La letanía de “Franco murió, ahora hay democracia, todo es posible” ya no puede sustentar argumentos que expliquen sucesos tan nítidos como la negociación “del cambio” en la Navarra residual” o la “Ley de Memoria Histórica”, sin olvidar la “aprobación” de Estatut del Principat catalá o la propuesta del llamado “Plan Ibarretxe”; por no comentar las falacias sobre el “respeto a los derechos humanos”, visto el tratamiento subyugatorio y de exterminio perenne sobre los prisioneros políticos; la “libertad de expresión” y las publicaciones clausuradas; o la “libertad de reunión y asociación”, con formaciones democráticas ilegalizadas; o la “libertad de manifestación” más presunta que nunca.
El actual autodenominado “sistema democrático” vigente, basa todas sus premisas conductivas en un concepto absolutamente totalitario: la tolerancia. España y Francia toleran, de mejor o peor modo, a los vascos, es decir, “nos perdonan la vida”. Se tolera el nacionalismo, siempre que no cuestione la “unidad nacional”. Se tolera, peor, el independentismo, siempre que “no sea violento”, no pretenda nunca la independencia, y no cuestione el orden establecido; en España además se tolera el republicanismo siempre que no cuestione el modelo de estado ni por supuesto al rey. Se tolera, se aguanta, se permite siempre bajo la premisa indiscutible de la jerarquización de toda relación. Todos súbditos del estado, del ordenamiento vigente, de la perspectiva simbólica e identitaria hegemónica impuesta por la violencia: la española o la francesa.
Así es y en ese marco nos movemos. Hoy por hoy, no existe ningún atisbo de democracia real en el vigente “sistema democrático” que regula nuestras vidas. En la democracia real el concepto conductivo fundamental es el del respeto absoluto, el respeto de igual a igual, sin jerarquías, sin desequilibrios. De ahí que cuando Ibarretxe habla en clave de respeto omite la evidencia de que su interlocutor le trata en clave de tolerancia, de superioridad, por lo que la proyección de sus palabras es vana.¿Un pacto entre desiguales? Un nuevo castillo de naipes estatutario. ¿Engañufla electoral? ¿Ingenuidad cristiana? Da igual: callejón sin salida; a no ser que opte por la subversión y el desafío al Estado español, lo que entonces si pudiera generar dinámicas involutivas determinantes en clave de soberanía.
Pero es difícil que sea así. Ojalá me equivoque. De su discurso prevalece una categoría sobre las demás: la de “evitar la confrontación”, estar “siempre con la mano tendida”, a quien sea, incluso a los SS que te están metiendo en la cámara de gas. No hay duda de que evitar la confrontación es deseable, pero tratar de evitarla a toda costa como objetivo estratégico es a su vez más que abominable, porque condena indefectiblemente a la sumisión y a la banalidad, y esa experiencia ya ha supuesto muchos ciclos de sufrimiento a este pueblo.
El No español y francés a la negociación, ya sea con Ibarretxe y su vía “legalista” o con el independentismo irredento, no es algo nuevo. Los partidos unionistas españoles y franceses (siempre mucho más sibilinos y astutos) han demostrado una y otra vez en las últimas décadas que no están por la labor de llegar a una resolución histórica del conflicto. Los siglos de división territorial, de represión indiscriminada, de “reeducación” y prostitución de la Historia, de desnavarrización y sobre todo de negacionismo de Euskal Herria, como nación, y de Navarra como estado de los vascos, siguen dando buenos réditos, y la trampa del “juego democrático” es la guinda perfecta de una estrategia perversa de sometimiento: “en democracia todo es posible”… menos cuestionar el status quo impuesto antidemocráticamente.
Pero también es indiscutible que el proceso de asimilación de los vascos y vascas está en entredicho. En el caso de Hegoalde o Navarra peninsular los criterios identitarios mayoritarios son comprobados demoscópicamente de modo sistemático y están lejos de converger con los parámetros que los estados necesitan imponer. Solo un 7% se considera español. Los ambiguos español-vasco y vasco-españoles les siguen en un porcentaje creciente pero menor aun que el mayoritario con diferencia: vascos y solo vascos. Entonces el “la sociedad está harta” es otro de los diagnósticos típicos, mezclando y comparando de modo soez las tasas de compromiso y participación política con los índices de identificación individuales sin tener en cuenta otras variables estructurales como la falta de libertades plenas o el miedo a leyes excepcionales como “la antiterrorista”. Pero harta ¿de qué?, ¿de quién? Sobre todo está harta de que ciertas dinámicas se hayan convertido en cíclicas, de que al final, tras épocas de apasionada esperanza, siempre prevalezca el No rotundo, a veces en clave de tolerancia (ahora se llama talante), casi siempre en clave de tragedia represiva y siempre en clave absoluta de falta de respeto, de falta de democracia. Esa sociedad “harta” no está casualmente narcotizada por el consumo y el “bienvivir” occidental, ni es ajena porque sí a la política y las causas sociales, pero al margen del conductismo social que impone este sistema político y económico sabe muy bien lo que es y no quiere ser: sin ir más lejos no hay más que ver los índices de apoyo de las selecciones nacionales propias más del 85%. ¿Pero no estábamos divididos al 50% entre nacionalistas y unionistas?
¿Qué puede hacer variar las posiciones de las metrópolis? Sin duda hay que aprender de terceros. Cuando la marea baja es absurdo intentar avanzar por el centro de la ría, la corriente es infranqueable y los patrones saben que han de navegarse las orillas, aunque generalmente esperan a que suba con la pleamar. Cuando baja la mar, la fuerza del agua, de la corriente impone respeto. Del mismo modo nos hemos de hacer respetar, convertirnos en una marea respetable, una corriente digna de respeto, una corriente intolerable para el que intenta doblegarla. Y ese carril central es el tercer carril que hemos de habilitar, es poderoso, inquebrantable, hegemónico, mayoritario.
Hay que impulsar ese tercer carril convergente, que no una tercera vía paralela: el carril popular por la soberanía plena que converja con todo lo hecho hasta ahora, que no es poco. Una marea incontenible, heterogénea, con principios sólidos y mínimos de consenso transversales en la que quepamos todos y todas (el independentismo no debe ser, ni es, estrictamente nacionalista ni abertzale, existen muchas variables que permiten explicar la necesidad de recuperar la independencia nacional en claves ajenas a los derechos históricos y políticos), que permitan una imparable corriente hegemónica por la recuperación estatal.
Del mismo modo que en el proceso esloveno, en Montenegro, en Estonia o en Kosova, Al igual que están emergiendo Escocia o Flandes. En todos los casos mencionado al margen de las evidentes y flagrantes diferencias, los procesos se convierten en irreversibles desde el momento en que se terminan por hilar los mimbres de un inmenso movimiento popular que pone contra las cuerdas a la Metrópoli respectiva. Es el escenario en el que se impone la clave del respeto, ya que la hegemonía del movimiento coloca a los interlocutores en un mismo nivel (Bálticos, República Checa, Eslovaquia…) y se diluye cualquier intento de seguir en clave tolerante, ya que la experiencia demuestra que entonces el conflicto estalla y el proceso deriva a claves de confrontación general, dramáticas pero a la larga políticamente más dolosas para la Metrópoli. (Eslovenia, Croacia, Bosnia… Kosova)
Al margen de que el Estado Español retome o no la clave negociadora (no sé con qué credibilidad), o de que Ibarretxe avance hacia parámetros sumisos o subversivos en su propuesta de pacto-consulta, lo cierto es que la articulación de un carril central soberanista, que transversalice los consensos soberanistas, dé protagonismo a nuevos agentes sociales para vehiculizar la participación popular, e impulse dinámicas y acciones de convergencia, permitiendo así la recuperación de dinámicas de participación y compromiso de abajo arriba (hasta ahora ha habido pocos ámbitos de posible participación ya que los procesos habidos han sido de arriba abajo, por lo que se ha fomentado el delegacionismo en detrimento de la participación y el compromiso) que aumenten el valor de las movilizaciones haciéndolas claramente determinantes.
En resumen y por hacer un paralelismo, una revolución cívica por la soberanía (por favor que no sea naranja-ciclista, a poder ser para que no la vinculen con la que promocionó la CIA en la Ucrania de Yushenko), que haga que la marea baje con la fuerza suficiente como para llegar al mar de la independencia en menos de un lustro.