Salvador Puig Antich es nuestro

 

 

Pasan los años -medio siglo, ya- y la figura de Salvador Puig Antich sigue en primer plano, simbolizando el salvajismo del régimen franquista y, al mismo tiempo, el fanatismo primitivo de la justicia española. Aquel juicio/parodia de 1974 fue un trámite para dar una mínima apariencia de legalidad a un asesinato que ya estaba decidido y la crueldad extrema, la barbarie del garrote vil fue y sigue siendo una advertencia a la sociedad catalana. Aquel régimen y su evolución posterior han querido dejar claro que recurrirán a la violencia cuando ellos lo consideren necesario y por eso impedirán, cuantas veces sea necesario, que se revise aquella pena de muerte que está clavada en el alma de las generaciones que la vivieron con una angustia de tal magnitud que la han transmitido a hijos y nietos.

El recuerdo de Salvador Puig Antich es el que separa moralmente un ‘nosotros’ democrático y humanista de un ‘ellos’ violento, con la vileza de su garrote eterno en mano. La ferocidad autocrática que hizo que el general Franco ni siquiera se pusiera al teléfono cuando Pablo VI le llamó para pedir una clemencia inimaginable en ese régimen tenebroso es el antecedente directo de la furia visigótica con la que persiguen una aspiración tan democrática y legítima como la plenitud nacional de este país.

Han pasado cincuenta años y todo se mantiene exactamente en la misma posición. La sociedad catalana sigue horrorizada por ese crimen de Estado y los herederos inmediatos de aquellos que le asesinaron están plantados cómodamente sobre ese vandalismo político que les garantiza la perpetuación de los privilegios. El bien contra el mal, la razón contra la barbarie, la democracia contra la tiranía… Nunca dejaremos de luchar contra ellos.

EL MÓN