Cuando, empujados por el gigantesco ejército español, Juan III y Catalina I tuvieron que dejar Pamplona camino de Baja Navarra, no podían imaginar que no volverían a pisar la capital del reino. En la huida moriría exhausto uno de sus hijos pequeños, siendo una de las primeras víctimas de una guerra que habría de conocer episodios tan sangrientos como las batallas de Noáin, Zengarrain y Monte Aldabe, así como los asedios de Amaiur, San Juan de Pie de Puerto y Hondarribia. El navarrismo se reinventaría luego la historia, contándonos el cuento de la anexión pacífica, voluntaria y bonancible. Esa misma historiografía navarrista que, tras castigarnos durante décadas con sus imposturas, ha permanecido estruendosamente calladita durante todo este 2012, evitando entrar al trapo del debate histórico, y amagando tan solo con un pseudo-congreso, teledirigido por el Gobierno y cerrado a cal y canto a la disidencia. Jugando con ventaja, como siempre.
El navarrismo se reinventaría la historia, contándonos el cuento de la anexión pacífica
Juan III y Catalina I murieron en Bearne, y hay quien cruelmente afirma aún que fueron unos reyes desarraigados y franceses. Para ello olvidan, muy oportunamente, que tuvieron nueve hijos nacidos en Navarra (en Pamplona, Tafalla, Olite y Sangüesa), que siempre quisieron vivir y morir aquí, y que su último deseo fue ser enterrados en la catedral de Pamplona. Y esos mismos que sostienen que los reyes de Navarra eran unos advenedizos son los que jalean la política genocida y antinavarra del aragonés Fernando el Falsario, y la de su nieto el emperador Carlos I, de origen austríaco y que ni siquiera hablaba castellano. Luego vendría el resto de los navarrísimos Habsburgo, y luego los Bourbon, y así hasta hoy en día.
Mañana termina el año 2012 y con él termina también esta serie de artículos. A lo largo de 52 semanas hemos tratado de contar la realidad de la conquista a través de sus episodios más significativos, y mañana se cumple el último de esos hitos. El 31 de diciembre de 1512 los reyes de Navarra escribían una carta a los líderes legitimistas, alentándoles a resistir y a no perder la esperanza. Intuían, muy probablemente, que les esperaban aún grandes sufrimientos, y trataban de animarles diciendo que “todo se remediará muy bien y más presto que por ventura pensáis…” Estaban equivocados. Juan III y Catalina I morirían sin volver a Pamplona, y sus restos yacen aún en Lescar, sin ver cumplido su deseo de descansar en la capital. Quinientos años después, sin embargo, son cada vez más los navarros que reivindican que Navarra es su único país, y están dispuestos a decirlo alto, claro y en cuantos lugares sea necesario. En esos saraos nos encontraremos, más presto que por ventura pensáis.
http://www.noticiasdenavarra.com/2012/12/30/ocio-y-cultura/mas-presto-que-por-ventura-pensais