Ruptura contra indecencia

Al final del franquismo no pudimos ganar. Los demócratas no fuimos lo suficientemente fuertes como para hacer lo que llamábamos ‘la ruptura’. Y en vez de eso hicimos, acompañando el régimen, ‘la reforma’. La reforma del estado franquista, se entiende. De lo que viene este desastre que tenemos.

No es necesario que repita las mil y una grietas por las que el franquismo, su manera de pensar y hasta de actuar, ha renacido en España desde la llegada de Aznar al poder. Pero ayer asistimos a un espectáculo vomitivo en el congreso de Madrid que dudaba que pudiera llegar a ver.

Cristóbal Montoro hizo un uso político del caso Pujol que repugnaría en cualquier Estado democrático. Porque esta gente no tiene ni la más mínima vergüenza a la hora de hacer un uso selectivo y partidista del Estado y sus instrumentos e instituciones, en función no del bien público general sino de su interés político partidista. El Estado es de ellos, en la acepción más primaria, cuartelera y limitada del término. Y por eso lo usan impunemente contra quienes no son ellos, contra los que no son con ellos o contra los que dejan de estar allí un día. Lejos, muy lejos, de la idea y la práctica de lo que debería ser un Estado europeo del siglo XXI.

Pero al igual que pasó en los primeros setenta debemos ser conscientes de que no tenemos porqué aguantar esto necesariamente. Y de hecho el Principado es ahora de nuevo la punta de lanza de la ruptura. Con importantes contradicciones internas, como entonces. Con intereses contrapuestos como entonces. Con personajes lamentables, como entonces.

Pero, también como entonces, de Asamblea en Asamblea, con la fuerza de una población que protagoniza una auténtica revuelta democrática en las calles y en las urnas, que rompe todos los pactos, esquemas, complicidades y chanchullos. Una revuelta en la que la demanda de autogobierno, concretada ahora en la independencia, es sinónimo de la demanda de un gobierno decente. Contra todas las indecencias, por tanto, de los de dentro y de los de fuera.

Han pasado cuarenta años de la reforma y si hay algo evidente ya ahora es que el Estado español, con las bases que tiene actualmente, no es reformable. Al contrario: cada día vamos más hacia atrás. Y es evidente también que con esta estructura de Estado es prácticamente imposible un gobierno decente. Puede haberlos discretos y escandalosos, seguramente nunca como el cínico gobierno del PP que tenemos ahora. Pero si existe todo esto que tanto nos irrita es porque se permite que exista, gracias a un sólido entramado administrativo, legislativo, político, militar…

En definitiva, si pasa esto que pasa es que, a diferencia de ahora, a finales de los setenta no pudimos ganar. Ahora tenemos la segunda oportunidad.

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