Reformar España, ¿ahora?

Durante un siglo largo, los partidos catalanes tenían como objetivo la reforma de España, su modernización y democratización, desde la convicción de que, necesariamente, esta reforma acabaría beneficiando a Cataluña, ya que le haría más llevadera la dependencia nacional en todos los ámbitos. No se cuestionaba, pues, la pertenencia al Estado, sino los términos de ésta, de qué forma la dependencia se producía.

El catalanismo conservador planteaba la cuestión en términos de autonomía política, con énfasis especial en el ámbito cultural, aspirando a influir en España en los aspectos económicos. El catalanismo de izquierdas no salía de una retórica federalista que nunca consiguió federalizar absolutamente nada. La Lliga dio ministros al gobierno español, como se los dio la ERC federalista de los años 30. Exactamente lo mismo que ha hecho, hasta hoy, el PSC, de 1982 hasta hoy. El dilema -dado el carácter minoritario del independentismo- no era, por tanto, si dejar España o continuar en ella, sino establecer en qué términos tenía lugar la permanencia: autonomía, como las demás, o un federalismo que nunca llegó, ni se concretó en nada serio, articulado y tangible.

Pero todo empezó a cambiar cuando la ficción de un Estado español democrático y respetuoso con su diversidad interior saltó por los aires con la sentencia de su tribunal constitucional contra el Estatuto de Autonomía. Todavía no hace diez años y Cataluña ya no es la misma y la sociedad se ha transformado profundamente. Es tan grande el cambio que los partidos que han monopolizado la política durante cuatro décadas, o bien ya han desaparecido, o bien ya no son los protagonistas principales. Y con los movimientos radicales que hemos vivido, también ha cambiado la pregunta política básica. Ya no se formula en los términos clásicos de si queremos autonomía o federalismo, siempre dentro del Estado español, sino, lisa y llanamente, si nos quedamos o si salimos del mismo para ser independientes. O dentro, o fuera, pues.

Cuando ya parecía que todo esto estaba muy claro, al tiempo que la represión española no decae, sino que persiste y se transforma, hay quien parece que quiere volver a la etapa de reformar España. ¿Justamente ahora? ¿Va esto en serio? Después de pisar el acelerador para que el vehículo fuera derecho hacia una piscina sin casi nada de agua, ¿ahora queremos volver a ella, pero con el freno de mano puesto, y sin dar explicaciones y argumentos consistentes ni, por supuesto, la más mínima autocrítica?

Vincular nuestro futuro al de España creo que es un error de magnitud colosal. Hacer depender el éxito de nuestro proyecto emancipador de unas alianzas políticas y unos futuros electorales que, en caso de que lleguen, los de mi generación probablemente ya no veremos nunca, me parece una gran equivocación. No podemos construir nuestra estrategia sobre los cimientos de otras.

La lucha de los irlandeses no era para convertir en República el Reino Unido de la Gran Bretaña. Ni la de los cubanos era conseguir una España con mejores políticas sociales. Ni la de los argelinos modernizar Francia. Ni democratizar Portugal era lo que perseguían los mozambiqueños. Su combate, el de todos estos pueblos, era ser independientes del Estado del que habían formado parte hasta ese momento. Se supone, pues, que el objetivo de los catalanes independentistas es la independencia de Cataluña.

No es que nos disguste imaginar que España evolucione hacia lo que nunca ha sido, sino que éste no es nuestro combate principal. Obviamente, siempre estaremos más tranquilos y cómodos teniendo como vecino un Estado con una democracia de calidad que no justo al contrario. Y más justo y más moderno. Pero este noble y digno objetivo, probablemente ingente, ni depende de nosotros, ni debería ser nuestro objetivo fundamental. Coger el sendero del reformismo español no diría que sea el camino más acertado para nuestra emancipación nacional. Es cuando hemos tomado la iniciativa nosotros, autocentrados en nuestra prioridad colectiva, cuando hemos avanzado. Y no lo hemos hecho cuando hemos ido a remolque de otras prioridades a las que hemos subordinado la nuestra.

Porque no es cierto que lo que pase en España resolverá el contencioso con Cataluña, sino justo al revés. Será una solución democrática, en las urnas, para resolver nuestro conflicto nacional, será lo que pase en Cataluña lo que, finalmente, acabará provocando un cambio histórico en España en todos los ámbitos. Mientras tan solo nos imaginemos ligados a España y nuestro hoy y mañana subsidiario del suyo, no habrá futuro nacional para nosotros.

Por eso hemos de elaborar estrategias unitarias -que no quiere decir sólo, ni necesariamente, electorales- para que la solución al problema que España nos crea, impidiéndonos votar y manteniendo presos, exiliados y perseguidos, no se quede en España, no se lo reduzca a ella, no se ose traspasar sus límites fronterizos.

Debemos hacer que la intransigencia española constituya un problema insalvable para Europa. Tenemos que conseguir que el problema español incomode a Europa, que sea Europa la que vea tambalearse, realmente, sus fundamentos políticos, sus intereses económicos y su credibilidad democrática. Debemos obtener, siempre pacíficamente, que Europa diga basta, por conveniencia propia, y fuerce a España a una solución que no puede ser otra que decidir nuestro futuro en las urnas, en un referéndum de autodeterminación. Es necesario que todo el mundo se dé cuenta de que la negativa española a encontrar una solución pacífica y democrática para resolver el contencioso catalán constituye un factor permanente de inestabilidad en la Unión Europea.

No es necesario hacer un manifiesto para anunciar su nuevo diseño de emancipación, pero no hace falta una imaginación demasiado desbordante para elaborar los grandes trazos de una estrategia activa y de masas, de desobediencia civil y acción democrática valiente y no violenta. No podemos dejar nuestras legítimas y necesarias aspiraciones nacionales dependiendo de unas mayorías de gobierno en España, la aprobación de una ley o unos presupuestos, la configuración de una mesa, la presidencia de una comisión o el logro de un 0,25% de no se sabe muy bien qué. Si esto va en serio, si realmente queremos ganar, liberar presos y exiliados y poner fin a la represión, el cambio debe empezar y no podemos volver a equivocarnos de camino. Quizás ya ha llegado la hora de que nos convenzamos de que el lugar más adecuado para un lirio no está en manos catalanas, sino creciendo al sol o bien, a lo sumo, en el interior de un jarrón con agua.

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