Una de las principales críticas que se hacen al independentismo -ahora extensamente mantenida en el último libro de Francesc-Marc Álvaro- es la de una supuesta precipitación. La culpa del colapso actual la tendría el “tenemos prisa”. Se trata de lo que se llama un análisis contrafactual, que consiste en evaluar alternativas a la situación presente si se hubieran tomado otras decisiones en el pasado. Un ejemplo: imaginar -hipotéticamente- cómo habría ido el Proceso de no haberse adelantado las elecciones catalanas de 2012 en las que CiU perdió 12 diputados respecto a 2010, por otra parte marcadas -como las municipales de 2015- por las falsas noticias sobre unos supuestos cuentas de Artur Mas en el extranjero o una cuenta suiza del hasta entonces alcalde Xavier Trias publicadas por ‘el Mundo’ y ampliamente difundidas por los medios de aquí. Y, particularmente, que habría pasado sin las mentiras de ‘El Mundo’.
El interés del análisis contrafactual me lo ha hecho ver el profesor de economía y colaborador de este diario Albert Carreras. Hace pocos días escuché una brillante conferencia suya en el Instituto de Estudios Catalanes sobre los escenarios alternativos que se habrían podido producir si se hubieran tomado otras decisiones en momentos clave del Proceso. En el caso que comento, suponer que ha habido decisiones apresuradas es una manera de decir que, sin prisas, -el contrafactual- la situación sería más satisfactoria… aunque no se sabe bien para quién. Si en 2014 no se hubiera hecho la consulta del 9-N sin permiso; si en 2017 no se hubiera celebrado el referéndum “unilateral” (digámoslo bien: unilateralizado por el Estado); si después ERC no hubiera frustrado la convocatoria de elecciones que quería Puigdemont el 26-O… Y también podríamos ir más atrás: si en 2004 Pasqual Maragall no hubiera impulsado una reforma del Estatuto que ahora llamaríamos “lirista”; si en 2005 a nadie se le hubiera ocurrido inventar un “derecho a decidir”; si en 2006 Alfonso Guerra no hubiera pulsado el botón de la humillación con su cepillo…
La tesis de la supuesta prisa se sustenta en la falacia de situar el inicio del Proceso lo más cerca posible. En la sentencia del Tribunal Constitucional de 2010. Sin embargo, el Proceso -es decir, el cambio de perspectiva favorable a la independencia que desbordó las estrategias de los partidos- se inicia en 2000 con las graves provocaciones antiautonomistas de la mayoría absoluta de Aznar -las encuestas recogen perfectamente el decantamiento-, con la traición, en 2005, de Zapatero al compromiso tomado con Maragall -ese ‘apoyaré’… – y, en definitiva, con el fracaso del Estatuto de 2006. Esto hace un proceso de cambio político de entre quince y veinte años. ¿Es esto tener prisa? ¿Qué hacía falta para no tener prisa y ganar el desafío: ¿una hoja de ruta a cincuenta años vista?
Pero, y en segundo lugar, el supuesto del error de un “tenemos prisa” -¿quién no la puede tener en la situación de amenaza y abuso que, como reconocía el no independentista Jordi Pujol, nos llevaba indefectiblemente a la residualización nacional?- sólo gusta en desautorizar todo lo que se decidió sin explicarnos qué decisiones alternativas, más allá de esperar, llevarían al éxito. Lo que, inevitablemente, nos hace recordar la máxima de Maquiavelo: “Más vale hacer y arrepentirse que no hacer y arrepentirse”.
Mi contrafactual preferido, sin embargo, sigue siendo imaginar qué hubiera pasado si el 27-O la mayoría de diputados no hubieran aceptado la suspensión antidemocrática del 155 y se hubieran encerrado en el Parlamento. O si se hubiera tomado la decisión -la que yo deseaba- de no ir con los pies atados a las elecciones impuestas del 21-D, consiguiendo que con una participación ínfima hubieran perdido toda legitimidad. Contrafactuales que, en mi opinión, habrían acelerado la secesión sin entrar en la ratonera actual. Porque sí, es cierto: a diferencia de aquellos a los que les preocupa, tengo prisa, mucha prisa.
ARA