Sincronías y proceso

El 14 de noviembre de 2004, hace ya más de dos años, la izquierda abertzale hizo pública una novedosa propuesta para la resolución del conflicto que enfrenta a Euskal Herria y los estados español y francés desde que el pueblo vasco perdió su antigua soberanía. La conocida como “Propuesta de Anoeta”, aparte de otra serie de consideraciones interesantes, planteaba el establecimiento de dos meses de diálogo, una entre las fuerzas políticas vascas para hablar del futuro del país y otra compuesta por los representantes de los dos estados y de ETA para tratar todo lo referente a la desmilitarización del conflicto, los presos y las víctimas.

El esquema, acogido con frialdad en ese momento por muchos representantes políticos, que desconfiaban de la voluntad de la izquierda abertzale en su conjunto para superar el actual estado de cosas, se ha ido abriendo paso poco a poco, y hoy es el día en que la gran mayoría de los actores políticos, exceptuando la derecha española y francesa, aceptan sus presupuestos esenciales, aunque algunos plantean ciertos matices. Una vez más la izquierda abertzale, ilegalizada, apaleada y ninguneada hasta la extenuación, sacaba fuerzas de flaqueza para realizar apuestas positivas que deberían servir para desbloquear el status quo y pasar a una nueva etapa.

Dos años más tarde nos encontramos en una situación de atasco, que unos consideran “muy grave” y otros de “insostenible”, pero que nadie se atreve a calificar de ruptura, porque es mucho lo que está en juego para todas las partes implicadas. Es evidente que en las últimas semanas se han dado situaciones de violencia que han dañado seriamente el proceso. Robo de armas, condenas judiciales injustas, kale borroka, detenciones… situaciones bien conocidas en nuestro país y que es preciso superar, en eso precisamente estamos. Pero lo que no puede ser que la misma existencia de estas expresiones paralice la actividad de los agentes en la búsqueda de soluciones. Es más, lo prudente y aconsejables es lo contrario, es decir, profundizar los contactos, el diálogo multilateral, para ampliar las bases de consenso que nos lleve a un nuevo escenario en el que esas expresiones mencionadas no tengan lugar.

No obstante, es preciso señalar que el video editado por el PSOE no alienta precisamente los aires de solución. Presionado duramente por su rival en las urnas, el PP, el partido de Rodríguez Zapatero se decanta por el inmovilismo, afirmando que Aznar sí que se movió durante la tregua del 98, mientras que ellos no han dado ni un paso. En vez de romper amarres con la derecha de Federico J. Losantos y Pedro J. Ramírez, al PSOE le vuelven a temblar las piernas ante el enroque de los esbirros del PP en la judicatura, y opta por mirarse al dedo cuando debería estar contemplando la luna. Las últimas declaraciones de Pérez Rubalcaba en Iruñea, afirmando que negarán siete veces la anexión de Navarra a Vascongadas (no se entera de la fiesta el chico) vuelven a ser un claro ejemplo de política defensiva y acomplejada ante la batería de exabruptos desplegada por Jaime del Burgo y Miguel Sanz. Parece evidente que el PSOE, en esta coyuntura, no da la talla.

Dirán algunos que la izquierda abertzale tampoco está a la altura de las circunstancias, volviendo a parapetarse en su discurso tradicional y no dando muestras de distanciamiento ante algunos hechos conflictivos. Algo de eso puede haber, pero hay que tener en cuenta que se trata de la mala de la película, y que en este momento aparece, además de cornuda, apaleada. Pedirle muestras de tranquilidad y sosiego es entendible pero difícilmente aceptable. Si Aznar, que no hizo nada, avanzó en el 98 más que Zapatero, ¿a qué demonios estamos jugando?

Regreso al arranque de la reflexión. En la “Propuesta de Anoeta” se realiza una separación clara entre la mesa política y la mesa operativa, pero no se establece ninguna relación entre ellas, como parecía en ese momento recomendable para evitar suspicacias de quienes enredan a diario con el espantapájaros del “precio político”. Sin embargo, y visto lo visto, es ineludible la existencia de una relación en el tiempo, que no en el espacio, entre las dos mesas. No se trata de un asunto filosófico, sino de una evidencia.

Me explico. Si Zapatero suelta amarras y la mesa política avanza en cuestiones como el derecho a decidir, la territorialidad y la relegalización de Batasuna, y de forma paralela no se han dado avances en la mesa operativa con ETA, el presidente español puede temer que la organización armada dé marcha atrás en su voluntad de renunciar a la vía armada y apostar exclusivamente “por vías políticas y democráticas”. Al contrario, si la organización da pasos serios en la otra mesa en la desmilitarización, mientras la mesa política no avanza en el reconocimiento de derechos, ETA puede temer que Zapatero se eche atrás en la resolución de asuntos como los presos, por poner un ejemplo significativo.

La conclusión es bien sencilla. Como en principio la voluntad de avanzar se les supone a todas las partes, es necesaria una sincronización en el tiempo entre ambas mesas. Deben ser mesas, por así decirlo, paralelas, que discurran en un mismo tempo político. De lo contrario, el proceso encallará. Si así ocurre, uno de los obstáculos a salvar en próximos intentos sería precisamente el de la sincronía, condición esencial para que la confianza mutua no se deteriore y los avances se sustenten sobre pilares sólidos.