Selecciones nacionales, el umbral de la independencia

Las selecciones nacionales de Cataluña y Euskal Herria serán una realidad mucho antes de lo que nos pensamos. Ya sé que, dada la situación actual, ese logro parece todavía muy lejano. Sin embargo, ¿cómo va a frenar el gobierno español la cada vez más poderosa demanda social en este sentido? Por la fuerza, no hay duda. Pero, ¿no es el uso de la fuerza en sí mismo un signo de debilidad?

Quizá sea demasiado pronto para darnos cuenta, pero el partido de fútbol que se celebró el pasado 8 de octubre en Barcelona, entre las selecciones catalana y vasca, marcó un antes y un después en esta cuestión. Supuso el final de una etapa caracterizada por la dilación y la inseguridad y el principio de otra en la que la respuesta social a la represión española será mucho más contundente. Prueba de ello son las medidas arbitrarias que el gobierno español piensa tomar para impedir la exhibición de banderas independentistas y pancartas relativas al derecho a la autodeterminación. Y es que la presión social catalana y vasca es tan fuerte en el ámbito deportivo que sólo prohibiendo la libertad de expresión es posible ocultarla. Ya es curioso, aunque en absoluto sorprendente, que se persigan símbolos pacíficos y democráticos sin contenido xenófobo en el Camp Nou, y, en cambio, se permita ondear banderas españolas con escudos franquistas en los estadios de España.

En todo caso, fue muy meritoria la actitud de la selección vasca en los actos previos al partido antes mencionado. Muchísimo más digna y valiente, además, que la catalana. Mientras el equipo técnico y los jugadores vascos, tras escuchar el himno de su país, no tuvieron ningún problema en posar junto a una pancarta que decía “Ofizialtasuna”, los catalanes, cediendo a las presiones de la Federación Catalana, se limitaron a fotografiarse con una pancarta en la que aparecían diversas multinacionales. Realmente triste. De nada sirvieron los intentos de algunos jugadores por reivindicar de manera gráfica la oficialidad. Restándole importancia al hecho, Jordi Roche, presidente de la FCF, ha dicho que “los jugadores ya llevaban el logotipo de la plataforma pro selecciones en la camiseta”. ¿Y dónde reside la incompatibilidad entre el logotipo y la pancarta?, cabría preguntarle. ¿Tanto miedo le tiene la FCF a España, que ni tan sólo es capaz de practicar la desobediencia cívica en uno de los pocos actos reivindicativos que celebra al año? Que gran lección de coherencia dio ese día la selección vasca. Qué diferentes las declaraciones del lehendakari Juan José Ibarretxe de las de Pasqual Maragall. De hecho, Maragall aun habría sido aun más blando si Ibarretxe no se hubiese mostrado tan contundente: “Queremos tener una selección propia y jugar oficialmente con cualquier otra selección”. Tras estas palabras, Maragall no tuvo más remedio que decir que las selecciones catalanas son “una obviedad desde el momento en que se aprobó en las Cortes españolas que Cataluña es una nación”. Dejando aparte que no es cierto que el Estatuto reconozca Cataluña como una nación, lo que Maragall no dijo es que si Cataluña y Euskal Herria no pueden competir oficialmente con sus selecciones nacionales es porque su partido, el Partido Socialista, no lo permite. Estamos, por lo tanto, ante un acto de cinismo. El mismo cinismo que practica José Montilla cuando afirma “Soy partidario de ayudar a las federaciones deportivas a conseguir su reconocimiento internacional”. No hay que olvidar que fue el gobierno de Rodríguez Zapatero, no el de Aznar, el que presionó a las más altas instancias internacionales -como denunciaron algunos de los presionados- para impedir el reconocimiento oficial de la Federación Catalana de Patinaje en las asambleas de Fresno y Roma.

Pero el elemento clave del proceso de emancipación deportiva que se ha iniciado está en la proyección internacional que conlleva. Quiero decir que no es la certeza de ver diezmada la selección española tras la fuga de deportistas catalanes y vascos a sus selecciones o la probabilidad de perder ante ellas lo que más preocupa a España. Sus verdaderos temores, y de ahí la coincidencia entre socialistas y populares, se centran en la oficialidad como generadora de conciencia nacional. Es por ello que no soportan la simbología que acompaña al Barça, por ejemplo, como substitutivo de la selección nacional de Cataluña. Cuando José Montilla -como tantos otros-, refiriéndose a las banderas y a las pancartas reivindicativas, dice que “no se debe mezclar política y deporte”, está practicando un nuevo ejercicio de cinismo, ya que si el deporte no debe ser politizado, ¿por qué existen selecciones nacionales? ¿Por qué se magnifican los trofeos como victorias nacionales y suenan los himnos nacionales en los estadios? ¿Qué hacían el rey de España y Rodríguez Zapatero en el palco del estadio Saint-Denis, de París, en la final de la Liga de Campeones que jugó y ganó el F. C. Barcelona? Si tan altos dignatarios son aficionados al fútbol bien estará que se sienten en las gradas, mezclados con el público, en lugar de hacerlo en el palco politizando lo que, según ellos, no es más que un mero acontecimiento deportivo. Es más, si el Barça no es una selección y, por consiguiente, sólo se representa a sí mismo, ¿qué hacían los mencionados señores ese día en París y por qué desplazaron, con su presencia, al presidente de Cataluña a la segunda fila de personalidades?

Como vemos, todo es una gran mentira destinada a frenar lo inevitable. Y lo inevitable es que, deporte a deporte, federación a federación, Cataluña y Euskal Herria terminarán participando en competiciones oficiales con su propio nombre y bajo su propia bandera. Y cuando llegue ese día, cuando la normalidad alcance los deportes de masas, el proceso hacia la independencia de ambos países será imparable. Hoy por hoy, no hay otra fuerza que sea capaz de generar un mayor sentimiento de pertenencia a una comunidad nacional diferenciada. Si no, ¿de qué tiene miedo España?

Traducción Berria 31/10/2006