Uno de los principales problemas de los historiadores de la Antigüedad es que, muy a menudo, tienen constancia escrita de una serie de respuestas, pero resulta imposible determinar con exactitud cuál fue la pregunta -la inquietud- que las motivó. Debido a este hecho, la respuesta -es decir, el texto- que ha llegado hasta nosotros en forma de libro, documento o de inscripción esporádica siempre tiene un sabor equívoco. Hay preguntas sin respuesta, como también hay respuestas sin pregunta (o, al menos, sin una pregunta formulada nítidamente). El proceso político que se vive ahora mismo en Cataluña no es ajeno a esta paradoja. Ha habido una respuesta gestual clara -la de las grandes manifestaciones de las dos últimas Jornadas- que no respondía a una pregunta simétricamente clara. Basta con recordar la deliberación sobre el tema. Una respuesta que es anterior a la pregunta se debe cocinar, consensuar, pulir y formular con especial cuidado. De alguna manera, lo que está pasando en estos momentos es absolutamente normal y previsible. Lo siento, pues, desilusionó a los analistas que desde hace unos días, y con una sospechosa y coordinadísima unanimidad, han decretado que todo “se está desinflando”.
Hay muchas otras respuestas que tampoco han surgido de ninguna pregunta, sino de algo parecido a un presentimiento. Desde el primer momento, el gobierno español ha esgrimido como pieza esencial de su argumentario el tema de la posible salida de la Unión Europea, la cuestión del euro, etc. Se trata de una respuesta extraña e intempestiva, que no estaba motivada por ninguna interpelación directa. Partía de la intuición de que otro tipo de argumentos habrían sido percibidos por la comunidad internacional como una amenaza a todo un pueblo que se ha expresado pacíficamente. Quiero decir que no es lo mismo apelar abstractamente a Europa, al euro, etc., que referirse con claridad a una de las funciones constitucionales del ejército español, pongamos por caso. En el primer caso se queda bien (gracias a la complicidad de personajes como Barroso et al.), mientras que de la otra manera se dispararían todas las alarmas, e incluso habría una actitud vigilante. Repetimos, sin embargo, que esta respuesta no partía de ninguna pregunta explícita, ni siquiera de ninguna insinuación tácita. En cambio, sí que había, y aún hay, una verdadera pregunta sin verdadera respuesta: ¿por qué no podemos ejercer un derecho tan elemental como votar? Esta interrogación, sencilla y clara, ha sido contestada con el silencio administrativo, o bien con una curiosa fraseología pseudojurídica que, por supuesto, no responde a la cuestión planteada.
En todo caso, hay un par de respuestas que me gusta como suenan pero que no acabo de ver clara la cuestión que las ha motivado. Se trata de términos como diálogo o negociación. Seamos francos: la condición de posibilidad básica del diálogo es el reconocimiento del interlocutor, y la de la negociación, el hecho de que se acepte o no la existencia de algo negociable. Tal como están ahora mismo las cosas, apelar a estos dos conceptos resulta por completo absurdo. Existía -y existe- una pregunta previa que nadie se ha molestado en contestar de manera explícita y clara: ¿nos reconocen a los catalanes como sujeto político? Sí pero no. He aquí la respuesta abreviada. Indiscutiblemente, no es ni explícita ni clara. Imaginemos que en una hipotética consulta sale un hipotético sí a la independencia votado por una mayoría abrumadora, clarísima. Muy bien: ¿y ahora qué hacemos? Y es que no nos hemos preguntado previamente si existe la obligación de emitir respuestas. Es un detalle importante que gravitará sobre cualquier resultado de cualquier consulta.
La estrategia del gobierno de Rajoy es más simple de lo que parecía en un principio. No consiste sólo en callar, o incluso en ignorar el interlocutor, sino en algo mucho más radical: negar la mera posibilidad de la interlocución, a base de citar el primer artículo de la Constitución española. Esto genera una paradoja extraña: Rajoy responde que no puede responder (¡?) Porque, de hecho, no hay nadie que tenga la legitimidad de formular esta pregunta. Esto me recuerda un anécdota verdaderamente hilarante que explica el físico francés Henri Broch. Resulta que, cuando era pequeño, veía como sus tías espiritistas invocaban las voces del más allá por medio de un código en el que un golpecito significaba sí, y dos, no. A veces, al interpelar a los difuntos, creían oír los dos golpecitos, y decían con naturalidad: “Hoy no hay nadie”.
ARA