La emergencia en Alemania del novísimo partido de Sahra Wagenknecht, la Asociación BSW por la Razón y la Justicia –con excelentes resultados en las últimas elecciones de Turingia y Sajonia–, ha abierto un gran debate sobre dónde situarlo. ¿Conservadurismo de izquierdas? ¿Extrema izquierda nacionalpopulista? Incluso el pasado 26 de agosto James Angelos se preguntaba en ‘Politico’ si Sahra Wagenknecht era tan de izquierdas que ya era de extrema derecha.
La reflexión es extraordinariamente relevante para comprender los nuevos mapas políticos determinados por las nuevas realidades sociales y las inquietudes que provocan en los ciudadanos. Y, claro, lo es para superar la incapacidad de entenderles que muestran muchos análisis periodísticos y la mayoría de formaciones políticas clásicas, atrapadas en las viejas clasificaciones. Esto ocurre en los países de nuestro entorno y, claro, también en Cataluña.
Efectivamente, ya no hablamos de si el PSC es más o menos de centroderecha que Junts; de si ERC es poco, mucho o nada independentista, o de cuál es el grado de conservadurismo ideológico que aparta a la izquierda de las preocupaciones de las clases populares. Se trata de que acaba de entrar en el Parlament un partido como Aliança Catalana que aquí, significativamente, provoca más irritación que el propio ascenso del ultraderechista Vox.
El oportunísimo libro que acaba de publicar el profesor de Ciencia Política Xavier Torrens sobre Aliança Catalana, ‘Salvar a Cataluña. La gestación del nacionalpopulismo catalán’, nos ahorra tener que discutir si Aliança Catalana es fascista, neofascista o neonazi. Su respuesta es rotunda: no. Incluso el análisis de Torrens muestra hasta diez diferencias del partido de Orriols con Vox, porque Aliança es favorable a posiciones que suelen considerarse progresistas, como los derechos del colectivo LGBTI+, la eutanasia y el aborto, o la no discriminación por razón de género, entre otras. Y yo aún añadiría, porque es fundamental en Cataluña, la lucha anticolonial de Aliança frente al colonialismo agresivo y catalanofóbico de Vox.
En cambio, es cierto que Aliança se encuentra junto a los movimientos nacionalpopulistas que se han ido extendiendo por todo el siglo. Más discutible sería, en el plano formal, si también es un partido de extrema derecha. Torrens opta por decir que Orriols no pertenece a la extrema derecha tradicional, pero sí a la nueva extrema derecha, similar a la de Marine Le Pen o Giorgia Meloni, por cierto, cada vez más moderadas y propensas a pactar con los partidos tradicionales. Remito al análisis de Torrens para más precisiones.
Ahora bien, he comenzado mencionando el caso de Sahra Wagenknecht porque su populismo trastoca los esquemas tradicionales, como lo hace Aliança Catalana. Wagenknecht, proveniente de la extrema izquierda comunista –y de padre inmigrante iraní–, muestra grandes reservas con la acogida ilimitada de inmigrantes porque “ya no hay espacio”. O dirige su ira hacia los Verdes porque cree que su obsesión por la energía limpia está provocando la desindustrialización del país. Y considera que “cuanto más fuerte es el estado del bienestar, más fuerte debe ser el sentimiento de pertenencia” para preservar la disposición a la solidaridad fiscal. Y, por no ir más lejos en sus posiciones polémicas, se ha mostrado contraria a la ley que facilita el cambio de género porque encuentra que “convierte a padres e hijos en conejillos de indias para una ideología que sólo beneficia al lobi farmacéutico”. ¡No es poco!
El partido de Wagenknecht trastoca el orden ideológico que delimitaba los partidos de derecha e izquierda convencionales y que excluía los extremos a los que se quería encerrar en un cordón sanitario. Ahora bien, no sólo altera los mapas políticos y su clasificación, sino que transforma sobre todo los mecanismos de adhesión de los electores a los partidos. Quiero decir que a Wagenknecht se le puede decir que es de extrema izquierda populista. Pero, ¿lo son sus electores? ¿Si Meloni gobierna Italia, y Le Pen ha estado a punto de hacerlo en Francia –ya lo hace a distancia–, más allá de las categorizaciones tradicionales, sus electores son realmente de extrema derecha? ¿Tiene sentido decir que hay partidos de extrema derecha populista –o de extrema izquierda populista– si son cada vez más votados por un electorado proveniente del viejo centro político, de las clases medias que se sienten amenazadas? ¿Y a la larga qué prevalecerá: la etiqueta de los viejos partidos, o la composición social del nuevo electorado?
La política es el gobierno de las cosas, pero tanto o más el relato sobre las cosas que se gobiernan. Y uno de los grandes problemas actuales es la desconexión entre lo uno y lo otro. ¿Entonces, y si el centro político acaba definido por quien sepa vincular mejor una cosa y otra?
ARA