Aznar sentenció el primero, con ese tono amable y conciliador tan suyo, que antes se fracturaría la sociedad catalana que se rompería España. Jordi Cañas, del mismo partido intransigente, remachaba el clavo diciendo “os vamos a montar un Ulster que os vais a cagar”, expresión de una finura estética y una altura intelectual indescriptibles. Pere Navarro, el primer secretario, atribuye un incidente personal lamentable al pretendido clima de crispación soberanista, el cual llegó a su punto máximo en Sant Jordi, con el estallido de rosas y libros con los que fueron recibidos amigos de Cataluña como Rosa Díez, Joaquín Leguina o Pedro J. Ramírez. Finalmente, otro correligionario, J. Lucena, asegura que, en adelante, las cosas irán así y que “lo mejor está por llegar”. Me estremezco sólo de pensar qué debe entenderse Lucena por “mejor”. ¿Estamos ante una persona imaginativa, provocadora o, simplemente, bien informada? Comienzo a sospechar que tanta coincidencia en la misma línea argumental no es casual.
Estamos en la Unión Europea y en el siglo XXI. Y todo el mundo nos mira y más que nos mirará cuando se acerque la hora de la verdad. No podemos fallar, no podemos arrugarnos, no nos podemos equivocar. Nos hemos ganado hasta ahora el respeto internacional por haber optado por la vía democrática y pacífica, en defensa de nuestros derechos y rechazando la violencia. Nuestra arma es la democracia y nuestro ejército la gente, los ciudadanos, y no tenemos otros. Por eso quien quedará deslegitimado, quien perderá, será quien primero caiga en la tentación del uso de la fuerza. Y nosotros no podemos ser ni los primeros, ni los últimos, ni los del medio, porque nosotros no optamos por esta vía, sino por las urnas. Desde el dependentismo proespañol, convencidos de que, quizás en algún caso no por falta de ganas, no podrá ser utilizada la fuerza contra los votos, se ha optado por la desestabilización social promovida desde el anonimato ya que, en la Unión Europea, ver uniformados y vehículos militares apuntando un parlamento queda feo. No es fortuito que sean ellos quienes siempre empleen términos y conceptos negativos como ruptura, fractura, crispación, persecución, división, fronteras, imposición, nazis, etc.
Año tras año, millón tras millón de catalanes en la calle cada 11 de septiembre, dando la cara, no se ha producido ningún incidente. Así, pues, las prácticas incívicas minoritarias en algunas manifestaciones, quemando contenedores, dañando mobiliario urbano o poniendo en marcha pedradas contra escaparates de establecimientos de todo tipo, ¿Quién las promueve, quiénes son sus protagonistas y, sobre todo, a quién perjudica ver encapuchados haciendo destrozos, en la capital de Cataluña? Es obvio que el único perjudicado es Cataluña y su anhelo democrático por la libertad, ya que se asocian estos comportamientos rechazables con unas aspiraciones muy dignas. Por ello debe quedar claro que los incívicos no representan a Cataluña, sino que están directamente en contra, están al servicio de otra gente y de otra causa, porque su actitud condenable hace daño a los deseos de soberanía del pueblo catalán, ya que perjudica totalmente la imagen de país. Algo similar podríamos decir con respecto a quemar banderas españolas, un gesto inútil, de impotencia y hostilidad hacia un país y un pueblo. Quemar banderas no cuesta nada, no hace falta ser un héroe para hacerlo, sobre todo con la cara tapada. Ya se requiere un poco más de valentía para situar la bandera española allí donde debe aspirar a ondear en nuestro país: los campings, hoteles, restaurantes y bares de playa, en la embajada española y sus consulados futuros en territorio catalán. No se trata, pues, de quemar banderas españolas, sino que arriarlas. Y, mejor aún, si lo hacemos con la máxima solemnidad, izando otra: la nuestra. Entonces querrá decir que hemos ganado.
EL PUNT-AVUI