En 1937 ‘Blancanieves y los siete enanitos’ fue la primera película de animación de los estudios Disney. La productora trabaja en una versión con actores. La prota elegida es la actriz latina Rachel Zegler (la María del ‘West Side story’ de Spielberg). Lo venden como un progreso de visibilización latina, pero en cualquier momento saltará el escándalo. Seguro que una elección tan mal fundamentada desde el punto de vista racial no quedará impune. Zegler no debería ser Blancanieves, dirá alguien. Por más que las versiones de dibujos animados la pinten morenaza, su doble blancura onomástica es inequívocamente germánica y, por tanto, alejada del fenotipo latino. De hecho, los historiadores convienen que el cuento original recogido por los hermanos Grimm procede de la localidad bávara de Lohr am Main. Se dan dos hipótesis sobre el personaje real que inspiró a Blancanieves, y en ambos casos son princesas germánicas. Por un lado, la baronesa Maria Sophia Margaretha Catharina von Erthal, que vivió en Lohr en el siglo XVIII. Una segunda posibilidad sería la condesa Margaretha von Waldeck, nacida dos siglos antes. No consta que ninguna de las dos fuese latina y, por tanto, es cuestión de tiempo que algún colectivo de germanófilos eleve una queja formal.
De momento, el único que se ha manifestado es Peter Dinklage (el Tyrion Lannister de ‘Juego de tronos’) para criticar la presencia de los enanos. En Disney deben de temer que les crezcan los enanos porque replican que contratarán asesores culturales (oficio con mucho futuro) y que consultarán a los colectivos enanistas. También insinúan que, en vez de actores, podrían ser imágenes generadas digitalmente y en vez de enanos, criaturas mágicas. (¿No lo eran, ya?) Dinklage, a quien mi abuela hubiera llamado liliputiense a pesar de no leer a Swift, considera que la historia es retrógrada, llama hipócritas a los directivos de Disney e impugna la reposición. Como mínimo él no quiere que cambien el argumento. Se vislumbra que el resultado final será desastroso. Una princesa germánica cantando reguetón ante siete elfos que bailan la conga. Que se inventen historias nuevas si no les gustan las antiguas, porque este revisionismo censor amenaza con transformar la cultura en pura parodia. Si seguimos así, las asociaciones de hipertensos pulmonares, enfermedad conocida como labios azules, exigirán el cambio de color de los Pitufos.
LA VANGUARDIA