Se buscan políticos

Llegará un día que dedicarse a la política volverá a ser un oficio bien valorado. Ahora estamos casi en el extremo de su descrédito. En el último Barómetro del CEO, un 20 por ciento de los ciudadanos de este país decían que no tenían ninguna confianza en los políticos catalanes, y sólo un 0,1 que hay tenían mucha. Medida la confianza de 0 a 10, el 56 por ciento la situaban por debajo del 5, y sólo el 23 por ciento por encima del 5. Claro que podría empeorar: ¡a casi un 46 por ciento de los catalanes la monarquía les merecía un cero de confianza! Sea como sea, ahora mismo, dedicarse a la gestión del interés general está tan mal visto que es muy difícil que aparezcan vocaciones de servicio a la comunidad.

 

En este contexto, pues, tampoco es de extrañar que sea tan difícil la gestión de los partidos políticos, que sus liderazgos sean tan convulsos y que su sustitución sea aún más complicada. La dimisión de Rubalcaba en el PSOE o la de Navarro en el PSC, y sobre todo la dificultad de ser sustituidos, son los ejemplos más recientes. La incertidumbre en el relevo del primero es el que ha acelerado la abdicación real: en España no se fían del “sentido de Estado” -que hasta ahora hacía monárquicos a los republicanos- de quien lo pueda sustituir. En el PSC, la renuncia de Pere Navarro ha puesto al descubierto que el problema principal no era el primer secretario. El partido ha tardado poco más de veinticuatro horas en liquidar una posible candidata a sucederle, Núria Parlon. ¿Cuánto tardará en cargarse a Miquel Iceta, la nueva alternativa?

 

Sobre los políticos, a estas alturas, planean casi tantos prejuicios negativos como los que caen sobre otros colectivos socialmente apestados. Los comportamientos ciertamente infames de unos pocos han generalizado la sospecha y han contaminado todo lo demás. Los discursos que extiende la demagogia llamada ‘alternativa’ cortan por el mismo patrón a todos los políticos en activo, sin contemplaciones, sin piedad. Entre todos hemos extendido una imagen dramática que da por hecho que el político gobierna, básicamente, para joder al ciudadano. Ya puestos, a estas alturas, es preferible ser un gran banquero: por lo menos, te ahorras la crueldad humorística del Polonia -pienso sobre todo en cómo han representado a Pere Navarro-, que, intencionadamente o no, satisface el espíritu popular de revancha. Y entre los responsables del alarmante crecimiento del populismo -tanto si es de extrema derecha como de extrema izquierda- también nos tendremos que contar los que con nuestras fáciles sobreinterpretaciones conspirativas habremos contribuido al descrédito de la gestión de la complejidad.

 

Desde mi punto de vista, este descrédito generalizado de los políticos es el eslabón más débil de todo el proceso soberanista que tenemos en marcha. Es fantástico que la revuelta contra la servidumbre voluntaria que había impuesto el autonomismo se haya manifestado de abajo a arriba. Pero me parece incontrovertible que el éxito del proceso dependerá de la fuerza que tengan nuestras instituciones democráticas y quienes las gestionan para convertir una aspiración popular en una estructura política legítima e internacionalmente reconocida.

 

En los próximos meses la solidez de este encadenamiento se pondrá a prueba. La conducción de la voluntad mayoritaria de decidir hasta su expresión formal en un marco institucional que la haga legítima a los ojos internacionales exigirá unos altísimos niveles de confianza mutua entre los ciudadanos más exigentes y los políticos más comprometidos. Si el proceso fracasa, será más por eso que por ninguna estrategia de los adversarios a nuestro derecho a decidir. Si el proceso triunfa, como estoy convencido de que pasará, tendremos la oportunidad de rehacer los vínculos entre ciudadanía y políticos. Y volverán a florecer las vocaciones políticas.

ARA