Si la Italia de Meloni funciona…

El destino es juguetón, y a la historia le gustan las simetrías cronológicas llamativas. Así es como la conmemoración de los 100 años de la célebre Marcha sobre Roma, que se produjo entre el 27 y el 29 de octubre de 1922, ha acabado coincidiendo con el nombramiento de Giorgia Meloni como jefe del consejo de ministros de la República Italiana, es decir, primera ministra. Pensamos que cuando tenía 15 años esta señora inició su trayectoria política en el Frente de la Juventud del Movimiento Social Italiano, a la derecha de la extrema derecha. La conexión ideológica entre su partido, Hermanos de Italia (Fratelli d’Italia: “Fratelli de Italia / L’Italia se é desta / Dell’elmo di Scipio …”, dice el himno de ese país) y el fascismo de Benito Mussolini es más que evidente, pero sería un inmenso error evaluarla simplemente en clave nostálgica. Aquí, de nostalgia, la justa. Como ha ocurrido en contextos tan distintos como el neerlandés, el francés, el sueco o el español, estos movimientos son sin duda reactivos pero no basan su discurso en la añoranza de un tiempo idealizado. Esta nostalgia sólo es la caricatura que da una cierta izquierda, pero su único efecto es reforzar socialmente unos planteamientos urdidos ‘ad ignorantiam populi’.

Si en lugares tan culturalmente distintos como Suecia e Italia el radicalismo de derechas avanza es, sobre todo, porque no se ha sabido encontrar una solución plausible al flujo migratorio proveniente de países extracomunitarios. Empezó hace más de un cuarto de siglo y experimentó un pico demográfico impresionante en torno al año 2000. Creer que el malestar objetivo que se vivió, y se sigue viviendo, en determinadas zonas de Europa se podía mitigar sustituyendo la palabra ‘inmigrante’ por la palabra ‘migrante’, por ejemplo, es ser muy ingenuo. Albergar la convicción de que ese flujo no alteraría el sistema público de enseñanza o la viabilidad del sistema sanitario es, además de ingenuo, profundamente irresponsable. Tildar de racista o incluso de fascista cualquiera que pusiera de manifiesto la situación en los barrios periféricos, o en pequeños pueblos agrícolas, constituía un truco dialéctico infalible, pero también una muestra intolerable de clasismo y de elitismo. Es una herencia, quizás la peor, de la izquierda-caviar. De hecho, el componente reactivo e incluso resentido de la actual extrema derecha populista que hoy triunfa en toda Europa deriva de forma directa de un discurso frívolo sobre determinadas cuestiones. Decretar, con la nariz fruncida por el asco intelectual, el carácter imaginario de un malestar popular que ni siquiera conoces mientras haces tintinear plácidamente los cubitos del gin-tonic, se ha acabado pagando caro, chato. Piensa en ello cuando veas que el Vox español o el Frente Nacional francés o el Partido por la Libertad neerlandés avanzan imparablemente gracias a tu fraseología políticamente correcta y cuqui. Y tú también, reina: piensa en ello y asume honestamente tu parte de responsabilidad, que es enorme.

Si la Italia de Meloni funciona mínimamente nos encontraremos –ironías de la historia– con una situación que hace apenas un siglo cambió dramáticamente el mapa de Europa. Poco después de su ‘Marcia su Roma’ (‘Marcha sobre Roma’) de 1922, hasta 1925 o 1926, el casco antiguo de Nápoles olía menos mal que lo habitual. Esto lo narra muy bien el maestro Pla. Y el maestro Xammar explica cómo esa pequeña victoria olfativa tuvo un efecto político en la Alemania depauperada en la que Hitler ya destacaba. El resto de la historia es bastante conocido.

Entiendo que algún lector pueda pensar: “es muy fácil decir estas cosas retrospectivamente”, etc. Para quitarme la sospecha de encima yo mismo he escarbado en mis propios artículos de hace exactamente veinte años –ahora hace ya veinte años de casi todo, como decía Gil de Biedma–. Esto es de un artículo publicado en el ‘Avui’ el año 2002 que llevaba por título “Cambio de rumbo”. “Desde hace años, [los políticos] han delegado tácitamente muchas de sus funciones en instancias pre o parapolíticas (ONGs, etc.). El tema de la inmigración constituye uno de los ejemplos más significativos de este tipo de subrogación institucional (una anomalía que ya da sus primeros frutos, y son amarguísimos)”. Ofrecer un trato digno y unas expectativas realistas a todas aquellas personas implicaba un gasto público extraordinario. Como, por pereza y miedo a dañarse, aquello no le apetecía a ningún político, la extrema derecha fue aprovechándose del malestar de las clases populares autóctonas ofreciendo soluciones muy vistosas y poco realistas. Meloni y compañía durarán hasta que no haya una alternativa democrática a los problemas que la izquierda-caviar ignora o niega.

ARA