La buena acogida de la última final de versolarismo, con 13.500 personas llenando el Navarra Arena, invita a analizar el auge de esta expresión cultural
Es sencillo explicar qué es un bertsolari y cuál es su desempeño, aunque resulta más complicado escudriñar cuáles son los elementos que se condensan detrás del éxito y las pasiones que acompañan a esta expresión cultural en euskera. Un estudioso de las manifestaciones relacionadas con la oralidad como John Foyle lo consideró un fenómeno único, no tanto por el tipo de improvisación oral, con equivalentes en todo el mundo, sino por la relevancia sociocultural que adquiere en el ámbito vasco.
Este domingo se vivió un buen ejemplo. Alrededor de 13.500 personas abarrotaron el pabellón Navarra Arena de Pamplona durante ocho horas, coincidiendo en parte con el Argentina-Francia de Qatar, para seguir la final en la que se decantaría qué bertsolari se convertiría en el o la ganadora del campeonato más importante, de carácter cuatrienal. Lo cierto es que las entradas se acabaron hace varios meses y en cuestión de horas, de manera que probablemente se podía haber llenado un recinto mucho mayor, pese a tratarse de un evento televisado en su integridad por la televisión pública vasca, ETB.
La final terminó con la victoria de Maialen Lujanbio (Hernani, 1976), que se calaba su tercera txapela, en reñida pugna con Amets Arzallus (San Juan de Luz, 1983) y por delante de los otros seis finalistas, de entre 22 y 47 años, que se habían clasificado durante las eliminatorias previas. La sensación, no obstante, era que la propia disciplina del versolarismo (bertsolaritza, en euskera) era la que salía fortalecida de la jornada. De ese éxito nace también la curiosidad por este fenómeno: ¿Cómo es posible que una manifestación cultural tradicional y poética de este cariz no solo no decaiga en estos tiempos de modernidad líquida, sino que viva un auge?
¿Qué es un bertsolari?
Jon Abril es en la actualidad el presidente de la Fundación Elhuyar, dedicada al impulso de la ciencia, la tecnología y el euskera, aunque antes ha sido bertsolari, juez en certámenes de versolarismo y encargado de proponer los temas a tratar. A pesar de su cercanía con esta disciplina, advierte una dimensión “compleja” de cara a analizar su implantación.
“El versolarismo en sí lo podemos definir como un canto improvisado que se realiza recitando versos que responden a un tema propuesto. El bertsolari y el público son las dos partes indispensables para que exista, aunque a partir de ahí puede haber también jurado, cuando se trata de campeonatos, o personas encargadas de proponer temas y dinamizar las sesiones. En todo caso, me parece que existe una dimensión más compleja a la hora de explicar el fenómeno. Tiene que ver con la cultura, la identidad y la tradición vasca. Es una forma de expresión de gran tradición que, sin embargo, ha ido evolucionando, ha sabido adaptarse y en cada momento se ha transmitido de una forma diferente”, explica Abril.
De los bares a los pabellones
Esa evolución, indica, ha llevado a que en la actualidad haya “tomado fuerza un versolarismo en forma de espectáculo”. “En el pasado, no obstante, tuvieron gran importancia otras formas: los versos en papel, las sesiones que tenían lugar en los bares y en celebraciones populares o la transmisión familiar. Sin que se hayan perdido muchas de esas formas, vemos que ha ganado terreno ese versolarismo que se desarrolla ante un público numeroso, en ocasiones masivo”, señala.
Jone Miren Hernández, profesora de Antropología en la Universidad del País Vasco (UPV/EHU), remite a John Foyle a la hora de explicar la peculiaridad del fenómeno: “Expresiones que guardan similitud, vinculadas a la oralidad, hay en todo el mundo y tienen, como en el caso vasco, una tradición de siglos. La gran virtud del versolarismo ha sido su capacidad de adecuación a cada momento histórico y su poder de fortalecimiento, atrayendo a nuevas generaciones y logrando un gran eco social. Eso es lo que maravilló a Foyle”.
Desde una perspectiva más antropológica destaca la “orientación comunitaria” del fenómeno, también presente en otras expresiones culturales relacionadas con la oralidad, aunque define el versolarismo vasco como una “disciplina caleidoscópica”.
“Los elementos comunitarios están ahí y esa capacidad para crear comunidad es relevante, si bien aúna otros muchos elementos que permiten conectar con el público. Reúne elementos de tipo social, de tipo político, vinculados con la identidad o con una lengua minorizada como el euskera, pero aúna también elementos ligados a la música, a la estética o al arte. Existen muchos elementos de conexión y varían dependiendo de la persona, de ahí que haya logrado reunir a un público tan variado, especialmente en los últimos años”, indica.
El auge
La antropóloga guipuzcoana pone de relieve que la perspectiva comunitaria de esta disciplina no se aprecia solo entre el público, sino también entre los propios bertsolaris: “Son artistas y admiramos su creatividad y sus capacidades, pero, al contrario que en otros lugares, han mantenido un sentido colectivo, por más que cada uno tenga su personalidad, identidad y sello artístico. No se ha primado la individualidad, la genialidad de alguno de ellos de manera particular. Esa ha sido, en mi opinión, una de las claves del éxito de las últimas décadas”.
En todo caso, Jone Miren Hernández pone el acento sobre todo en la capacidad de adecuación y organización a la hora de explicar el auge de las dos últimas décadas. “Ha habido una estructura que se ha encargado de organizar todo y de ordenar ese crecimiento. Las bertso-eskolas, escuelas de versolarismo, también han sido clave, y, sobre todo, ha habido una gran capacidad de adecuación”.
Jon Abril coincide en este punto y pone como ejemplo la elección de los temas a tratar: “Se habla cada vez más de cuestiones de carácter social, ya sea de los problemas de las personas migrantes, los debates más punteros en el ámbito del feminismo o, por poner un ejemplo que se vio en la final, se puede llegar a pedir a los bertsolaris que se pongan en el papel de una persona trans. Eso ha servido para conectar con las generaciones más jóvenes, pero sin espantar a los más mayores”.
Jon Abril destaca también que el versolarismo ha logrado llegar más allá de las zonas más vascohablantes, penetrando en las capitales a través de parte de las nuevas generaciones y “convirtiéndose también en un fenómeno urbano”.
La estela de Maialen Lujanbio
Otro de los grandes cambios que ha vivido esta expresión cultural tiene que ver con el creciente peso de la mujer y el papel que ha jugado el feminismo dentro de esta expansión. La vigente campeona, Maialen Lujanbio, fue en 1997 la primera mujer en llegar a la final del Campeonato de Euskal Herria, y fue también la primera en proclamarse campeona, ya en 2009 (repetiría en 2017 y en la presente edición). Este domingo, en cambio, tres de las finalistas eran mujeres.
“El versolarismo es y ha sido, históricamente, un reflejo de la sociedad. En la medida en que es una expresión que se ha desarrollado en el espacio público y éste estaba copado por los hombres, fue un ámbito tradicionalmente para los hombres. Eso ha cambiado, y ese cambio no ha ocurrido por casualidad ni de un día para otro. Ha exigido trabajo y la implicación de determinadas personas. Ha habido resistencias, como en todos los ámbitos, pero la entrada de las mujeres en las escuelas de versolarismo o la referencialidad de bertsolaris como Maialen Lujanbio han permitido que, también en este caso, haya exhibido capacidad de adaptación y se haya consumado ese cambio que vemos”, indica Jone Miren Hernández.
El futuro
Jon Abril reconoce que puede resultar sorprendente que, en un “mundo tan globalizado, hipermoderno y tecnologizado”, una expresión cultural “sencilla”, en el sentido de que no va acompañada de grandes artefactos ni de enormes campañas de marketing, se mantenga viva y pase por un momento dulce.
“Su futuro será prometedor si es capaz de emocionar y conectar con la sociedad y, especialmente, con las generaciones más jóvenes, tal y como ha hecho en los últimos años. Ahí está el desafío. Hasta ahora ha acertado en cada momento, y eso exige un replanteamiento continuo, apertura y ser capaz de atraer. Exige también investigación, estar atento a otros creadores o arriesgarse a llevar a cabo hibridaciones con otros géneros. Las escuelas de versolarismo están llenas, así que soy muy optimista”, concluye.
La Vanguardia