Reyes y tumbas: 1.243 años de la derrota de Carlomagno en Errozabal

El Poeta Saxo, un monje benedictino de la abadía de St. Gallen -o acaso de la abadía imperial de Corvey-, de nombre e identidad desconocidas, compuso entre 888 y 891 una de las más exhaustivas descripciones de la batalla. Según el cronista, Carlomagno ordenó destruir las murallas de Pamplona, “la principal ciudad de los vascones”, para que no se declarase en rebeldía. Saqueada esta y otras ciudades, con las tropas exhaustas tras días de marcha atravesando los estrechos senderos de montaña del Pirineo, los vascones “volvieron a entablar combate”. Allí tuvo lugar la batalla campal y decisiva. Aprovechando el desnivel del camino, los atacantes se abalanzaron sobre el ejército carolingio que avanzaba pensadamente a lo largo del paso de Zize, camino de Luzaide. Aquel día de agosto de 778 lucía la luna llena. Según el autor, “el rey se había adelantado y lo seguía, rezagado, el resto del ejército, ocupado en transportar la impedimenta que obstaculizaba su marcha. Desconcertados por el súbito tumulto, cundió el pánico” y la batalla se convirtió en una masacre a orillas de Errekabeltz, el río negro. Aquel día perdieron la vida, “entre muchos otros”, Agiardo que era el mayordomo de palacio, y Anselmo, palatino de la corte, y también Roland, señor de la marca de Bretaña. Otro cronista de la época, el Astronomus Limusinus, omitió nombrar los nombres de los muertos porque, según él, eran de sobra conocidos por todos. Y los nombres que él no escribió han sido olvidados por la historia.

“Este dolor ensombreció en gran manera en el corazón del rey”, nos dicen las crónicas. Tal vez, pero cuando los vascones entronizaron a Semen Lupus en 812, el imperio organizó una nueva expedición contra Vasconia que dio lugar a la segunda batalla de Errozabal. Los anales nos cuentan que Ludovico Pio llegó a la ciudad de Akitze (Dax) y ordenó saquearla manu militari. Posteriormente, atravesó Errozabal, descendió a Pamplona, y tras “permanecer allí el tiempo que le pareció”, se vio obligado a volver “por los mismos estrechos pasos de montaña por los que había venido”. Los vascones intentaron atacar, “pero fueron contenidos con astucia, asegurados con prudencia y evitados con cautela” ya que, tras ahorcar a algunos líderes rebeldes, “se capturaron las mujeres e hijos” de los demás, “que fueron conducidos con nosotros” como escudos humanos, de modo que, “gracias a esta artimaña, no pudieron ocasionar ningún daño al rey ni al ejército”. Una noble proeza, la de aquel piadoso emperador.

Ludovico organizaría una tercera expedición contra Vasconia en 824. Un ejército encabezado por los condes Aeblus y Aznar avanzó en la primavera del año 824 hacia el sur. Tras llegar a Pamplona y posiblemente saquearla, el ejército volvió sobre sus pasos hacia Errozabal. El resultado fue similar al de la primera batalla: “Rodeados por los habitantes del lugar, acabaron cayendo en manos de los enemigos, tras haber perdido todas sus tropas. A Aeblus lo enviaron a Córdoba, [como regalo] al rey de los sarracenos, mientras que perdonaron a Aznar [porque era vascón]”.

La tercera batalla de Errozabal causó el definitivo encumbramiento de Eneko Aritza como líder de los vascones y la creación del Reino de Pamplona. Este hecho obligó al emperador a cejar en su empeño de someter Vasconia y crear la Marca Hispanica que tanta sangre se había cobrado.

Errozabal ha sido testigo de muchos otros encuentros armados a lo largo de la historia. Fue teatro de operaciones en el contexto de la Guerra de la Convención en 1793, en el curso de las guerras napoleónicas y también durante las Guerras Carlistas, siempre con un terrible saldo en vidas humanas.

La empresa Aditu Arkeologia, radicada en Ubide (Bizkaia), ha realizado prospecciones arqueológicas en distintos lugares de Euskal Herria. Entre 2019 y 2020 sus directores, Francisco Valle de Tarazaga y Emma Bonthorne, han volcado sus esfuerzos en el Silo de Carlomagno, en Orreaga. La capilla de Sancti Spiritus, muy posiblemente la edificación más antigua del conjunto monumental de la Colegiata, contiene bajo el altar un profundo pozo que ha servido de osario durante siglos. Se le ha dado el nombre de “Silo de Carlomagno” ya que según la leyenda en su interior existe una sima o “zulo” donde se enterró a los guerreros francos caídos en 778. Se trata de un espacio cuadrado de unos 64m2 de planta y aún no se sabe qué profundidad tiene, aunque se presume que se hunde hasta nueve metros por debajo del nivel de suelo.

Trabajando a 4,8 metros bajo el suelo, el equipo compuesto por unos 25 arqueólogos y antropólogos físicos ha logrado descender 1,3 metros sobre la cota base. Hasta el momento han hallado e inventariado unos 300.000 huesos y fragmentos de hueso, lo que corresponde a unos 600 cuerpos. “Fueron colocados allí a través de los tiempos, cuerpo sobre cuerpo, envueltos en una mortaja cerrada con un alfiler”, comenta Fran. Tal como refiere Emma, los restos hallados nos cuentan muchas historias. Una de ellas es la del cuerpo perteneciente a un hombre joven al que una herida de arma blanca le seccionó el hueso del brazo derecho. Lo trataron en el hospital de Orreaga, pero murió a causa de la infección, tras días de agonía y mucho dolor. “Por uno de los botones sabemos que perteneció al Regimiento de Infantería Inmemorial del Rey No. 1. El libro parroquial del regimiento no ha sobrevivido al tiempo, pero es posible inferir que no llegaba a los 30 años de edad y, en virtud de un análisis preliminar de los rasgos morfológicos del esqueleto, es muy posible que se tratara de un hombre negro”. Probablemente era uno de los voluntarios alistados al regimiento que a partir de 1779 lucharon en Baton Rouge (Louisiana) y en Pensacola (Florida), en favor de la independencia de los Estados Unidos. Tras la firma del Tratado de París de 1783, estos hombres fueron enviados a México y allí permanecieron hasta que los trasladaron a Luzaide en 1793. Sabemos por las cartas de este período que se hallaban en condiciones francamente penosas, sin apenas calzado. Muchos de estos restos humanos evidencian graves dolencias físicas, traumas y malnutrición. Allí murió este joven, enfrentado a las tropas de la Convención, uno más de los cientos de restos hallados en este lugar.

Es pronto para saber si los restos de algunos de los guerreros francos muertos en la batalla fueron depositados en el silo, pero es seguro que Carlomagno huyó del campo de batalla a galope tendido hasta llegar a Herstal, situada a unos 1.300 kilómetros de distancia, en 50 días. Todo un récord. Nunca volvió en busca de los restos de sus hombres, que murieron de guerra, como el resto de los soldados que yacen en la sima, olvidados por todos y también por el tiempo. La mayor parte de los huesos de Carlomagno, canonizado por el antipapa Pascual III, descansan en un sarcófago de mármol como parte del tesoro de la catedral de Aquisgrán, patrimonio mundial de la UNESCO. Parte del cráneo se guarda en un busto enjoyado, intrincadamente decorado con oro y plata. Y sus restos son objeto de veneración.

La suerte de los huesos del que algunos llaman “Padre de Europa” contrasta con las historias que cuentan los cuerpos del silo de Orreaga. La mayor parte de ellos no vivió para ser padre y tener a un hijo en brazos. No es una excepción, detrás de todo emperador y de cualquier rey no hay sino un horrible rastro de tumbas.

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