¿Rojigualda o estelada?

Los momentos más decisivos, las grandes horas de los pueblos, simplifican los interrogantes y dejan en dos las respuestas posibles, por más trascendentales que sean los problemas y también las posibles soluciones.

A la hora de la verdad, todo queda reducido a dos posiciones antagónicas, blanco o negro, porque ya se ha agotado la credibilidad de un abanico más amplio de opciones. Durante las muchas décadas que hace que estamos debatiendo sobre nuestro futuro más conveniente, se han oído voces distintas con planteamientos diversos, incluso algunas que han evitado tomar una posición clara y han navegado por el océano de la ambigüedad, insistiendo en aspectos que no son propiedad de nadie sino de todos, tales como la necesidad de diálogo, de negociación, la cordura, etc. Siempre es más fácil situarse ante la realidad como un simple espectador, mirando el escenario a ver qué pasa. Pero cuando uno forma parte de un pueblo y es este pueblo el que sale a escena, es imposible que nadie pueda adoptar una actitud de indiferencia o, menos aún, de neutralidad. Porque no puede haber neutralidad cuando lo que está en juego es el futuro de todo un pueblo.

Al final, el arco iris más luminoso acaba reduciéndose a sólo dos colores: independencia o dependencia, libertad o servidumbre, victoria o derrota. Ahora ya no existe un término medio que, de hecho, tampoco ha existido a lo largo de la historia. Hemos perdido demasiados años intentando algo imposible: que una comunidad nacional como la catalana pudiera encajar en un Estado uniforme, donde sólo hay espacio para una sola nación, una lengua, una cultura, una bandera, una selección. Conocemos ya todas las combinaciones posibles de gobierno en España, todas con presidente elegido también por diputados catalanes, todas han fracasado y ningún partido español defiende cambio alguno. Lo único que no hemos probado aún es lo que ahora se plantea: la posibilidad de tomar el futuro en nuestras manos, poner fin a la dependencia de España e iniciar nuestra vida colectiva como pueblo libre. Y es, justamente, lo que nunca hemos hecho, lo que ahora se nos quiere impedir.

Queremos ser independientes por dignidad, para hacer una patria digna y libre, con educación, sanidad, vivienda, transporte, trabajo y sueldos que sean también dignos para todos y no sólo para unos cuantos, en una tierra limpia y una justicia justa que castigue a los corruptos. Queremos ser independientes para garantizar una vida plena y normal en nuestra lengua y cultura nacionales, en un país creativo y moderno que continúe haciendo aportaciones a la ciencia y al arte universales. Independientes para tener un empresariado dinámico y emprendedor que se esfuerce, realmente, por el fomento del trabajo nacional y el progreso general, con trabajadores preparados y responsables. Aspiramos a un modelo de convivencia ejemplar, en un país acogedor e inclusivo, lejos de posiciones etnicistas. Queremos perder de vista los Felipes, los Marianos, los Alfonsos, los Bonos y los malos, todos los que todavía no han pedido perdón por el asesinato de Companys. Queremos la independencia de Cataluña como primera parte de un sueño nacional: unos Países Catalanes unidos por la cultura, la libertad y la soberanía.

Hace 76 años, desde el exilio, Rovira i Virgili escribía: “No sabemos en qué hora ni en qué circunstancias la ocasión llamará a la puerta de Cataluña. Nuestro deber -que debemos cumplir para merecer nuestro derecho- es estar preparados para el instante en que la llamada esperada resuene”. Y el antropólogo Manuel Delgado, aseguraba recientemente que al final la elección sería entre rojigualda o estelada. Pues bien, el momento ya ha llegado y tenemos que demostrar que estamos preparados para hacerles frente. La rojigualda, ayer y hoy, ya sabemos qué significa y qué representa, porque la hemos padecido y la sufrimos. Es el pasado a superar. Y también sabemos todo lo que puede llegar a representar la estelada, como símbolo de un futuro mejor. Por ello elegiremos, como Macià en 1931, “con el corazón abierto a todas las esperanzas”.

EL PUNT-AVUI