Las ciudades son sistemas abiertos que se remodelan sin cesar. Una sucesión de hechos, frecuentemente no predecibles, van dejando un registro de elementos materiales e inmateriales que constituyen la base para la recreación de la memoria colectiva. Pamplona, Iruñea, la ciudad por antonomasia (la palabra Ilun , castro, ciudad amurallada, está incluida en sus dos nombres, Kintana, 2003), es la ciudad sagrada de los vascos, ciudad milenaria y capital del Reino de Navarra. Como tantos otros lugares, Iruñea ha conocido épocas tranquilas y otras más agitadas. Dentro de ocho años se cumplirá el quinientos aniversario de la conquista militar de Navarra por Castilla. Pamplona fue obligada a rendirse, convertida en cuartel permanente del ejército ocupante y asfixiada por un formidable sistema de fuertes y murallas.
El hecho de ser una ciudad sometida ha podido influir en la modesta relevancia monumental y arquitectónica de la Pamplona histórica visible. Excepciones notables son su catedral y otros edificios góticos, construidos cuando Navarra era todavía un estado independiente. Sin embargo, el subsuelo de Iruñea ha guardado un rico archivo de su pasado, sobre todo según parece el correspondiente a las épocas romana y medieval, que confiere a la ciudad mayor importancia de la concedida por algunos arqueólogos e historiadores españoles.
Pero el patrimonio histórico y arqueológico pamplonés está sufriendo en los últimos tiempos una agresión intolerable. El capitulo más conocido ha sido la destrucción del extraordinario complejo arqueológico de la Plaza del Castillo, quizás el más importante de Vasconia. Otro episodio ha sido el derribo parcial y desfiguración del Palacio Real, monumento de la soberanía navarra. A Iruñea le están sacando las entrañas con aparcamientos y galerías subterráneas. La destrucción de patrimonio histórico se extiende a otras zonas del territorio, como los valles de Artze y Longida (pantano de Itoitz) o a lo largo de la llamada Autovía del Camino.
La memoria de Iruñea aflora por todas partes. Excavaciones apresuradas, a cargo de un sumiso gabinete local, tratan de paliar, -o más bien de disimular-, un urbicidio que no cesa. Cuando no se destruye directamente, se procede al desmontado de los restos. A diferencia de lo que se viene haciendo en tantas ciudades europeas (Roma, Florencia, Canterbury, París, Lyon, Toledo, Zaragoza, Tarragona…), nada de lo descubierto hasta ahora ha quedado convenientemente integrado en la trama urbana moderna, para referencia histórica, directa y emotiva, de sus habitantes. Oficialmente se tiende a infravalorar y a ocultar el detalle de lo encontrado.
Estas tropelías se han topado con la activa oposición de un sector de la ciudadanía, estructurada en movimientos de defensa de los bienes patrimoniales. Pero los sentimientos y la lucha ejemplarmente democrática de miles de ciudadanos han sido despreciados y reprimidos una y otra vez por los gobernantes y responsables del patrimonio en la Alta Navarra. No han faltado amenazas, prohibiciones, detenciones y cargas policiales ante gentes que siempre han actuado pacíficamente.
La destrucción impune de patrimonio en Pamplona y Navarra se consuma últimamente tratándose de camuflar con proyectos de construcción de nuevos edificios e infraestructuras. El Palacio Real ha sido convertido en el Archivo de Navarra por un arquitecto de prestigio; en la Plaza del Castillo y otros rincones de Iruñea se han hecho aparcamientos subterráneos; una nueva galería de servicios sustituye a la vieja mineta del Casco Antiguo; en el solar del derribado Euskal Jai se pretende levantar un centro de talasoterapia.
Los promotores de estos proyectos los venden como necesarios. Con ellos se pretende mejorar la vida de los ciudadanos en materias como aparcamiento, comunicaciones, vivienda, ocio y servicios. Por tanto, quien se opone a ellos se opone al progreso. Con la ayuda de sus medios de comunicación, los ejecutores anatematizan a quienes discrepan, colgando etiquetas negativas y marginadoras (plataforma anti -aparcamiento, coordinadora anti -pantano, violentos, ecologistas, etcétera) a las iniciativas populares en defensa de la tierra y del patrimonio que, a veces, caen en la red dialéctica tendida por quienes venden un falso desarrollo.
Desde la oposición popular se repite que tras estas acciones están el afán de enriquecimiento, corrupción e incultura de sus promotores. Puede que así sea, pero no son únicamente la codicia y la falta de sensibilidad las razones que mueven a los urbicidas. Asimismo, es preciso ubicar estos hechos en el contexto más concreto del desarrollo por parte de los estados español y francés de una política secular y bien planificada, encaminada en todos los frentes -lingüístico, político, social y cultural- a fagocitar Navarra, centralidad política del Pueblo vasco. Obviar este hecho es pecar de candidez y olvidar injustamente la historia.
Así pues, el resultado es redondo: negocios millonarios y destrucción y descontextualización del patrimonio histórico y arqueológico de los navarros; de aquellos elementos materiales que por su rotunda presencia sorprenden y emocionan, edificados por una sociedad urbana y altamente organizada desde antiguo.
La consumación de estos abusos y, más aún, la indolencia ante los mismos -cuando no el apoyo- de una gran parte de la población, tienden a llevar a los sectores defensores del patrimonio a la desmoralización y al silencio (el mal ya está hecho ). Los responsables del expolio respiran tranquilos y planifican con renovada satisfacción nuevos proyectos destructores. Aún a pesar de que la ocultación y el olvido mediáticos son importantes, estos hechos también parecen confirmar, penosamente, la escasa conciencia nacional del Pueblo vasco. Políticos e intelectuales de cualquier rincón de otra nación o de su diáspora, no tolerarían ataques al patrimonio de esta magnitud, y mucho menos en su capital histórica. En Euskal Herria, sin embargo, más allá de Pamplona, apenas se ha movido nadie.
El totalitarismo trata de borrar la memoria de los sometidos e implantar en ellos un nuevo registro acorde con sus objetivos de asimilación política y cultural. Theodor W. Adorno basaba su ética en la memoria, necesaria para hacer justicia con quienes ya no pueden hablar y poder construir un futuro más justo (Marta Tafalla, Theodor W. Adorno. Una filosofía de la memoria, Herde , 2003). El libro tituladoPlaza del Castillo: una lección de democracia ciudadana frente a la destrucción de 2.000 años de Patrimonio de la Plataforma en defensa de la Plaza del Castillo (Pamiela, 2003), mantiene viva la voz de miles de ciudadanos que han sufrido el autoritarismo del Ayuntamiento de Pamplona y rescata para la memoria a esas gentes anónimas a quienes se les ha profanado sus sepulturas de piedra.
Sin recreación de la memoria no hay identidad ni justicia. El libro sobre la Plaza del Castillo es un ejemplo importantísimo de recuperación de la memoria a través de la imagen y la escritura pero, a su vez, puede constituir la base para plantear un proyecto de reconstrucción física de éste y otros enclaves de la capital histórica de Vasconia. El mal no está hecho del todo. Las filtraciones de agua en el aparcamiento subterráneo y otros problemas existentes parecen indicar que la Plaza del Castillo no se resigna a ser una muerta viviente. Hay que levantar esa inerte caja de cemento y devolverle la tierra para que vivan sus árboles. Hay información gráfica, restos materiales y tecnología suficiente para reintegrar, reconstruir y museizar en su seno un complejo arqueológico de obligada visita y referencia.
Las catástrofes naturales y la maldad humana han destruido en el mundo infinidad de lugares emblemáticos. Pero tras los desastres los pueblos con conciencia nacional y autoestima tratan de emprender proyectos de reconstrucción. Proyectos más costosos que los que pueden plantearse en Pamplona han culminado con éxito en otros lugares del mundo. Media Europa ha resurgido de sus escombros. Nadie valora menos los cascos históricos de Saint-Malo, Rouen, Nuremberg, Dresde o Sarajevo porque estén, o vayan a estar reconstruidos. Tras la Segunda Guerra Mundial, la Plaza del Mercado de Varsovia fue levantada de nuevo siguiendo planos originales. Desde 1980 el casco histórico de Varsovia, destruido en su mayor parte por los nazis, está inscrito en la Lista del Patrimonio Mundial. En Bosnia y Herzegovina, el Puente Viejo de Mostar, destruido en 1993 por la artillería croata, ha sido ya reconstruido. Los muros de la Basílica de Asís, desplomados a causa de un terremoto en 1997, han sido de nuevo levantados. Un proyecto internacional coordinado por la UNESCO evalúa la posibilidad de reconstrucción de los Budas de Bamiyan, dinamitados en 2001 por los talibanes afganos.
También en Vasconia hay ejemplos destacables. El Trasbordador de Vizcaya, el más antiguo de su clase en el mundo, más conocido como Puente Colgante , fue volado por el llamado Ejercito del Norte en 1937. Poco después fue reconstruido y todavía hoy sigue cumpliendo la función para la que fue concebido hace más de un siglo, además de atraer ahora al turismo. El modélico proyecto de restauración y excavación que se lleva a cabo en la iglesia de Santa María, catedral antigua de Vitoria, obtuvo en 2003 el Premio Europa Nostra de la Unión Europea de conservación y mejora de Patrimonio cultural. Abiertas al público, son numerosísimas las personas que han podido visitar las obras del templo, aprendiendo sobre las tecnologías más modernas aplicadas a la preservación del patrimonio edificado. Por otro lado, la recreación de lo desaparecido es un trabajo habitual y aceptado no sólo en arquitectura y arqueología, sino también en otros muchos campos de la cultura e identidad de los pueblos, como la filología, la música, la antropología cultural o el folclore.
Iruñea necesita un proyecto integral de recreación de su patrimonio histórico. Inicialmente el trabajo debería centrarse en la constitución de un equipo de profesionales de prestigio con carácter multidisciplinario e internacional, capaz de implicarse en la elaboración de una propuesta rigurosa e imaginativa. Este debería de ser uno de los objetivos prioritarios de las iniciativas ciudadanas en defensa del patrimonio. Aunque no pudiera materializarse, la necesidad moral y estratégica del este proyecto es inaplazable. Todo amante de la cultura lo necesita; también quienes además creen que la recuperación de lo destruido en Iruñea se debe de enmarcar en el contexto más amplio de la recreación política y cultural de toda Navarra/Euskal Herria.
17.01.2005