Raimon es una especie de Bruce Springsteen dels Països Catalans. Si Catalunya fuera un país libre -y no digamos Valencia o Mallorca- su música se habría elevado con una ambición más hedonista, moderna y sofisticada. Estoy seguro de que en un país normal Raimon se habría ahorrado temores y cursilerías que han frenado la fuerza expresiva de su voz y la poesía de sus letras.
Nacido en 1940, en una familia modesta de Játiva, que es el pueblo que Felipe V ordenó incendiar para escarmentar a los valencianos, Raimon ha hecho su carrera a la defensiva. Primero, tratando de superar las dificultades que le ponía la censura de Franco y, después, tratando de proteger su patrimonio artístico de los prejuicios anticatalanes alimentados por la democracia española.
El talento natural lo catapultó al éxito en el momento mismo de su debut, con sólo 22 años. Eso le dio una conciencia precoz de su valor y de la misión que tenía que cumplir en la vida. Dotado de una voz que es como un grito de la naturaleza o las manos forzudas de un campesino, Raimon cerró, la semana pasada, una trayectoria de más de medio siglo con una serie de recitales en el Palau de la Música.
Dice el mito de que Raimon empezó a soñar con ser cantante en 1959, un día que iba de paquete en una vespa y sintió el llamamiento de la libertad poniendo la cara al viento, el corazón al viento, las manos al viento. Antes de ir a Valencia a estudiar a la universidad había trabajado en la radio de su pueblo y había escuchado con atención los grupos internacionales que, poco a poco, entraban a España.
Raimon cantó en público por primera vez en 1962, el mismo año que se licenció en Historia. Su vida enseguida se llenó de momentos mágicos. Para un historiador de Játiva, cantar en catalán en Madrid, en pleno franquismo, ante un público entregado, tenía que ser una sensación muy fuerte -décadas después lo silbarían en un concierto de homenaje a Miguel Ángel Blanco.
Convertido en uno de los símbolos de las fuerzas democráticas y de la recuperación del catalán, Raimon se convirtió mucho más que un cantante antes de tener tiempo de aprender bien el oficio. El primer disco, que incluía la canción Al viento, salió en 1962 con una presentación de Joan Fuster. El éxito de ventas lo llevó a participar en el Festival de la Canción Mediterránea, que ganó al lado de Salomé con la canción Se fue.
En 1966, empieza a hacer giras internacionales y saca el cuarto EP, dedicado a su futura mujer, Annalisa Corti, que se convertiría también en su mánager y que dicen que ha tenido un peso decisivo en la retirada del artista, que no quiere ir a ningún sitio sin ella. Reconocido en Francia y Alemania, en 1967 toca al Olympia de París, gana el premio Francis Carco y publica un disco en directo con una versión no censurada de Diguem no.
En 1970 saca la primera musicación de un poema de Ausiàs March, Velas e vents, que encaja perfectamente con el espíritu existencialista y rebelde de la juventud de su época. Pronto adaptará más clásicos catalanes, como Jordi de Sant Jordi, Joan Rois de Corella, Jaume Roig o Anselm Turmeda. Estas adaptaciones -y la de autores modernos como Salvador Espriu- reforzarán su papel de puente entre Barcelona y Valencia y ayudarán a muchos de sus seguidores a descubrir la historia de su país.
Carismático y atractivo como era de joven, Raimon se habría podido perder en alguna de las olas de frivolidad y pedantería que generó la liberación de energías producida por la extinción del régimen de Franco. En cambio, aunque a finales de los años setenta llegó a gravar una versión de Al vent en japonés, nunca perdió el norte y supo evitar quedar cerrado en el museo del antifranquismo con un gran sentido de la disciplina, la austeridad y la modestia.
Cuando la canción protesta decayó, Raimon adaptó a los nuevos cánones democráticos el papel que había adquirido ejerciendo de caja de resonancia del dolor y de los anhelos del pueblo catalán. Aunque publicó un dietario después del golpe de estado de Tejero y le dedicó una canción a López Raimundo, enseguida se alejó del debate político.
En un país que vive su propia cultura casi como si fuera forastera, Raimon encontró un espacio labrando el campo de la memoria, el pancatalanismo y el activismo lingüístico. A diferencia de Ovidi Montllor, no se enfrentó nunca a la democracia española; sobrellevó las injusticias y las traiciones como pudo, a veces con una resignación de perro apaleado muy valenciana.
Dotado de una capacidad exquisita para expresar emociones, a partir de los años ochenta Raimon se dedicó a refinar la interpretación de su obra para consolidar un sitio en la cultura y el imaginario del país. Aunque siguió sacando canciones, su obsesión para ser tratado como un gran cantante sin meterse en problemas ni entrar a valorar la situación catalana y valenciana frenó de forma radical su evolución artística.
Sus mejores canciones, Velas e vent, Desert d’amics, Treballaré el teu cos, Vinc d’un silenci, D’un temps d’un país, todavía se aguantan, y los últimos 30 años de carrera han servido sobre todo para sobrevivir a los olvidos de la Transición. El hecho de que acabara una trayectoria tan larga con la misma canción que empezó da una idea de la rueda que hámster que los 40 años de democracia han sido por Catalunya.
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