de ser humano. «Muchos de los miedos que ahora tenemos para con la ingeniería genética desaparecerán», afirmó Sloterdijk, «como han desaparecido los miedos hacia la fecundación in vitro».
El mundo de los antiguos y los modernos
Sloterdijk no puso en duda sólo la diferencia entre naturaleza y cultura, sino también la distinción entre individuo y sociedad. Por poner un ejemplo intuitivo: las colas. Cuando entramos a hacer cola -para ir a comprar el pan o cuando entramos en un atasco- no lo hacemos como individuos. De hecho, nuestra acción toma sentido cuando aceptamos nuestro rol dentro del entramado, cuando funcionamos como si formáramos parte de una «gramática de la pertenencia mutua». En este sentido, Sloterdijk defendió de nuevo que no hay individuos, sino sólo ‘dividuos’: gente que participa de relaciones sociales, de esferas que nos permiten pensar y actuar en la realidad.
En el CCCB, Sloterdijk hizo una contraposición entre las «esferas» de los antiguos y la inmundicia de los modernos. Movidos por el optimismo, dijo el alemán, en la Antigua Grecia proyectaron las relaciones personales, cívicas y de sentido de sus ciudades a todo el mundo: todo el globo era para ellos como un hogar, una totalidad coherente. Los Modernos, en cambio, perdieron el sentimiento cósmico. El universo para ellos dejó de tener sentido, desapareciendo toda sensación de casa; el mundo se convirtió en un elemento hostil del que nos teníamos que proteger.
Sloterdijk, en medio de este debate, celebró el papel de la filosofía entendida como alegría de la espiritualidad y -siguiendo a Nietzsche- «como ataque a la estupidez». Asimismo, el alemán también reivindicó la filosofía en un segundo sentido: como la mejor manera de impulsar un nuevo debate en torno a los espacios humanos habitables: ¿Cómo podemos protegernos hoy: crearnos un abrigo, una nueva esfera? ¿Cómo generamos hoy receptáculos que garanticen la supervivencia de la especie? ¿Cómo inventamos formas de adiestramiento y de mejora para enfrentarnos a los nuevos retos del mundo?
NÚVOL
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