Primeramente, y para dejar las cosas claras, he de decir que concibo el festejo de la celebración de la fiesta del alarde como tal. Es decir como fiesta, y como tal toda la ciudadanía tiene derecho a celebrarlo. El presente artículo constituye una referencia de los datos del libro “Asedio de Fuenterrabía y avasallamiento de Guipúzcoa”, que lo conocen los ediles municipales de Hondarribia, mediante entrega de copia al asesor municipal Kote Guevara y el concejal de Cultura Javier Gezala, hace casi un año.
Cuando se elige un político para un cargo de incidencia social, la tarea de éste es mantener una ética moral de veracidad; la sinceridad es el elemento esencial y primordial para relacionarse con la población, y esto, a través de los sucesos, no se produce en Hondarribia. Si falla, como ocurre en Irun y Hondarribia, se pueden ver espectáculos como los que se están dando. Los ediles manipulan la verdad, quebrando la obligación que tienen de abanderarla, social, cultural e históricamente.
¿Qué nombre habría que aplicar a unas autoridades que apoyan públicamente a padres que van con hijos menores a competir en la profusión de insultos? Se puede adjetivar las actitudes, pero no voy a ser yo quien lo haga, sino que me atendré a la explicación de los hechos que se conmemoran, como “tradicional” e “histórico”.
La realidad es que la iniciación de los alardes, no fue cuestión de defensa local, ni siquiera vasca. El primero que los fomentó, según mis conocimientos, fue el cardenal Cisneros, y ocurrió en Castilla. La nobleza castellana prohibía el uso de armas a los plebeyos, y el cardenal les permitió hacer alardes de armas y utilizarlas los fines de semana, como instrucción militar. Esta recluta de hombres, que tan bien vino al cardenal Cisneros para enfrentarse a la nobleza, se vio tan beneficiosa para la captación de incautos, que se siguió empleando por todos los servicios militares que han sido, en el Estado español. Hasta nuestros días llegó el servicio de recluta militar, derivado de aquellos alardes iniciales, como preparación para la guerra.
Tengo entendido que en el alarde “tradicional”, se hace reserva de una compañía a los madrileños que acudieron a romper el cerco de Fuenterrabía. El hecho es absolutamente falso, ya que los voluntarios que salieron de Madrid se disgregaron en Valladolid, tras una disputa en la que mediaron el uso de armas, por una cuestión de ser o no, acompañados por damas.
La leyenda que se recrea alrededor del “coronel”, es también totalmente falsa e inmerecida. Nombrado por el rey pero sin adjudicarle tropa regular, era el peón obediente del corregidor para hacerse con milicias, previa obligación a las juntas, de que los pueblos prestaran el número de personas del pueblo, que se habían dispuesto en aquellas.
Son las propias actas del municipio, las que confirman los abusos del coronel Isasti (ascendido a coronel tras el robo de árboles del común de los hondarribitarras), y del entusiasmo que ponía para la recluta de hombres, tanto para la lucha en el mar como en tierra, sin referencia alguna a la falta de tropa española, que sólo se encontraba en los acuartelamientos de las fortalezas (San Sebastián y Fuenterrabía), y en el mínimo número de unidades de ellas.
Es curioso que la mejor avenida de la ciudad de Hondarribia esté dedicada al que fuera alcalde de Fuenterrabía, Diego de Butrón. Don Diego fue un sinvergüenza, del que tenemos noticia también en las actas del ayuntamiento, por las denuncias de sus propios compañeros. Fue el encargado de tramitar las mercedes de la ciudad en Madrid, pero mientras que se hizo con las suyas, en perjuicio de las del municipio, los costos corrieron a cargo municipal. Tanto este hecho, como su cobarde actuación en la fortaleza, y sus actuaciones contra la hacienda municipal y bienes de los vecinos, quedaron reflejados en las actas municipales.
Finalmente, con los formulismos de la obligatoriedad de efectuar el alarde y el compromiso de defender la tierra contra los franceses, la realidad es que los alardes guipuzcoanos fueron los medios por los que la monarquía borbónica se impuso en el territorio. El trato recibido por la población fue el de la esclavitud que se ejercía en América. Culturizar inversamente, tergiversando la historia, es ser colaboracionista con el ocupante, a la escala que lo hizo Pétain con los germanos. Es impedir que los ciudadanos que los han elegido conozcan su propia historia.
En resumen hemos de decir que lo de Alarde “Tradicional”, no tiene nada de tradicional ni de histórico y mantener esa tesis, como lo hacen los ayuntamientos de Irun y Hondarribia, es mentir descaradamente y colaborar a un engaño que produce enfrentamiento civil y social. Y como el hecho se produce con el conocimiento de datos y referencias, el caso compromete a los partidos y autoridades que amparan esta división civil. La responsabilidad y calificativos que se exigiría a un educador, serían graves. Los que deben ponerse a unos políticos, cuando media además su demostrado interés electoral, lo deben ser mayormente.
(*) Autor del libro “Asedio de Fuenterrabía y avasallamiento de Guipúzcoa”, de Editorial Pamiela