«Pacificada Catalunya por el relajamiento nacional y social construido por el PSOE, con la ayuda inexplicable de ERC, el PSC se ha encontrado una alfombra de oro por la que poder desfilar hacia la victoria»
Fascistización de espacios públicos.
Ya hace décadas que el discurso de Jean Marie Le Pen sobre la inmigración, en Francia, fue contagiándose a la totalidad de fuerzas políticas restantes, por lo que se ha referido a la ‘lepenización’ del discurso político francés sobre este tema y otros. El racismo latente o desinhibido está presente en todas partes, desde los campos de deporte a los medios de comunicación o la conversación de bar. Los inmigrantes, sólo los pobres, claro, son los culpables de todas las maldades que nos ocurren, y, en el Estado español, específicamente los inmigrantes magrebíes, del África negra y los asiáticos… La ola ultrarreaccionaria, que Estados Unidos y Brasil conocen bien, con expresiones antidemocráticas, ya hace tiempo que avanza en Europa y se ha enseñoreado de algunos espacios públicos, en medio de una crisis profundísima que afecta directamente a los sectores populares. El miedo y la incertidumbre por el futuro, la pobreza creciente, la desesperación ante la precarización de las condiciones de vida dejan paso a respuestas demagógicas que cargan las culpas no a un sistema económico perverso, ni a la minoría privilegiada que se beneficia, sino a los últimos de la cola: los de fuera, los que no tienen casa y ocupan las que los bancos tienen vacías, los que son “diferentes” en tantas cosas…
A partir de ahí, desde la insatisfacción ante la política, el olvido institucional y la convicción de pertenecer a la periferia permanente de la vida, nace en las zonas más deprimidas un discurso de odio desde el que se combaten las políticas de género, de interculturalidad, de libre orientación sexual, de acción climática, de laicidad y de normalización de la lengua propia que, además, se envuelve de pies a cabeza con la “rojigualda” y la catalanofobia. Esto explica la paradoja de que Vox haya desempeñado un gran papel en zonas acomodadas, pero a la vez en los barrios más populares y marginales y, significativamente, también en colegios electorales cercanos a sedes de funcionarios uniformados. Figurando neutralidad perfecta, o bien en español, esta reacción tan peligrosa desde el punto de vista civil cuenta ya con más de 400 representantes municipales en los Países Catalanes. El populismo xenófobo debe reconocerse que ha elaborado un discurso antiélites y contra la oligarquía, de factura antisistema, tan demagógico como comprensible y efectivo en las urnas. No es lo más importante de estas elecciones, pero sí una advertencia alarmante.
Desideologización de la izquierda. Desde el derrumbe de la URSS -¡y hace 32 años!-, los que todavía se reclaman socialdemócratas no tienen una alternativa real al capitalismo y al modelo económico y cultural que tanta miseria, marginación y crueldad ha generalizado. Incapaz de ir construyendo un modelo distinto, que priorice los intereses de la mayoría, la izquierda vencida y desorientada lleva décadas arrastrando demasiado derrotas, sobre todo morales. Y algunos partidos se han convertido en simples gestores del capitalismo, seducidos por palabras taumatúrgicas, de dimensión casi religiosa, como eficacia, modernización, rigor, realismo o pragmatismo, sin brizna alguna de humanidad o de esperanza, ante la dureza de las dificultades de la cotidianeidad. La aspiración máxima de algunas fuerzas parece ser, tan sólo, el reconocimiento por parte de las élites económicas de que son buenos técnicos, personas que saben gestionar bien, como si los problemas de dominación política, explotación económica, discriminación de género o de raza, o también de opresión nacional, fueran simples problemas técnicos y no de naturaleza política.
La derecha, cuando gobierna, no tiene reparos. Aplica su programa a favor de sus intereses, los defiende a sangre y fuego y se nada más. La izquierda en el gobierno suele estar condicionada por si contará con la aquiescencia o la complicidad mínima del poder financiero y empresarial, por si acaso. Y por eso es, en ocasiones, demasiado miedosa a la hora de adoptar políticas públicas progresistas, de cambio real, en el terreno fiscal, laboral, la asistencia social, la vivienda o el transporte. Da pasos adelante, sí, pero insuficientes. Pacificada Cataluña por el relajamiento nacional y social construido por el PSOE, con la ayuda inexplicable de ERC, el PSC se ha encontrado una alfombra de oro por la que poder desfilar, gozoso, hacia la victoria. Y pese a haber perdido 55 mil votos, el mensaje recibido por la sociedad es otro. Por lo general, todo está en orden, el país bajo control y el PSC se situó en medio como el jueves y se alzó como partido más votado. ERC ha perdido 302 mil votos y los comunes 92 mil.
Doble vía independentista.
El independentismo que hemos vivido esta última década nunca ha sido un todo homogéneo a nivel de siglas, pero ahora no lo es tampoco a nivel social. Ha habido un independentismo que ha votado y otro que no lo ha hecho. Y 1.200.000 votantes de esta orientación política, plural ideológicamente, que acudieron a las urnas, cuando hace cuatro años, en la misma modalidad de elecciones, lo hicieron 1.557.089 personas. Se han quedado en casa más de 350.000 independentistas que han expresado así su rechazo a la gestión política, hecha por partidos, Generalitat y ayuntamientos, del enorme capital humano acumulado hasta 2017. Es una advertencia rigurosa, a los destinatarios orgánicos de la protesta, que éste no es el camino que lleva a la libertad nacional y al bienestar social. La abstención militante, consciente y voluntaria, ha sido el verdadero hecho diferencial catalán de las últimas elecciones, en comparación con el mapa español: un gesto político de protesta. No ha habido, pues, deshinchamiento por desinterés, sino reacción por protesta, cansancio, decepción nacional. Y también irritación por el coste de la vida, el desastre de los trenes, las listas de espera, etc.
Un perro viejo como Xavier Trias ha sabido acumular el voto anti-Colau (independentista y españolista, da igual) y, aunque el peso de Junts ya no tenga nada que ver con el de la antigua CiU, ahora desgajada en cuatro opciones, han conseguido ser la segunda fuerza más votada en el Principado, a pesar de la presencia destacada en las listas de nombres que recuerdan más al pasado que hay que superar que al futuro que debe ilusionar para ser construido. ERC, cuyo trompazo permite pocas maniobras de blanqueo aunque haya quien pelee por conseguirlo, ha pasado de primera fuerza a tercera y es quien más ha concitado el sentimiento de desilusión, de desgaste, de desconexión emocional con un electorado tradicionalmente fiel. Su apuesta al todo o nada, de idilio con el PSOE, de quien no ha recibido otra cosa que desprecio, les ha hecho daño a ellos, pero sobre todo al país, ya que ha oficializado la impresión de que la lucha por la independencia era agua pasada, a los ojos de ese mundo que figura que nos miraba. Sin lucha, no hay victoria, y si no les planteamos un problema, nunca tendremos una solución. La CUP, a su vez, ha perdido 43 mil votos, y si quiere afianzar el espacio que aspira a ocupar, en parte en competencia con los comunes, debe decidirse, finalmente, a hacer política y no puede aparecer con propuestas percibidas a veces como estrambóticas por la mayoría, sino con medidas útiles, comprensibles y estimulantes, como ha hecho en Girona Lluc Salellas. De lo contrario, puede estar siempre ligada tan sólo a una transgresión estética, una ultraideologización y una especialización generacional que no le permitirá saltar la barrera de la minoría.
Países Catalanes: regreso a la trinchera.
En el resto del país, tanto en las Islas Baleares, como en el País Valenciano, los partidos de tradición y cultura democrática, que gobernaban en coalición, han recibido un rapapolvos colosal, por lo que han perdido el control de la totalidad de instituciones: Generalitat, Govern Balear, Corts Valencianes, Parlament Balear, Consells Insulars (incluidos los tradicionales feudos progresistas de Menorca y Formentera), diputaciones y ayuntamientos de las grandes capitales y ciudades. La marca Podemos ha desaparecido de los parlamentos y el PP vuelve a ser su dueño y señor, con la ayuda cómplice de Vox. La derecha perdona la corrupción y la incompetencia si, a su vez, puede seguir manteniendo el control político que les garantiza la continuidad de sus intereses. Un discurso profundamente españolista y reaccionario en todos los ámbitos ha vuelto a impregnarlo todo. A partir de ahora, la lengua seguirá sufriendo aún más el proceso de sustitución, acoso y minorización, mientras que la masificación turística campará libremente, en detrimento del medio ambiente, el territorio y la calidad de vida de los sectores más castigados por la crisis.
A la timidez, contención y pudor de las izquierdas por hacer políticas de izquierdas a las que aludíamos antes, ahora debemos referirnos, para el caso valenciano y el balear, a la indecisión, titubeo y complejo permanente de las fuerzas que gobernaban, incluidas las que se presentaban con un pedigree soberanista, para tomar decisiones en el ámbito de la identidad nacional. Se han perdido oportunidades extraordinarias de reforzar los lazos entre todos los Países Catalanes, sobre todo en el ámbito cultural, dejando de adoptar medidas que ahora ya serán imposibles en años: Institut Ramon Llull, reciprocidad televisiva, requisito lingüístico en la función pública, junto a otros que afectan a la salud o al transporte, sobre todo ferroviario, y una interconexión general mucho más fluida en todos los campos. Esconder la nación, como colgar la izquierda bajo la arena, sólo beneficia a España y a la derecha.
Fuego nuevo.
Parecía que, tras el derrumbe, debía haber habido una reacción distinta por parte de la cúpula dirigente del partido que más acusó al castigo electoral. Pero, lamentablemente, no ha sido así, sino todo lo contrario, ante la sorpresa de muchos militantes que esperaban un mínimo de autocrítica. Se han atrincherado en el mismo discurso soberbio de superioridad moral por encima de todos, no ha habido reconocimiento alguno de ni siquiera un simple error y se quiere persistir en estrategias de resultados catastróficos, atribuyendo la responsabilidad del bajón a los electores y no a las decisiones que se han adoptado. Nada que decir de la falta de iniciativas de gobierno estimulantes, de ausencia de grandes proyectos de país, estrategias de pacto equivocadas por completo, alejamiento del electorado, distancia de la gente a la que no se escucha para tomar decisiones, incapacidad para identificar al adversario real y liderazgos incuestionables, sin discrepancia interior, con demasiada gente dependiente del propio puesto de trabajo garantizado por las siglas. Algunas dimisiones producidas son indicios, sin embargo, de la percepción de que es necesario cambiar actitudes y, cuesta admitirlo, de personas.
Quizás, en general en todas partes, ha llegado la hora del gran cambio, del fuego nuevo, de pasar página. Es el momento del relevo histórico, otras caras, jubilaciones anticipadas, aprovechar gente que ahora está lejos de todo, en el exilio profesional o político, o que se ha quedado en casa, claridad de mensaje, comunicación bien hecha, propuestas comprensibles, cultura de pacto democrático, solidaridad efectiva con las víctimas de la represión española, sentido institucional y de Estado, valentía, patriotismo, humildad, ideas frescas, nuevas, útiles, que recuperen la capacidad de movilizarnos de nuevo, de ilusionarnos y volver a ser hegemónicos en las calles y en las instituciones, para hacer del nuestro un pueblo de hombres y mujeres iguales y libres, plenamente soberanos entre pueblos libres y solidarios.
Recuperar la iniciativa nacional.
Ninguna situación puede ser comparable ya a una anterior a 2012, porque hasta entonces se estaba en una etapa autonómica que llevó, sin embargo, las cosas al límite máximo con un grandísimo consenso nacional: un estatuto confederal estropeado, trinchado y desfigurado por las malas artes de los socialistas y un Tribunal Constitucional para el que la unidad de España era y es más importante que la democracia. Pero, desde el primero de octubre de 2017, estamos en un contexto totalmente diferente una vez se ha iniciado un proceso de emancipación nacional que ya lo cambia todo, porque le da otro carácter y una perspectiva distinta. Quizás estaría bien que dejáramos de autoengañarnos y reconocer que en 2017 nuestros dirigentes, en los momentos decisivos y más difíciles, no estuvieron a la altura. Pero ahora no es hora de prescindir de nadie, sino de contar con todo el mundo y esto implica poner fin a la pelea agotadora entre partidarios del presidente legítimo y del presidente legal, pugnas estériles en campo propio, seguidas con fruición por los enemigos de nuestra libertad, y en cuyo nombre gastamos energías inútiles y contribuimos a que la gente pierda interés por la política.
Recuperar la iniciativa significa fijar una ‘agenda política nacional’ que establezca nuestras prioridades, las prioridades catalanas para los próximos tiempos, que no son, ni pueden ser, las de la izquierda española, pero tampoco las de la izquierda aberzale. Cada tierra hace su guerra y nuestro objetivo, una vez más, no puede volver a ser frenar la extrema derecha en España, sino frenar a España en los Países Catalanes. Nuestra prioridad no debe ser la liberación de doscientos antiguos integrantes de una organización armada, sino la liberación de la nación catalana. Y reponer puentes, facilitar liderazgos de confianza, pero no mesiánicos e incontestables, organizar una agenda internacional inteligente, construir una hegemonía cultural capaz de tejer complicidades nacionales y populares más allá de las siglas, porque en la calle y defendiendo las urnas todos éramos uno, al margen de los orígenes. Porque la independencia que queremos, aquella por la que muchos luchamos desde que éramos adolescentes, no es la independencia de ERC, ni la de Junts, ni la de la CUP, ni la de la ANC, ni la de Òmnium, sino la independencia de la nación catalana.
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