Quien gane que ponga el presidente

Algunos tendrán la tentación de repartir culpas. Esto también es muy catalán. Que se disuelva la responsabilidad entre varios y así nadie asume las consecuencias de nada. Un país que ha pasado trescientos años bajo el yugo de España precisamente porque nunca nada tiene consecuencias. Me parece que la independencia sólo llegará el día en que los actos tengan consecuencias. Justas y equilibradas, pero consecuencias al fin y al cabo.

Algunos tendrán la tentación de decir que esto aún se puede salvar. Que hay tiempo de hacer una contraoferta antes de acabar el plazo legal. Puede que algunos tienen este respeto mínimo a la democracia y al voto de la mayoría. También me parece que la independencia sólo llegará cuando el rigor democrático sea un valor principal y compartido por todos los que quieren llegar hasta el final. La política debe tener flexibilidad, pero no puede pasarse por el arco del triunfo el voto de un millón seiscientas mil personas.

Ahora ya lo tenemos. El 27-S fue un espejismo y ahora pagamos las consecuencias. Muchos empezaron a dar saltos de alegría diciendo que esto ya lo teníamos ganado y que todo sería bajada a partir de entonces. Pero la realidad es muy tozuda. Y esto se ha atascado antes de llegar a las castañas de verdad. Y quizás es mejor que se haya atascado ahora y no en medio de la batalla abierta con el Estado español. Ahora todavía hay un pequeño margen de reacción -muy pequeño-, pero que habrá que aprovechar como si nos fuera la vida.

En marzo se volverán a hacer elecciones. Una vez sacadas las conclusiones de todo lo que ha pasado estos tres meses largos, habrá que mirar adelante más que hacia atrás. Sin olvidar nada de lo que ha pasado. Sobre todo. Que la memoria sea muy viva. La piedra en el camino está y estará. Siempre que estemos dispuestos a tropezar en ella, tropezaremos. La historia está llena de tropiezos con la misma piedra. Un desafío como el que nos hemos propuesto se hará con ilusión pero sin ilusos. O empezamos a abandonar los golpes de pecho y la actitud del creyente o el resultado será siempre el mismo.

Sí, desgraciadamente, ahora se abre un periodo de debates y pugnas. Unas elecciones son la presa que despierta el apetito de los partidos. Los partidos son herramientas de confrontación electoral. Como ya nos encontramos tras el 9-N, el independentismo volverá a debatir cómo se debe ir a las elecciones. Esto siempre que los partidos no cierren el debate con un acuerdo o desacuerdo rápido. Hablo, claro, de CDC y ERC, principalmente. ¿Se repetirá Juntos por el Sí? ¿Querrían ir todos los que allí fueron? ¿Se hará una lista nueva? ¿Las cuotas de los partidos cambiarán? ¿Quién será el primero de la lista? ¿Y el candidato a la presidencia?

Dejenme que exponga qué me parece que hay que hacer. Que todo el mundo vaya por su cuenta. Que Mas encabece una lista con todo el que quiera estar  a su lado. Que Junqueras encabece otra con los que quieran estar con él. Que la CUP decida si se presenta como el 27-S, si no se presenta, o si busca una alianza con Podemos y Ada Colau. Y si hacen esto último, que el 50% que quiere la independencia sin condiciones decida si hace su lista o si se reúne con Junqueras o Mas (o con Juntos por el Sí, en caso de que la cosa se repita).

Quien gane, que ponga el presidente. Puede que no haya mayoría absoluta independentista y, por tanto, no se pueda cumplir el mandato democrático. Puede que haya mayoría pero que Mas vuelva a ganar y nos encontremos en el lugar donde estamos ahora, si depende de la CUP. Nos podemos encontrar que se configura una mayoría de izquierdas con ERC, Podemos y la CUP (cosa que me extrañaría ahora mismo de Esquerra). También puede ser que quien más aproveche la situación sea el unionismo y nos encontremos con una subida de Ciudadanos, PSC y PP. O incluso que la jugada de la CUP dé la posibilidad a la Unió de Duran de resucitar y tocar la pera en el parlamento con dos o tres diputados decisivos. Todo es posible y ahora todos estos cálculos son hablar por hablar.

Escribí un artículo a mediados de noviembre, tras el fracaso del primer pleno de investidura, que se titulaba ‘Habrá acuerdo’. He de reconocer que pequé de optimismo y que los datos que me llegaban especialmente de dirigentes de la CUP me hicieron creer que ‘el sentido democrático de los setenta y dos diputados y de los partidos que representan’ se impondría. Me equivoqué. El sector del odio se ha impuesto en el debate interno. Y con el odio no se construye nada bueno. Pueden vestirlo con miles de argumentos. Pero el odio a Mas ha pasado por encima de la oportunidad histórica que nos habíamos dado como pueblo. Espero que el odio no cambie de bando -como les gusta decir a ellos- y que el independentismo se continúe caracterizando por el sentido positivo y la voluntad de entendimiento con quienes son diferentes y piensan diferente.

Pienso en mis abuelos. Pienso en aquellos a los que quizás les llegará tarde. Pienso en aquellos a quienes se les humedecen los ojos cuando anhelan ver Cataluña libre antes de morirse. Y pienso también en mis hijos. Y en los sobrinos. Y en todos estos hijos de familias humildes a los que la independencia les dejaría un futuro de oportunidades para aprovechar. Esa era la idea. Que ellos ya no tuvieran que volver a luchar por cosas tan sencillas y simples como la dignidad, como poder hablar la lengua del país, como aprovechar los recursos del esfuerzo propio, como ir por el mundo sin justificarse ni pedir permiso para todo… Habrá que aprovechar la oportunidad de marzo conscientes de que probablemente no habrá otra durante mucho tiempo. Tomando las palabras del presidente Macià, si no lo hacemos, no nos habremos hecho dignos de Cataluña. Si no lo hacemos, no seremos dignos de la libertad.

VILAWEB