¡Queremos el Estatut!

Las calles del independentismo están poco mojadas, pero los cajones de la estrategia y la ideología del proceso soberanista se encuentran muy secos, como una mezcla de Sáhara, Atacama y Gobi, pero en versión catalana. Se trata de una sequía generalizada que afecta al estado de ánimo de la gente y, sobre todo, a la imagen del independentismo, el Govern y al Parlament.

 

El efecto noria se ha adueñado del entorno, de modo que ya hace tiempo que vamos dando vueltas y vueltas, pero, en realidad, por mucho que nos movamos, no nos movemos de sitio. La plaza es grande, pero la gente que la llena se sienta en las terrazas de los bares, aprovechando la calidez de un sol amable que siempre se agradece, porque cuando se levanta para salir, todas las calles son sin salida, mientras los nuestros se pelean y los demás sonríen.

 

El primero de octubre de 2017 queda lejos. La gente, ese día, estuvo a la altura de la historia. La mayoría de los dirigentes es otra cosa. Y, desde entonces, vamos a duras penas. Nadie parece tener ideas claras y creíbles de cómo preparar un futuro que culmine en la conversión de Cataluña en un Estado independiente. Entrados en el túnel del tiempo, la política institucional gira en torno a dos paradigmas “Vamos tirando…”, que escribió Joan Roís de Corella, y “¡Y tu, más!”, que le respondió Joanot Martorell.

Así las cosas, quizá estaría bien adoptar algunos criterios que permitieran vislumbrar al mañana con más optimismo. Por ejemplo, podían juntarse las cuatro provincias de Cataluña en una única entidad administrativa, regulada a través de un Estatuto de Autonomía y, como en 1931, recuperar el glorioso nombre medieval de “Generalitat” para designar su gobierno regional, con un listado de competencias que nos permitieran gestionar nuestras cosas: folclore, cocina tradicional, romerías, etc. Los redactores del texto podrían reunirse en un lugar tranquilo, como el Parador de Sau, y, aprovechando el estado lamentable de los pantanos, salir a estirar las piernas y a tomar el aire, hasta el edificio de la antigua iglesia.

Teniendo en cuenta el centralismo de los estados europeos, muchos de los cuales contienen ciertas regiones con una destacada personalidad, bien podría asociarse Cataluña con otros territorios similares para funciones de interés común. Se me ocurre, por ejemplo, Baden-Württemberg (Alemania), Lombardía (Italia) y Auvernia-Ródano-Alpes (Francia). Juntos, a la vez, podrían implementar sus enormes potencialidades en todos los ámbitos de la economía, la ciencia y la cultura, en algunos de los cuales ya figuran avanzados en Europa. Y, pensando, pensando, me ha venido a la cabeza un nombre que podría ir bien: ‘los 4 Motores de Europa’. Majo, ¿no?

Otro elemento dinamizador de la política catalana podría ser la creación de una Eurorregión Mediterránea, integrada por el territorio de la actual Occitania, Cataluña, Baleares y, si pudiera ser, también el País Valenciano. En realidad, sería una manera de construir los Països Catalans, pero sin decirlo, no sea que alguien se lo tomara a mal. La presencia de Occitania, como es lógico, sólo estaría para disimular sobre las intenciones reales del organismo, que podría hablar de la red europea de transporte, la cohesión europea y la cooperación euromediterránea y así tirando hasta la victoria final.

Por otra parte, teniendo en cuenta la condición pirenaica de Cataluña, compartida también por otros territorios, como Occitania, Nueva Aquitania, País Vasco, Navarra, Aragón y el Principado de Andorra, podría trabajarse conjuntamente con todos ellos. Y crear un organismo público e interregional de cooperación transfronteriza que podría adoptar el nombre ingenioso de ‘Comunidad de Trabajo de los Pirineos’. Para que no fuese dicho, la sede oficial podría fijarse en la ciudad aragonesa de Jaca.

Sin embargo, no acaba aquí el listado improvisado de propuestas de futuro. A nivel de Estado podría solicitarse su cocapitalidad para Barcelona, ​​ciudad a la que podría desplazarse la sede oficial del senado de España, para visualizar así el ánimo descentralizador de la época que vivimos y que tan bien representa el gobierno de izquierdas actual. La reivindicación firme de placas de matrícula identificadoras de Cataluña, la autorización para competir deportivamente en el ámbito internacional con selecciones propias en ciertos deportes (bolos, etc.) y habilitar una vez al año, más no, claro, (‘¿Día de las lenguas de España?’) para que todo el mundo pueda hablar su lengua regional o provincial también sería bonito.

Dentro de unos años, en una etapa posterior, no ahora que sería demasiado prematuro, se podría pedir un concierto económico para una mejor gestión del esfuerzo impositivo de catalanes, catalanas y catalanis. Con esta sarta de propuestas nuevas, rompedoras y, sobre todo, estimulantes, no tengo ninguna duda de la influencia movilizadora que tendrían todas ellas sobre la clase obrera, resto de clases populares y medias, y población en general. Si pudiéramos convertirlas en realidad, entonces, como pueblo, ya seríamos imparables, definitivamente. ¡Somos y seremos!

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