Uno de los libros más influyentes de la historia contemporánea es ‘La ética protestante y el espíritu del capitalismo’, del gran sociólogo alemán Max Weber. Para Weber, la causa del nacimiento del capitalismo había que ir a buscarla en la ruptura propiciada por la reforma luterana y, muy concretamente, en las tesis de los calvinistas. Por el modelo de persona que creaban. Weber remarcaba que el puritanismo ético de los calvinistas vio en el rechazo del alarde y el deber del trabajo y del riesgo personal un signo de la gracia divina, gracia que no podían encontrar fácilmente confesándose, como los católicos, o haciendo buenas obras, como los luteranos. Por eso, el capitalismo nació en los Países Bajos y en el centro de Europa, y aunque con el paso de los años el nuevo modelo económico destinado a dominar el mundo se fue desprendiendo de esta aureola religiosa, el hecho es que ya se había impregnado de su ética.
Por eso son muchos los historiadores que han resaltado la raíz extraña del capitalismo español. España siempre se ha reivindicado como la anti-Reforma, como la patria del catolicismo apostólico y romano que debía enfrentarse a los descreídos del norte en defensa de la fe verdadera –y no hablo de la edad media, que el discurso franquista aún iba por ahí. Cuando Joan Fuster atacó la misma raíz del nacionalismo español en aquel deslumbrante libro que es ‘Contra Unamuno y todos los demás’, desató una cierta polémica cuando calificaba al filósofo vasco de “Conchita Bautista de la cultura”. Pero con ello logró resaltar muy gráficamente que Europa continuaba, y creo que sigue, admirando de España solo el exotismo: “La españolada implícita”. Todo aquello de la bravura en las inflexiones adecuadas, la crispación de los músculos faciales y la forma exagerada de remover el culo. El escritor de Sueca decía que, en cualquier terreno, “la reacción racial y exótica” era lo único que la España refugio de occidente sabía producir. España nunca sería un país central en Europa, ni demasiado europeo, porque el peso del catolicismo, aunque nadie vaya a misa, la ahoga. Porque la ética según la cual puedes hacer lo que quieras, descaradamente, que después todo se arreglará en un minuto rezando tres padrenuestros y una avemaría es incompatible con la forma de hacer de una Europa que han construido los protestantes.
Esa es la razón por la que España nunca ha tenido un capitalismo como Dios, y el señor Karl Marx, mandan. Con todas las excepciones que sean necesarias, y que básicamente eran vascas y catalanas, la economía española ha pivotado, y pivota todavía, sobre aquella cosa feudal que la izquierdilla de la transición calificó de oligarquía latifundista castellano-andaluza y sobre los rateros que rodeaban a Franco: las famosas cuatrocientas familias que empezaron rodeando y vampirizando al dictador insurreccionado y han rodeado y vampirizado, más aún, a los partidos políticos y a la monarquía sucesora. El ‘capitalismo Cibeles’, que definió de forma tan acertada Francesc Sanuy.
Precisamente en el libro (1) que lleva este mismo título, Sanuy retrata sardónicamente “el engranaje público-privado” que ha permitido a empresas como la hoy famosa Ferrovial el hacerse mayores. Y la trampa que significan en comparación con el capitalismo serio y exigente. Cuando Ferrovial adquirió la gestión del aeropuerto de Heatrow, en Londres, para asombro de sus competidores, que no podían asumirlo, pagó un 50% más del valor real de la instalación gracias a las exenciones fiscales que le regaló el gobierno español de turno. Aquello y más escándalos, como la compra de British Airways por Caja Madrid, acabaron haciendo que la Unión Europea prohibiera estas conjuras, que son el pan de cada día en España, pero un comportamiento insultante fuera de la península. Caja Madrid duró en British Airways menos de lo que dura un chiste, porque no tenían ni idea de qué hacer con una empresa que se ganaba los garbanzos compitiendo en el mercado, pero, aun así, aquél fue el momento culminante del peculiar capitalismo español, cuando se hizo mayor. De un capitalismo que supera al decorado político, como se describe perfectamente en otro libro fundamental –La patria en la cartera (2), de Joaquim Bosch– : “No hubo alteraciones en la esfera económica durante el paso de la dictadura a la democracia. Las prácticas amiguistas estaban muy incrustadas en las instituciones porque ésta había sido la forma habitual de relacionarse con el poder político y los usos empresariales tampoco se modifican de la nocha a la mañana. […] Estas dinámicas permitieron la continuidad de las prácticas vinculadas a la corrupción”.
Para entenderlo mejor permítanme que les dé cuatro datos selectos sobre Ferrovial, dado que esta empresa, que era la gran noticia de ayer, es un espécimen representativo. Ferrovial fue fundada por Rafael del Pino y Moreno en 1952, un voluntario del bando franquista que llegaría a ser teniente. Acabada la guerra, le encomendaron funciones relacionadas con los ferrocarriles, pero cuando se casó con una Calvo Sotelo (Ana María), de repente, y habiendo accedido al círculo selecto, Renfe le ofreció un gran contrato de mantenimiento, que le llevó a crear Ferrovial. Capitalismo a la española desde el primer momento: ningún riesgo personal y simbiosis con el Estado.Y así es cómo ha seguido creciendo hasta ahora. En los años sesenta, pasó a hacer carreteras y, aún sin saber hacerlo, ya le regalaron las concesiones de las autopistas vascas. En los años ochenta, Felipe González le adjudicó la construcción del primer TGV español entre Madrid y Sevilla. Ya en este siglo, se quedaron las famosas autopistas radiales de Madrid, con esa cláusula de salvaguarda llamada “responsabilidad patrimonial del Estado”, que garantizaba que de no cumplir las estimaciones de recaudación previstas, tal y como fue, sería compensada por el Estado hasta cubrir las inversiones no amortizadas. Compensación que venía de nuestros impuestos, por supuesto.
Todo, a cambio de seguir regando a los políticos con un abundante dinero corrupto. Que es lo que hacían con Franco y siguen haciendo. Recuerde que todo el escándalo de Fèlix Millet, la corrupción de Convergència i Unió y el caso Palau es de Ferrovial. O que entre sus directivos más importantes siempre hay casualmente conexiones personal-políticas, según el gobierno que manda. Cómo podría ser ahora el caso de Roger Junqueras o cómo fue el caso de destacados familiares de dirigentes de ICV o del PSC en su día. Cuando convenía.
Este estercolero, y no los titulares anecdóticos, es el fondo real, muy sucio, sobre el que cabe situar la fuga de Ferrovial. Y sobre el que también habrá que situar, si llega a ocurrir, la fuga de otras empresas españolas importantes, que según la rumorología madrileña se lo piensan.
Y por eso la reacción indignada de la izquierdilla española apelando al patriotismo solo puedo decir que me ha causado hilaridad. Qué forma de hacer el ridículo. El patriotismo del capitalismo español es el bolsillo, el robo a manos llenas con la salvaguarda del BOE cuando toca que nos suban el precio de cualquier cosa y el presupuesto estatal para inflar las obras. El calvinismo, ni cualquier forma de moralidad que se le acerque, sabe esa gente lo qué es. Y el monstruo de Estado que creó la dictadura se ahoga ante nuestros ojos, atrapado todavía en la crisis catalana y las decisiones que tomó para mantener la farsa viva, y frenado cada día más en sus malas prácticas por una Europa que ahora sí manda y que ya no le deja hacer tan alegremente.
De modo que las empresas se pueden mover de sede si conviene, ¿no? Pues si se puede hacer si lo ordena el rey, también se puede hacer si lo ordena un bolsillo que ve que la vaca ya no se puede ordeñar mucho más. Y qué gracia que me hace ver, sentado en el sillón, el espectáculo.
(2) https://www.planetadelibros.com/libro-la-patria-en-la-cartera/343534
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