El banco líder en Catalunya fue hundido con una operación de estado urdida por los poderes económico y político españoles
Reus, 7 de julio de 1931. Hace 93 años. El Banc de Reus, primera entidad financiera de Catalunya y una de las cuatro principales del estado español, quebraba y cerraba sus puertas. Dos días antes, el 5 de julio, Indalecio Prieto (PSOE), ministro de Hacienda del primer gobierno de la II República española, había ordenado la retirada de todos los saldos de titularidad estatal depositados en el Banc de Reus. Esa repentina maniobra impediría a la entidad reusense afrontar los vencimientos (letras de cambio, pagarés y giros negociados por sus clientes comerciantes e industriales) y provocaría una oleada de terror entre sus depositantes (empresas y particulares) que precipitaría su quiebra.
El Banc de Reus, en negociaciones con la Generalitat para convertirse en el banco público de Catalunya, fue hundido con una operación de estado. Detrás de esa trama, la opinión pública señaló al empresario Horacio Echevarrieta, máximo accionista de los bancos de Bilbao, de Vizcaya y de Santander, de la energética Iberduero y de la aerolínea Iberia; comisionista, espía, y amigo personal del depuesto rey Alfonso XIII. Pero, ¿qué papel tuvo Echevarrieta en esa trama? ¿Qué intereses personales y compartidos le movían para participar? ¿Quién era y, sobre todo, a quién representaba Echevarrieta?
Indalecio Prieto y un grupo de dirigentes del PSOE / Fuente: Real Academia de Historia
Los orígenes de Echevarrieta
Horacio Echevarrieta (Bilbao, 1870), nació y creció en una familia de la oligarquía vasca, residente en el elitista núcleo de Neguri y enriquecida con el negocio del carbón y el hierro. Su padre, Cosme Echevarrieta Lascurain (Bilbao, 1842 – Deusto, 1903), había amasado una fortuna con el negocio minero y había sido el fundador y propietario de uno de los principales emporios industriales vascos de finales del siglo XIX, la Casa Echevarrieta y Larrinaga, que sería la plataforma de lanzamiento a la arena empresarial de su hijo Horacio. Según los estudiosos de la historia de los Echevarrieta (Penche, Ossorio), Cosme fue, también, el político republicano más destacado en la Vizcaya de su época.
Los inicios de Echevarrieta
Echevarrieta siguió, rigurosamente, el camino que le había marcado su progenitor. Se inició en el mundo de los negocios y de la política simultáneamente. En 1903, heredaba la fortuna paterna, formada por varias empresas de extracción y exportación de carbón y hierro. Pero la parte de la herencia que más rentabilizaría —y que lo catapultaría a la primera división de los negocios peninsulares— sería una parcela de terreno de dos hectáreas en el Ensanche de Bilbao. Y mientras especulaba y construía, se fogueaba en la política: sería diputado en las Cortes, por Vizcaya, de la Conjunción Republicano-Socialista (una confluencia liderada por el PSOE) en las legislaturas de 1910, 1914 y 1916.
Alfonso XIII, Romanones y López Bru / Fuente: Wikimedia Commons
El cambio de rumbo de Echevarrieta
A inicios de 1917, se produjo un golpe de estado en la sombra que ponía de relieve el agotamiento del régimen de la Restauración y el modelo de la alternancia (liberales-conservadores) que lo había presidido: los jefes del ejército español habían creado las Juntas de Defensa, unas organizaciones corporativas de carácter pretoriano, amparadas por Alfonso XIII, que actuaban como grupos de presión en la vida política española. El conde de Romanones, presidente del gobierno —y el gran beneficiado, junto con el rey y con el empresario catalán López Bru, por el negocio colonial del Rif— no se atrevió a ilegalizarlas. Se limitó a dimitir y a esperar que amainara la tormenta. Echevarrieta, curiosamente, hizo lo mismo.
Las amistades de Echevarrieta
Durante la convulsa década de 1910-1919 (I Guerra Mundial, Guerra del Rif, tensiones sociales y territoriales), Echevarrieta realizó un curioso y revelador viaje por el mundo de los negocios. Después del pelotazo inmobiliario de Bilbao, adquirió los astilleros de Cádiz e invirtió buena parte de su fortuna en el diseño y la construcción de submarinos de guerra de última generación. Su socio en ese siniestro negocio sería el militar y espía alemán a Wilhelm Kanaris. Echevarrieta y Kanaris tejieron una red de espionaje internacional que trabajaba para depurar tecnológicamente y comercializar sin competencia sus submarinos.
Horacio Echevarrieta y Abd el-Krim, en las negociaciones para la liberación de los prisioneros españoles / Fuente: Euskomedia
Más amistades de Echevarrieta
Durante su paso por las Cortes (1910-1917) no desperdició su tiempo y tejió relaciones estratégicas que se pondrían de manifiesto en los negocios que —al margen de las armas— emprendería durante la década de 1920-1929. El 5 de mayo de 1923, lograba la adjudicación de las obras de urbanización del segundo tramo de la Gran Vía madrileña. Un colosal negocio que Echevarrieta ejecutaría (1923-1927), muy reveladoramente, bajo el mandato de sus “amigos”, los alcaldes Alberto Alcocer (1923-1924), fundador de una conocida y poderosa estirpe de constructores, y Suárez de Tangil (1924-1927), conde de Vallellano y amigo personal del rey Alfonso XIII.
Echevarrieta, comisionista
La aparición de Echevarrieta en el negocio inmobiliario madrileño tenía una relación directa con un encargo que había recibido de su “nuevo amigo”, el rey Alfonso XIII. Dos años antes, en 1921, las tropas coloniales españolas en el Rif habían sido masacradas en Annual (14.000 muertos y 4.000 prisioneros). El Informe Picasso, encargado por las Cortes, revelaría que esa masacre era fruto de una cadena de errores que implicaba al propio rey. Y el régimen —para acallar la contestación social y consciente de que la agenda de contactos de Echevarrieta no tenía rival— le comisionaría dinerariamente para negociar con el líder marroquí Abd el-Krim el rescate de los prisioneros españoles (1923).
Primo de Rivera, Alcócer y Suárez de Tangil / Fuente: Wikimedia Commons
Echevarrieta y Prieto
Durante esta carrera a la cumbre del poder económico (especulación, construcción, espionaje, comisiones, tratos de favor), Echevarrieta se convirtió en uno de los principales accionistas de los bancos de Bilbao, de Vizcaya y de Santander, que eran las tres entidades que competían con el Banc de Reus por el liderazgo financiero peninsular. Y, también, impulsó la carrera —a modo de inversión— de una joven promesa del PSOE: el futuro ministro de Hacienda Indalecio Prieto. Echevarrieta fue el padrino político de Prieto. Dicho de otra manera, fue quien le desbrozó el camino desde la Agrupación del barrio obrero de Las Cortes, en Bilbao, hasta el hemiciclo de las Cortes en Madrid.
Favores mutuos
El objetivo de Echevarrieta era hundir el Banc de Reus. Pero sus motivaciones eran estrictamente empresariales. Echevarrieta pretendía controlar la economía catalana y ello pasaba por destruir el instrumento financiero de su comercio y de su industria y usurpar su mercado. En esa trama, Echevarrieta representaba sus intereses y los de sus “provechosos amigos”: las oligarquías vascas y madrileñas. En cambio, el objetivo de Prieto (PSOE) era político: impedir que el Banc de Reus se convirtiera en el instrumento llamado a ser el pilar de la autonomía financiera de Catalunya. Y en ese lecho de paja sucia, Echevarrieta y Prieto hicieron Pascua y Ramos.
EL NACIONAL.CAT
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