En 1959, el periodista de la BBC Woodrow Wyatt, hizo una entrevista a Bertrand Russell que años más tarde se publicó con el título ‘Mi concepción del mundo’. Allí, a la pregunta de Wyatt sobre cómo se había desarrollado el poder en el hombre a través del tiempo desde la época primitiva, el filósofo inglés respondió que había tres clases de poder. El primero era el más obvio: la aplicación directa de la fuerza. Luego el económico, a través de la recompensa y el castigo. Y, por último, el de la propaganda, el cual es un poder encaminado a persuadir. He aquí el trípode del llamado poder descrito de forma cruda y acertada.
Cuando leí las palabras de Bertrand Russell, no pude evitar realizar un cierto ejercicio de introspección colectiva. Casi automáticamente me pregunté: ¿sabemos los catalanes sobre lo que se edifica el poder?
Vayamos al uso de la fuerza. Nos produce miedo. Lo consideramos detestable porque siempre lo han utilizado para defenestrarnos. Por eso nos complace definirnos como pueblo de “paz”, y nos apuntamos a cualquier causa que haga falta para defenderla. Si Israel pensara y hubiera hecho lo mismo, ya les habrían echado al mar.
El poder económico resulta más familiar. No por alcanzar la libertad, sino por protegernos del enemigo. A menudo creemos que España siempre es más condescendiente con quien le paga más impuestos, sin ignorar que una jaula de oro te hace parecer menos prisionero. Sin embargo, aquellos de nuestros llamados “ricos”, nunca pueden quitarse de encima el sambenito de catalanes aunque promuevan la “marca España”. Viven bajo la espada de Damocles. ¡Pobrecitos!
La propaganda es lo que menos entendemos. Seguramente porque nunca hemos tenido los instrumentos necesarios para aplicarla y porque somos sus víctimas. No es casualidad que sus tentáculos dirigidos desde Madrid hayan terminado haciendo mella entre nosotros. Entonces, es habitual ver cómo muchas de nuestras voces más representativas quieren rebatir día sí y día también aquellas insidias y descalificaciones que repiten los loros políticos y mediáticos rojigualdos. Es el triunfo de su propaganda totalitaria.
Sin conocer los mecanismos o las formas de poder, no se puede aspirar a cambiar o regenerar nada. Hay países que, a base de ejercerlo con eficacia, tienen una concepción afinada. Es el caso de los ingleses, por ejemplo. Sin embargo, si hablamos de los catalanes, no es una excusa no haberlo practicado durante siglos para vivir en la inopia de lo que realmente significa. De este hecho, podríamos excusar al pueblo raso. Pero nunca a quienes son los responsables de nuestro porvenir como nación. Si preguntáramos a los diputados catalanes sobre el sentido del poder y cómo debe ejecutarse, seguramente no sabrían decir nada significativo. Ninguno pasaría el examen. Confunden poltrona con poder. Piensan que lo tienen sólo porque tienen un cargo.
Aún no han entendido que la independencia de Cataluña, antes que una cuestión de democracia o derecho, es una cuestión de poder. No captar esto, significa no llegar ni a la categoría de aprendiz de la política. ¿Ven por dónde fallamos? Si no tenemos al frente hombres y mujeres con ambición y vocación de poder, siempre seremos unos simples realquilados en nuestra casa.
EL MÓN