Reflexiones en torno a “las matxinadas en Euskal Herria”

PRESENTACIÓN LIBRO MATXINADAS

La sociedad vasca de la Edad Moderna presentaba paralelismos con otras sociedades del entorno, pero también ofrecía un nítida singularidad no solo en virtud de una determinada estructura socioeconómica y demográfica y de su trayectoria histórica específica desde las épocas antigua y medieval, sino especialmente debido a su peculiaridad político-administrativa-institucional, la foralidad, a su cultura original, principalmente la lengua euskérica, a la persistencia del derecho pirenaico, cuya base radicaba en el pactismo, y a su situación dependiente de dos Estados.

No convendría tampoco olvidar que esa sociedad vasca, aparentemente estable, mostraba una situación engañosa. Bajo el manto falazmente igualitario de la hidalguía universal se escondían fuertes desigualdades sociales, incluso dentro del mismo status hidalgo. Es indubitable la existencia de campesinos con escasos predios alodiales o ninguno, sirvientes, criados o morroi e incluso collazos, asimilables a siervos de la gleba. En la propia familia se podía producir notables diferencias entre el ostentador/a del mayorazgo y el resto de los hermanos, obligados a elegir la clerecía, la burocracia, el ejercicio de las armas, la emigración o la supeditación al jauntxo del hogar familiar. Por otra parte, no cabe negar la existencia de una oligarquía dirigente, progresivamente detentadora del poder económico, político y social, frente a una masa que a duras penas sobrevivía y en muchos casos optaba por la emigración, importante válvula de escape a la problemática social. También es digno de mencionar la carencia de una clase media lo sufientemente amplia para servir de colchón entre los dos extremos polarizados como existe en las sociedades occidentales actuales.             Cualquier sociedad, por el hecho de serlo y estar conformada por seres vivos, incluye siempre una tensión latente. Si está veteada por una gran desigualdad y las posibilidades de superación de esa situación o de ascenso están bloqueadas o no existen canales neutrales para encauzar las disparidades, injusticias y reivindicaciones por las vías pacíficas (pleitos, concordias, acuerdos), los conflictos aparecen ineludiblemente. A veces los enfrentamientos se dirimían en los tribunales, como el es caso de la larga lucha judicial en Navarra por la supresión de “las pechas”. Pero no era lo habitual. Para que estallase un conflicto solapado en violencia abierta era preciso no solo un caldo estructural de cultivo en estado “pil pil”, sino que, además, emergiesen precipitantes coyunturales y algún detonante, a veces anecdótico, para la eclosión final. Si añadimos que Euskal Herria estaba constreñida y dividida entre dos Estados, aún contando con la foralidad, que la dotaba de un margen notable de autogobierno, muchas tensiones derivaban o se originaban en motivaciones políticas (motín de la sal en 1634, Matxinada de 1718 etc.). Por ello, los conflictos en Euskal Hería son muy complejos y tienen al menos tres niveles citados de intersección e interdependencia.

Sería pertinente establecer una triple gradación, tanto en la conceptuación como en la terminología de las sublevaciones. Las revueltas, motines, algaradas, levantamientos, asonadas, conmociones, emociones, tumultos, alborotos etc formarían parte de un primer estadio, caracterizado por ser pulsiones o estallidos sociales, momentáneos, espontáneos, breves, que protestan contra un hecho concreto (impuesto, carestía,subida de precios, actuación represiva..). La rebelión o la sedición supondría un levantamiento más persistente dirigido contra las autoridades, en los distintos escalones de la administración, con el fin de dar un giro parcial al sistema de gobernar o sustituir algún cargo malquerido. Por último, la revolución conllevaría el intento consciente de transformar radicalmente el sistema social y de gobierno.

También sería necesario advertir que la explosión violenta de un conflicto precisa de un triple proceso secuencial y procesual. En primer lugar, unos condicionamientos estructurales de desigualdad persistente, situación deprimida continuada, avasallamiento constante y duras condiones de vida. A ello habría que añadir en una determinada coyuntura algún fenómeno acosador: malas cosechas, epidemias, precios altos de las subsistencias básicas, conculcación de derechos forales, imposiciones tributarias etc, que actúan como engendradores e incrementadores, a veces sordos y latentes, del cabreo generalizado. Finalmente un incidente o chispa, a veces anecdótico y banal, incita como catalalizador y detonante el estallido violento. Pongamos un simil forestal y entenderemos bien el proceso. Un bosque de eucaliptus, árbol resecador y pirofítico, es un entorno estructuralmente propenso al fuego. Si carece de limpieza natural o artificial del sotobosque es coyunturalmente incitador de un incendio. Una cerilla encendida voluntaria o involuntariamente sería el detonante.

Nadie se lanza al ruedo de la disputa por espíritu de aventura, por afán de protagonismo, por avidez de esparcimiento ni mucho menos por incontrolable vicio como una cabra de mi abuela; al salir de la cuadra brincaba tanto de contenta que daba con el cuerno en el culo. Cuando alguien inicia el camino de la contienda, es porque se halla impulsado por ineludibles condicionamientos y por poderosísimas razones de toda índole que le impelen a ello.

En mi larga trayectoria como docente simepre apliqué a la hora de analizar cualquier acontecimiento histórico una metodología sencilla y lógica, quizás derivada de mi formación escolástica. Este procedimiento analítico incluía tres elementos a examinar: contexto o causas, desarrollo y consecuencias. Las primeras incluían los condicionantes estructurales de largo alcance sembradores de descontento, dialécticamente entrelazados, los factores coyunturales de medio e inmediato plazo y el detonante. El segundo paso contenía el desarrollo del conflicto que implicaba estudiar sus fases, objetivos, protagonistas sociales, papel de los líderes, reivindicaciones y otras cuestiones. El último elemento a considerar eran las consecuencias: demográficas, económicas, sociales, políticas, ideológicas, logros, cambios, represión, damnificados, beneficiados etc.

En Euskal Herria durante los siglos XVI y XVII los conflictos en general se mantuvieron dentro de unos límites soportables en gran parte debido a lo que el historiador Thompson ha denominado “la economía moral de la multitud”, es decir, la existencia de una norma no escrita tradicional, según la cual los precios de los productos de primera necesidad, especialmente los cereales, debían ser justos y razonables. Pero el el siglo XVIII se produjeron cambios notables que alteraron la situación y los conflictos se incrementaron en cantidad e se hicieron culitativamente más virulentos. Entre los cambios acontecidos destacarían los siguientes:

-La oligarquización (gobierno de una minoría o elite) creciente de los ayuntamientos y Diputaciones.

-La venta y privatización de los bienes comunales concejiles, de los que disfrutaban libremente los vecinos mediante roturaciones agrarias, aprovechamiento ganadero, leña y carbón.

-La liberalización de los precios de los cereales en 1765 que benefició a los acumuladores y especuladores y perjudicó a al clases bajas.

-Los enfrentamientos internos entre los diferentes grupos oligárquicos, principalmente la burguesía mercantil e industrial costera y los jauntxos rurales, originando posicionamientos antagónicos en determinadas cuestiones.

-El paulatino endeudamiento y aumento de la presión fiscal por parte de los Ayuntamientos para realizar pagos extraordinarios, sobre todo los provocados por las guerras.

-El intervencionismo centralista de las dos Coronas borbónicas, la española particularmente, que progresivamente pretendían controlar la economía, cultura e instituciones vascas.

-El control del contrabando, una importante fuente de ingresos para los habitantes de los territorios vascos,por parte de las Hacienda Real.

-La eclosión revolucionaria de 1789 que entró con mal pie en Euskal Herria en la Guerra de la Convención (1793-95) durante el período más radical de la Revolución. Los revolucionarios galos, que habían entraron a sangre y fuego en Iparralde suprimiendo sus tradicionales libertades. Invadieron por las armas gran parte de Hego Euskal Herria alardeando de ser ciudadanos libres e iguales y se encontraron con otros individuos libres e iguales por nobleza. De la sorpresa se pasó a la confrontación. Algo atisbó el general Moncey, jefe de las tropas que ocuparon Donosti y favorable a mantener los Fueros, frente a la cerrazón revolucionaria de los comisarios Pinet y Cavaignac, partidarios de la incorporación in totum a la nación francesa.

En resumen, se podrían establecer tres conclusiones:

-1-Durante los siglos XVI al XIX en Euskal Herria se produjeron conflictos, en forma de matxinadas, rebeliones o revueltas, y otras diferentes denominaciones, con características semejantes a las de otras naciones y estados europeos de la época, tanto en los contextos de gestación estructural, precipitantes coyunturales e incluso detonantes, como en los procesos de desarrollo, de participación social, de tensión reivindicativa y de posterior represión a cargo de los poderes constituídos en los distintos ámbitos, central, foral y municipal.

-2-Sin embargo, dada la peculiar estructura economico-social y el singular entramado político, jurídico e institucional, conocido como régimen foral, que dotaba a Euskal Herria de una identidad privativa peculiar y una notable capacidad de autogobierno, los pasos iniciales de los conflictos en su mayoría poseyeron un carácter eminentemente social, antiseñorial, antiburgués, fiscal, aduanero o de furia de los consumidores, con incipiente protagonismo femenino, tanto activo (participación en el motín y en las reivindicaciones), como pasivo (sufrimiento del horror bélico). Pero en el transcurso, y a veces en el origen de los episodios conflictivos en numerosas ocasiones, devinieron y adquirieron un carácter netamente político de respuesta frente a reales o pretendidos agravios, que ponían en entredicho la foralidad, asumida como garante del sistema tradicional del autogobierno, de la estabilidad social y de la economía moral.

-3-Ciertamente, Euskal Herria en esta época, aunque gozaba de un no desdeñable grado de autogobierno, dependía de dos Estados, francés e hispano, al que sus diversos territorios habían sido anexionadas o incorporados mediante mediante conquista o pacto voluntario, ya fuese éste real, forzado, ficticio o posteriormente asumido como tal. Por consiguiente, esa situación de “asfixia entre dos estados” (Beñi Agirre) imponía rasgos, condicionantes y riesgos, ajenos a su propio destino y devenir históricos, forzándola a sufrir invasiones, ocupaciones, contrafueros y otras repercusiones de diversa índole. Por supuesto se vio obligada a asumir posicionamientos, alejados de sus propios intereses, sin olvidar el hecho de que algunas elites internas colaboraran en esas actitudes inducidas desde instancias externas.

Moraleja y aviso a navejantes actuales. El caldo de cultivo de una algarada, revuelta o revolución es siempre un mar en calma aparente. Pero, si bajo la superficie deambulan acechantes estos cuatro tiburones: desigualdad, opresión, pobreza e injusticia, y la coyuntura es idónea incrementando el sedimento incendiario, cualquier detonante provoca la violenta respuesta. De todas maneras, en las democracias de hoy, con unas clases medias enojadas, más empobrecidas e inermes ante los retos actuales, las alteraciones que pululan desde Hong Kong, al Líbano, pasando por Francia y Chile, son mucho más complejas y más dificiles de analizar en su causalidad, etiología, síntomatología, morfología y consecuencias. Recomiendo la lectura de un artículo de Daniel Innenarity, “Democracias irritadas”.

Aún a riesgo de parecer pelota o incluso paniaguado, lo cual no es cierto, quisiera agradecer la oportunidad que Nabarralade me ha ofrecido para escribir y publicar este trabajo. Felicito, además, a la entidad por la iniciativa de esta colección, que pretende divulgar episodios importantes de la historia de Euskal Herria, sin que ello suponga una merma del exigible rigor científico. Existe una frase muy manida, atribuida a a Carlos Marx, no a Groucho: “El pueblo que desconoce su pasado está condenado a repetirlo, con frecuencia de manera trágica”. También me gusta esta otra:”La incompresión del presente nace fatalmente de la ignorancia del pasado”; de Marc Bloch, historiador francés asesinado por los nazis. Y no me desagrada ésta, preferida de los tratadistas romanos:”Historia magistra vitae”. Una metáfora poética del gran poeta argentino, hijo de gallegos, Francisco Luis Bernárdez sirve para constatar el valor de la historia:

“Porque después de todo he comprendido

por lo que el árbol tiene de florido

vive de lo que tiene sepultado

También me resulta sugerente esta otra comprobación de mi cosecha:”Olvidaron la historia; la llamaron leyenda, pero siempre volvía con dos nombres cambiados: memoria o pasado”.