El simbolismo pretende recoger el hecho anterior y fijarlo para el futuro. Los dólmenes, iconos, esculturas, pinturas rupestres, etc., son el mensaje plasmado más antiguo que nos ha llegado de nuestros antepasados. La idea de mantener el recuerdo de un drama, del arte, de la ilusión realizada, del ideal conservado, se mantiene hoy día y se valora en lo que puede trasladar como hecho histórico real, meritado en la sociedad o sus personajes destacados.
La guerra y la victoria fijan sus “verdades” en el derecho del vencedor; al derrotado no le queda esa suerte, porque ha sido destruido material, emotiva o socialmente. La parte triste de la tergiversación de los hechos es tarea que el vencedor coloca sobre el colonizado, convirtiendo los cargos en leal colaboracionismo. El gobierno ejercido sobre sus paisanos con esa actitud colaboradora con el vencedor, consolida la colonización sobre esta sociedad y convierte al colaborador en defensor de su actitud, que nunca acabará de contentar suficientemente a quien lo domina.
La necesidad de la paz, la paciencia, la esperanza, la posibilidad futura, etc., serán “razones” de quien al gobernar para el colonizador, entrega el ideal de su sociedad a quien nunca le permitirá ir mas allá. El recorrido de los pasos dados desde la muerte del dictador (que dejó todo atado) no ha desmitificado su caudillaje y cruzada. Desde la realización de la reforma que evitó la ruptura no han dejado de sobresalir los iconos, y hay casos tan sonados como la canonización de más de 400 “mártires de la cruzada”.
La fórmula constitucional de 1978, pactada con el régimen genocida del caudillo del golpe militar, propició la desilusionadora Reforma. Los socialistas del interior (bien conchabados con los poderes fácticos), se apropiaron en Suresnes de las siglas PSOE que ostentaban los socialistas exiliados y, aprovechando el carisma de ese símbolo, cambiaron la ideología socialista por la monárquica y capitalista.
Similar golpe de efecto dio el PCE, que cambió su legalización por el apoyo a la misma monarquía y su bandera. Nadie puede dudar de que el simbolismo perdurable es el oficial, y el mejor ejemplo lo tenemos en Navarra, donde, con más de 3.000 asesinados fuera del frente de batalla, se les escatima un monumento y se les niega celebraciones oficiales.
La ignominia es tal que todavía el escudo de Navarra con la cruz laureada es legal, según dictamen del Consejo de Estado hecho suyo por el ministro de defensa don Narciso Serra y atendiendo el informe del Censor de las Órdenes Militares. Es decir, estamos dentro de una España que mantiene la simbología del genocida del 36.
Ver a una ministra del PSOE prometer su cargo ante un rey y un crucifijo, y ejercer su cargo en el ámbito militar, arengando las tropas al grito de ¡viva el rey!, marca simbología (más en el caso de una mujer en estado de buena esperanza), de aceptación de un sistema jerárquico de la Edad Media y de aprobación de los ejércitos ofensivos (aunque se defina a la OTAN como defensiva). Y todo ello el 14 de abril, día de la república española.
La oficialidad de los actos que estos días se han celebrado en Euskal Herria se está llevando a extremos absurdos, con monumentos reivindicados por víctimas politizadas, que sobrepasan las razones reales de los vitoreados. Se trata en realidad de consolidar los sufrimientos mediante un simbolismo político que sirva para hacer realidad unos hechos ejecutados parcialmente y trasladar a la posteridad histórica una versión modificadora de los hechos.
Me refiero a los actos que estos días se han celebrado en Euskal Herria en memoria de víctimas de una violencia determinada. Las fórmulas empleadas rebasan las imaginaciones más increíbles que hayan podido darse en cualquier campo. No voy a especificar los hechos que ocurren en nuestro país día a día, porque el lector los conoce de sobra.
El histerismo político de unas víctimas que se mueven a impulsos ha llevado a la pérdida del sentido del ridículo de algunos partidos y gobernantes. Priman las esculturas como reconocimiento y las autoridades se reprochan a sí mismas el olvido y desconsideración sufrido por víctimas de una determinada violencia, pidiendo perdón en nombre del pueblo vasco.
Hagamos ciencia ficción. Demos la vuelta y supongamos la incongruencia de esta política si la situamos desarrollándose en Madrid y cambiando los personajes.
Sus gobernantes, en aplicación estricta de la ley de partidos, tal como se aplica en Euskal Herria, se ponen en marcha. Los estamentos del Estado convocan una reunión de víctimas en la que se recuerda a las víctimas republicanas, desaparecidos, las más recientes de Vitoria, Montejurra, Sanfermines del 78, electos al Parlamento español (tiroteados en la capital con un muerto), torturados, asociaciones civiles, dirigentes políticos, trabajadores de medios de comunicación, etc.
El presidente del Parlamento los reivindica, alaba y muestra su arrepentimiento por el olvido en su nombre y pide perdón en nombre de todo el pueblo español. Una de las víctimas asistentes lee un comunicado y haciéndose eco de la ausencia de la máxima autoridad, trata a esta de hipócrita, cobarde y falta de dignidad y ética. A los pocos días, la máxima autoridad inaugura un monumento a las víctimas frente a las Cortes y vuelve a reconocer el olvido y pedir perdón por ellas públicamente. Ante la asistencia política de cargos y organismos públicos y oficiales en general, las víctimas invitadas vuelven a quejarse del olvido en que han sido mantenidas.
Por no perder el hilo y que no quede nada suelto, se acuerda guardar un minuto de silencio en los campos de la capital, para un muerto acuchillado por fobia política en el campo de fútbol de la capital de España. Si se rompiera el silencio por el público, el fiscal abrirá expediente a quienes no lo hayan guardado, por apoyo al terrorismo.
A continuación los políticos acuerdan que se eleven mociones en todos los ayuntamientos del Estado, pidiendo la condena de los responsables y que quienes no las acepten sean destituidos de sus cargos y sus partidos ilegalizados.
A esta hora me suena el despertador.
¿Ficticio? En Euskal Herria esta situación es real, aunque en sentido contrario. Se trata de simbolizar la criminalización de la idea independentista para la historia y reflejarla en los monolitos que se crean, como objetivo político de la actual campaña foránea, que fortalece el bipartidismo centralizador como forma de gobierno.
Entre nosotros, cada uno puede hacer su juicio sobre lo que se siembra con símbolos adulterados y sentir y asumir sus responsabilidades. ¿Es que este pueblo, ocupado y combatido formalmente desde el siglo XII, no tiene víctimas con las que llenar nuestra tierra de monumentos y esculturas?