¿Qué se ha hecho de los ‘pied-noirs’?

60 AÑOS DEL FIN DE LA GUERRA DE ARGELIA

En 1962, 30.000 ciudadanos franceses desterrados de Argelia desembarcaron en Alicante después de la independencia del país. Muchos de ellos arraigaron en la ciudad, que se convirtió en su núcleo de referencia. Sesenta años después, la comunidad ‘pied-noir’ se ha diluido en el seno de la sociedad alicantina, aunque todavía sobreviven algunos símbolos de su identidad.

El 5 de julio de 1962 Francia reconoció la independencia de Argelia, la que había sido su colonia durante 130 años, después de casi una década de guerra. Se trataba de un desenlace que afectó directamente a la comunidad ‘pied-noir’, una distinción con origen desconocido –algunos la vinculan a las botas negras que gastaban los primeros colonos militares franceses– con la que se identificaba a la ciudadanía francesa residente en el país norte-africano. Entre todos aquellos franceses se encontraba una gran comunidad de personas con origen valenciano –fundamentalmente de la parte meridional del país– y menorquín. El final de la guerra hizo que muchos de ellos volvieran a las comarcas del sur y que se reencontraran con sus orígenes. Otros muchos, sin ningún vínculo con el pasado, también se establecieron en Alicante después de haber perdido la guerra. Antoni Seva lo explicó en el primer libro editado por Tres i Quatre, en 1968, en aquel ‘Alicante, 30.000 pied-noirs’ que hoy es toda una referencia del ensayo en catalán y que, pese a su antigüedad, conserva una gran vigencia.

Alicante, que era una ciudad de cerca de 120.000 habitantes –actualmente supera los 330.000– veía, de forma repentina, aumentar su población en una cuarta parte. Aunque no todos los recién llegados llegaron al mismo tiempo ni en las mismas condiciones. Había también quien volvía a los pequeños pueblos de la Marina, de los que sus antepasados ​​inmediatos habían huido de una agricultura insuficiente para probar suerte con una nueva vida en el norte de África. Otros llegaban, tanto a Alicante como a localidades cercanas, sin haber pisado nunca el territorio, y con la única referencia de que buena parte de sus compatriotas encontraban la procedencia en aquellas comarcas. Algunos incluso volvían con la desagradable certeza de no ser bien recibidos en Francia, el Estado al que pertenecían. Buena parte de los franceses continentales despreciaban a sus compatriotas africanos.

Así lo recuerda Antoinette Acosta, nacida en Orán en 1939, de padres alicantinos y afincada en su ciudad de origen en 1965, tres años después de la independencia de Argelia. Antes, ella y su marido habían probado suerte en Saint-Éttiene, donde no pudieron quedarse. “Mi hombre sufría miradas indiscretas porque los ‘pied-noirs’ éramos mal vistos en Francia: creían que íbamos a quitarles los puestos de trabajo. Los políticos tampoco nos ayudaron mucho”, destaca Acosta, quien también recuerda oír hablar catalán con acento alicantino durante su juventud en Orán. Como ejemplo de este mal recibimiento en la Francia continental el de Gaston Defferre, alcalde socialista de Marsella entre 1953 y 1986, que rechazó la llegada de franceses procedentes de África aquel 1962.

En la República Francesa, recuerdan muchos testigos, los ‘pied-noirs’ arrastraban el estigma de defender la colonización en tiempos en los que la lucha anticolonial dominaba buena parte del relato político europeo. El discurso militarista y las acciones violentas con las que estaban dispuestos a defender su estatus en Argelia, diferenciado de la población nativa, generaba un rechazo importante en Francia que menos de veinte años antes había derrotado al nazismo. Coincide José Torroja, nacido en Barcelona en 1929 y trasladado a Argelia durante la Guerra de España para quedarse hasta la independencia del país. “Francia generó una reacción contra los ‘pied-noirs’ porque muchos soldados murieron combatiendo en Argelia, y existía el sentimiento de que por mantener la colonia estaban muriendo los hijos de la patria y que no compensaba”. A este factor hay que sumar que buena parte de los ciudadanos franceses residentes en Argelia no eran de origen francés, lo que estimulaba aún más esa xenofobia interna contra sus propios compatriotas.

A todo esto había que sumar un factor político determinante. Aquella era la Francia de Charles de Gaulle, quien presidió la República Francesa entre 1959 y 1969 y quien se había convertido en el gran referente de la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial. No en vano, el aeropuerto de París le rinde homenaje con su nombre. Pero no todos los franceses recuerdan con cariño la figura de ese político. Geneviève Guérin nació en Argel en 1937 y llegó a Alicante el 31 de octubre de 1961. Reconoce que, en ese momento, tenía miedo porque “las cosas no iban como debían ir, aunque los franceses de Argelia creían que perder la guerra era imposible”. Guérin no se siente derrotada por Argelia, sino traicionada por Francia, y concretamente por Charles de Gaulle. “Todo fue una maniobra suya: él visitó Argel y nos dijo que nos protegería, pero su plan era liquidar la colonia”. Según Guérin, la teoría más asumida entre la comunidad ‘pied-noir’ fue que en la Conferencia de Yalta, en Ucrania, en febrero de 1945, estadounidenses, británicos y soviéticos acordaron ayudar a Francia contra Hitler a cambio de liquidar las colonias en menos de veinte años y provocar así la pérdida de poder territorial francés en todo el mundo.

Torroja, crecido en Barcelona, ​​hijo de un reusense y una terrassense y que aún conserva un catalán nativo sin interferencia alguna, argumenta aquella “traición” con el hecho de que “muchos argelinos, y también los árabes, fueron movilizados para combatir durante las dos guerras mundiales. Todos fueron abandonados por De Gaulle”. De hecho, él mismo ha escrito una novela, autoeditada y “basada en hechos reales” con un título bastante explícito: ‘Sudor y sangre, la traición de un general’, en la que explica su versión de todo aquel episodio. Torroja no tenía ningún antepasado francés, pero se politizó en esa etapa histórica e incluso organizó misas en la cocatedral de San Nicolás de Alicante –el espacio religioso más característico de la ciudad– en memoria de los dirigentes de la OAS –Organización de la Armada Secreta–, grupo armado constituido para llevar a cabo un golpe de Estado contra De Gaulle como respuesta a la derrota colonial. Aquella organización, claramente identificada con la extrema derecha, representó uno de los grandes apoyos electorales de Jean Marie Le Pen antes de que ese candidato adquiriera más transversalidad y fuera el segundo más votado en las elecciones republicanas del 2002. Aún hoy, muchos los piensan. Aún hoy, muchos de los ‘pied-noirs’ residentes en Alicante, con derecho a voto en Francia, siguen votando a Le Pen –ahora Marine Le Pen– e identifican a Emmanuel Macron, precisamente, con De Gaulle, en quien dicen que se refleja el actual presidente francés. A las misas por los dirigentes de la OAS, recuerda Torroja, asistían también las autoridades franquistas locales de la época.

noirs residentes en Alicante, con derecho a voto en Francia, siguen votando a Le Pen –ahora Marine Le Pen– e identifican a Emmanuel Macron, precisamente, con De Gaulle, en quien dicen que se refleja el actual presidente francés. A las misas por los dirigentes del OAS, recuerda Torroja, asistían también las autoridades franquistas locales de la época.

De hecho, muchos militantes del OAS permanecieron en Alicante hasta que Francia decretó la amnistía en 1968. Hasta ese momento, muchos de ellos sobrevivían en las comarcas meridionales del país gracias a las ayudas económicas que les llegaban desde de Francia. Tanto era así que el Liceo Francés, fundado en Alicante en octubre de 1962 por la mencionada Geneviève Guérin, fue ignorado durante años por el Estado francés, dado que sospechaban que aquél era un refugio de los exiliados de la OAS.

El Liceo Francés todavía permanece abierto en Alicante y acoge cada curso a cientos de alumnos. Algunos años, incluso, ha superado al millar. Guérin recuerda que cuando lo abrió, en octubre de 1962, lo hizo después de que buena parte de sus compatriotas asumieran que nunca volverían a Argelia. “Se pensaban que la guerra no podía perderse y que pasado el verano podrían volver, que esa estancia en Alicante sería como unas vacaciones, pero no. Acabado el verano, tuvieron que buscar trabajo, montar negocios y establecerse en la ciudad. Los niños tenían que volver a la escuela”. Fue esta la motivación por la que Guérin, maestra de formación que había ejercido la docencia en Argel, abriera una escuela francesa en la céntrica pero estrecha calle de Sant Vicent. Pocos años más tarde tuvo que trasladarla al barrio de Bonavista, junto al monte de Orgegia, donde pudieron abrir un centro con mayor capacidad. Recientemente hubo un nuevo traslado, ahora a la zona de Villa Marco, en el término municipal de El Campello, donde se encuentra el actual Liceo.

Aquella escuela sirvió para acoger a los hijos de los ‘pied-noirs’, pero inmediatamente animó a muchos padres y madres alicantinas a apuntar a sus hijos para dotarles de una educación diferente. Guérin recuerda que, por parte de las autoridades franquistas, los impulsores de ese centro nunca tuvieron obstáculos, sino todo lo contrario. “La acogida fue fantástica”, recuerda, y ese centro sirvió para crear un espacio de convivencia entre los franceses de Argelia recién llegados y los alicantinos, que no sufrieron problemas de integración. En la segunda generación de ‘pied-noirs’, de hecho, los consultados reconocen que la comunidad colona ya estaba totalmente diluida en el seno de la sociedad alicantina.

Esto fue así, entre otras cosas, por el gran “empuje” que esta comunidad dio a la economía local. Es un término empleado por José Torroja, quien recuerda que en ese momento Alicante era “una ciudad cerrada a sí misma en la que nosotros construimos bares, restaurantes y discotecas en la playa y estimulamos el turismo. El capital local, que estaba dormido y nunca se arriesgaba, encontró un gran impulso con nuestro trabajo. Cuando vieron que las cafeterías y los locales funcionaban, los empresarios locales se animaron a ello. La ciudad vio multiplicados a sus habitantes con nuestra llegada, y con el impulso del turismo se multiplicó aún más”, explica este francés nacido en Barcelona. Todo aquello, según él mismo, animaba aún más a los alicantinos a escolarizar a sus hijos en el Liceo, a aprender francés y a descubrir una comunidad hasta entonces desconocida. “Fruto de ello es el hecho de que muchos alicantinos que fueron alumnos del Liceo han podido marcharse a trabajar a Francia en las etapas de mayor dificultad económica, al igual que dos nietas mías han podido ir a estudiar y a trabajar en Barcelona gracias a haber aprendido valenciano en la escuela”, argumenta.

Sesenta años después, la comunidad ‘pied-noir’ está totalmente integrada en el seno de la sociedad alicantina hasta el punto de que, más allá de algunas reuniones tradicionales, puede decirse que nadie la distingue. Su supervivencia, por tanto, también es motivo de debate. Torroja reconoce que la memoria ‘pied-noir’ está más presente en el conjunto de Francia, pero que en Alicante sólo la recuerdan quienes lo vivieron en primera persona. Los descendientes “de vez en cuando preguntan, pero están casados ​​con gente de aquí y todo queda en el recuerdo”. Torroja no siente lástima por este olvido gradual, porque dice que es fruto “de la vida”. En el mismo sentido se expresa Guérin, que pese a lamentar que sus bisnietos posiblemente no hablarán el francés, celebra que todo esto sea el resultado de una integración en la sociedad alicantina.

Antoinette Acosta sí siente cierta pena, pero se resigna y asume que el olvido es inevitable en las próximas generaciones. Algunos de sus nietos ya no hablan el francés y sus hijos dejaron de celebrar la romería de la Santa Cruz, organizada a finales de mayo por el día de la Ascensión, una tradición obligada en Argelia francesa que los primeros ‘pied-noirs’ mantuvieron en Alicante. Sí queda el espíritu de una economía de servicios que los franceses de Argelia estimularon con su iniciativa y el juego de la petanca, que ellos mismos introdujeron en la ciudad.

Este desenlace lo pronosticó con una precisión perfecta Antoni Seva en el ensayo editado por Tres i Quatre en 1968 citado al principio del artículo. “La asimilación de los ‘pied-noirs’ quizá se haga esperar, pero es inevitable: en la segunda generación, en la tercera, a lo sumo. Al fin y al cabo, como fueron asimilados en Argelia sus padres o sus abuelos: la historia vuelve a empezar. En cuanto a los alicantinos, poco notarán esta asimilación. Poco la han notado hasta ahora. En definitiva, los ‘pied-noirs’ no han aportado ninguna premisa cualitativa nueva: acentúan las ya existentes, incrementándolas. Forasteros incorporados en el mismo engranaje, operarios de última hora, habrán añadido un nuevo color, pasablemente exótico, al caleidoscopio alicantino”.

Publicado el 4 de julio de 2022

Nº. 1986

EL TEMPS