La lengua hablada, y sobre todo escrita (antes del cine y la televisión), fue el instrumento apropiado para la colonización de pueblos y gentes, y aún sigue siéndolo. Los romanos se instituyeron a sí mismos como el pueblo, la cultura, la ley, el derecho y la fuerza para imponerlos. Su lenguaje fue conciso y explícito, generando por sí y para sí la escritura, como la forma culta de expresión. Su presencia ante la sociedad en general se plasmó como valor propio y único en la escritura.
Lo que se estableció a nivel de idea dominante, se aplicó a las colonias. El latín fue la lengua de comunicación entre los jerarcas del mundo conocido. Jerarcas religiosos y políticos se comunicaron por escrito en su lengua por encima de las lenguas de cada país, en detrimento del empleo oficial de las lenguas aborígenes.
Hasta tal punto que el francés, italiano, castellano, derivaron del latín, y tras pasar por diferentes romances, concluyeron en ser adoptadas como lenguas oficiales de uso para el ejercicio de cada Estado, como expresión de forma escrita para su pervivencia. Y lo fue en la lengua de colonización.
La escritura pues, se constituyó como fuente de la memoria, se estampilló dentro de la legislación del lenguaje (transmisora de la ley del que la impone), y pasó a ser factor en sí misma de colonización sobre el país administrado y sus habitantes. Hecha la ley sobre su uso, se aplicó como obligación legal. Su aplicación como lengua oficial, constituyó (y sigue constituyendo) la utilidad del medio de colonización.
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Los gobernantes que hemos tenido los vascos o los navarros, no han destacado por la defensa sin complejos del idioma navarro o vasco. Un corto recorrido histórico nos señala siempre la promesa vana y la posterior imposición del lenguaje del extranjero, desde que Sancho el Sabio asentara dicha lengua como la navarra.
Luego han pasado dinastías foráneas a gobernar el país, como los Champaña “de extraño lenguaje”. Tras pasar los Evreux, todavía los Albret, señalaron que el primogénito sería criado en el idioma del reino de Navarra “en la lengua de aquel”, sin que las promesas pasaran de ser vanas utopías incompatibles con el camino de la colonización buscada.
Ya con la rama goda de los trastámaras, cuyo mas genuino ejemplar fue el rey católico, se negó repetidas y constantes veces a conceder obispos nativos y euskaldunes, a pesar de las continuas peticiones desde la diócesis de Pamplona (incluido el arciprestazgo de Guipúzcoa), en razón de su necesidad por ser el euskera la lengua de la mayoría de sus habitantes además del clero.
Tampoco es casualidad, el hecho de que en Navarra nunca fuera atendida en sus peticiones de crear una universidad pública, y cuando lo consiguió, ya en el siglo XX, fuera la privada y mas carca de todo el Estado. Lo mismo que de poseer academia de la lengua, carencia hasta que gracias a iniciativas privadas, se creó Euskaltzaindia.
Cualquiera que haya manejado textos notariales del siglo XVI, habrá podido prefijar que sus autores, eran notarios euskaldunes, por la forma de redactar sus escritos, y obligados a hacerlo en lengua extranjera por razón de las leyes y sus gobernadores, teniendo que ser explicada, dando su traducción al euskera, para conocimiento de sus vecinos.
Pero lo mas desvergonzado de los gobiernos actuales, meros bufones del gobierno del Estado, es haber reducido en
Eso es echar el mal hacer propio al contrario, mas aún cuando se acusa de hacerlo con objetivos políticos. No hay mayor utilización política y partidista de una lengua, mayormente siendo la propia, cuando se la limita, rebaja, desprecia o se la denigra, como viene ocurriendo en Navarra, bajo el discurso de los últimos gobiernos que hemos tenido en Navarra.
Y hablando de porcentajes, habría que pensar por qué no son consecuentes nuestros gobernantes, y dejan de asistir a los actos religiosos, cuando en las capitales asiste un porcentaje menor del 20 % al cumplimiento de su creencia.
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Sobre los caminos que han conducido a la diglosidad del euskera, me reduciré al tiempo y ámbito que me ha tocado vivir, a partir del genocidio de 1936. Nací ese año y esos días en Elizondo. Ese año se cerró la ikastola existente en el pueblo, y los elizondarras que la costeaban tuvieron que exiliarse a Baiona.
Mis primeros contactos colegiales, pues, fueron con las monjas misericordiosas que nos pusieron para la enseñanza. Aún recuerdo sus nombres, sor Laureana, sor Jesusa, …. todas de zonas erdeldunes. De allí pasé al maestro don Teodoro Pegenaute, vecino de Falces y antitodo.
Luego me vi en los frailes de Lekaroz. Todos los capuchinos euskaldunes se habían visto obligados a emigrar en un exilio forzado, y se hallaban desperdigados mayormente por Sudamérica. A nosotros nos sujetaron al temor a Dios, y a comprender que la única lengua que nos proporcionaría un bienestar y porvenir, sería como no, la que estaba en los libros de texto.
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Curiosamente en estos días recientes me he encontrado con el artículo Navarra, ni lo ha sido ni es bilingüe”, de un viejo conocido mío: Pedro Pegenaute Garde. Lo conocí cuando se esforzaba en crear un partido (que estuviera a favor de todo sin mojarse en nada), y había hecho su secretario a un zerrikitari de Leiza euskaldun, cuyo nombre no viene al caso y con el que yo mantenía tratos comerciales.
Me lo puso como ejemplo de que él estaba a favor de lo vasco. Pero su partido no triunfó y se dijo de él que andaba estos últimos años por las oficinas oficiales demandando “de lo mío qué, de lo mío cuándo …”. Como no se puede hacer caso de los chismes, prefiero optar por cuestiones serias. Mi tocayo logró obtener el puesto de Director de Política Lingüística, donde destacó por su mal hacer.
Por eso me extraña que en su reciente artículo no haga mención a este cargo y sí al de Doctor en Historia, profesor y titulado IESE. Aunque para dilucidar que “en el reto de la modernidad de Navarra, conviene dejarnos de complejos, admitirnos como somos y aceptar que Navarra es como es, masivamente monolingüe”. Pero para esa deducción no hacen falta títulos; basta poner ese deseo, como si fuera lo que se quiere ver como realidad.
Su constante argumentación de aportar escritores de nivel universal, políticos españoles que se pronunciaron por la riqueza del “español”, o incidir en que la encuesta que se hizo en su mandato sólo daba un 22% de vasco-parlantes, desvían el debate a una cuestión que aboca a considerar que el inglés o el chino, deberían ser la lengua de todos.
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Pero cuando esta política la llevan a efecto los cargos públicos contra la lengua vernácula de los naturales que aún la conservan o luchan por utilizarla, estamos viendo una prevaricación en la aplicación de abusos, sobre un medio social no afecto a la colonización del lenguaje. Mas aún la prevaricación debiera ser tanto mas aplicable, en cuanto ésta afecta a ámbitos sociales. Mas aún, cuando lo comete el órgano oficial de gobierno, falseando lo que alardea de defender: el derecho propio de sus ciudadanos. ¿Qué se opinaría de un gobierno dictando medidas contra el uso del castellano?
Pero la razón de este artículo es buscar el lado positivo, y mi intención persiste en dar a conocer la existencia de una demanda social para conocer la lengua propia. Es el de enorgullecernos de nosotros mismos, por la campaña abierta de sacar el euskera a la calle, no sólo por los euskaldunes ya inmersos en la lengua, sino también por los euskalzales que la balbuceamos.
Porque para que la lengua sea medio de transmisión de ideas entre personas, sea medio de entendimiento hablado, escrito y hasta visual, es imprescindible llevar a la calle, que funcione en los organismos públicos, en las universidades, espectáculos de cultura, etc., buscando la conservación y aumento de hablantes. Es hacer frente a los que desde una falseada retórica, desde un recorte de apoyos a la enseñanza, niegan los derechos a su aprendizaje, empleo y divulgación.
Por ello, y desde mi estima total y posible colaboración, expreso mi total apoyo a los organizadores de “Nafarroan euskeraz bitzitzeko eskubidea ta bizi nahi dut”, a Kontseilua y los colaboradores de la campaña; y animo a los dubitativos a acudir a la manifestación del día 15 de mayo.