“Saber historia, pensar mejor”

Los humanos solemos tener una memoria corta. Pensamos en términos de décadas, o como máximo de algunos siglos. Y eso hace que, a veces, los análisis sociales o políticas extrapolen conclusiones con un material empírico de referencia más bien escaso. No somos demasiado conscientes de dónde venimos, ni en qué periodo de tiempo las sociedades humanas se han organizado de la manera que lo han hecho. Cuando los estudiantes llegan a la universidad son pocos, por ejemplo, los que tienen una idea clara de la historia de lo que ampulosamente llamamos homo sapiens. Pocos saben que el período que comienza con el “neolítico”, o sea, desde que hay una economía basada en la agricultura y la ganadería, en que hay ciudades y posteriormente escritura y metalurgia representa, a lo sumo, el 7% de la historia de nuestra especie. El resto corresponde a las sociedades recolectoras y cazadoras. Y dentro del género homo ese mismo período representa tan sólo un 0’4%. Es fácil concluir que, vistos los orígenes, los cerebros humanos no resultan demasiado congruentes con el contexto de las sociedades modernas. Y esto seguramente tiene consecuencias en el ámbito de la moral y de la política.
Resulta difícil entender qué somos, y cómo y por qué hemos llegado hasta aquí sin al menos entrever nuestro pasado evolutivo. Creo que la historia de la evolución debería estar presente en todas las carreras de ciencias sociales y de humanidades. Prevendría errores y prejuicios ideológicos basados en la falta de conocimientos científicos. Entender qué somos y cómo actuamos pasa por entender de dónde venimos.
Además, los países occidentales hemos heredado una visión del mundo bastante sesgada en términos históricos y culturales. En la transmisión de la historia dentro de nuestro contexto sigue predominando un enfoque muy “local” (europeo). Con más o menos conciencia, las escuelas, las familias, los medios de comunicación, algunas universidades, transmiten la imagen de que, con la excepción de las primeras civilizaciones (sumerios, egipcios, etc) y del periodo medieval, occidente ha sido el vanguardia cultural de la humanidad. Y esto resulta ser una preconcepción que, además de falsa, actúa como un prejuicio que distorsiona la realidad, y proyecta la autoimagen de una pretendida superioridad occidental que está basada en la simple ignorancia de la historia.
Las culturas china, india o musulmana, especialmente la primera, ocuparon durante prácticamente un milenio el centro de gravedad del conocimiento o de las artes, muy por encima de las sociedades occidentales de su tiempo. De todo lo cual, sin embargo, en occidente, incluidas sus élites “ilustradas”, se sabe más bien poco. Lo que no deja de ser el vivir dentro de un cierto provincianismo intelectual. Se trata de una situación que incentiva mantener actitudes de arrogancia mental, aunque sea inconscientemente.
Para entender el mundo de los humanos se necesitan conocimientos históricos. Y eso implica tener en cuenta dos dimensiones analíticas: una hacia atrás y otra hacia los lados. Es decir, conocer al máximo los tiempos pasados (incluidos los grandes períodos de la evolución), y, referido a las sociedades humanas, conocer al máximo los principales hitos de las culturas del mundo más avanzadas en cada período, que ni mucho menos han sido siempre la de los países occidentales. La historia de China o de la edad de oro del periodo islámico, entre los siglos IX y XIII están llenas de avances en los ámbitos de las matemáticas, de la medicina -incluida la cirugía-, de la astronomía, el urbanismo, la tecnología, etc. Un apunte: los Cánones médicos de Avicena (principios del siglo XI) incluyen recomendaciones sobre el tratamiento de enfermedades infecciosas, la identificación de tumores cancerígenos, enfermedades neurológicas, así como la formulación de una dieta alimenticia sana y las ventajas de hacer ejercicio. La hegemonía occidental no llegó hasta el mundo greco-romano y después tuvo que esperar hasta los siglos XVII-XVIII para recuperarla. Mirando hacia adelante, tal vez las cosas vuelvan a variar dentro de este mismo siglo.
Los humanos solemos tener una memoria corta. Pensamos en términos de décadas, o como máximo de algunos siglos. Y eso hace que, a veces, los análisis sociales o políticas extrapolen conclusiones con un material empírico de referencia más bien escaso. No somos demasiado conscientes de dónde venimos, ni en qué periodo de tiempo las sociedades humanas se han organizado de la manera que lo han hecho. Cuando los estudiantes llegan a la universidad son pocos, por ejemplo, los que tienen una idea clara de la historia de lo que ampulosamente llamamos homo sapiens. Pocos saben que el período que comienza con el “neolítico”, o sea, desde que hay una economía basada en la agricultura y la ganadería, en que hay ciudades y posteriormente escritura y metalurgia representa, a lo sumo, el 7% de la historia de nuestra especie. El resto corresponde a las sociedades recolectoras y cazadoras. Y dentro del género homo ese mismo período representa tan sólo un 0’4%. Es fácil concluir que, vistos los orígenes, los cerebros humanos no resultan demasiado congruentes con el contexto de las sociedades modernas. Y esto seguramente tiene consecuencias en el ámbito de la moral y de la política.
Resulta difícil entender qué somos, y cómo y por qué hemos llegado hasta aquí sin al menos entrever nuestro pasado evolutivo. Creo que la historia de la evolución debería estar presente en todas las carreras de ciencias sociales y de humanidades. Prevendría errores y prejuicios ideológicos basados en la falta de conocimientos científicos. Entender qué somos y cómo actuamos pasa por entender de dónde venimos.
Además, los países occidentales hemos heredado una visión del mundo bastante sesgada en términos históricos y culturales. En la transmisión de la historia dentro de nuestro contexto sigue predominando un enfoque muy “local” (europeo). Con más o menos conciencia, las escuelas, las familias, los medios de comunicación, algunas universidades, transmiten la imagen de que, con la excepción de las primeras civilizaciones (sumerios, egipcios, etc) y del periodo medieval, occidente ha sido el vanguardia cultural de la humanidad. Y esto resulta ser una preconcepción que, además de falsa, actúa como un prejuicio que distorsiona la realidad, y proyecta la autoimagen de una pretendida superioridad occidental que está basada en la simple ignorancia de la historia.
Las culturas china, india o musulmana, especialmente la primera, ocuparon durante prácticamente un milenio el centro de gravedad del conocimiento o de las artes, muy por encima de las sociedades occidentales de su tiempo. De todo lo cual, sin embargo, en occidente, incluidas sus élites “ilustradas”, se sabe más bien poco. Lo que no deja de ser el vivir dentro de un cierto provincianismo intelectual. Se trata de una situación que incentiva mantener actitudes de arrogancia mental, aunque sea inconscientemente.
Para entender el mundo de los humanos se necesitan conocimientos históricos. Y eso implica tener en cuenta dos dimensiones analíticas: una hacia atrás y otra hacia los lados. Es decir, conocer al máximo los tiempos pasados (incluidos los grandes períodos de la evolución), y, referido a las sociedades humanas, conocer al máximo los principales hitos de las culturas del mundo más avanzadas en cada período, que ni mucho menos han sido siempre la de los países occidentales. La historia de China o de la edad de oro del periodo islámico, entre los siglos IX y XIII están llenas de avances en los ámbitos de las matemáticas, de la medicina -incluida la cirugía-, de la astronomía, el urbanismo, la tecnología, etc. Un apunte: los Cánones médicos de Avicena (principios del siglo XI) incluyen recomendaciones sobre el tratamiento de enfermedades infecciosas, la identificación de tumores cancerígenos, enfermedades neurológicas, así como la formulación de una dieta alimenticia sana y las ventajas de hacer ejercicio. La hegemonía occidental no llegó hasta el mundo greco-romano y después tuvo que esperar hasta los siglos XVII-XVIII para recuperarla. Mirando hacia adelante, tal vez las cosas vuelvan a variar dentro de este mismo siglo.

ARA