Entrevista a Joaquim Albareda, historiador. Da las claves para entender el secular fracaso del España plural.
¿Entender la Guerra de Sucesión (1700-1714) da claves para comprender el fracaso del España plural?
Sí. Esta fue la obsesión de Ernest Lluch en sus últimos años. En la Corona de Aragón, y especialmente en Cataluña, había una cultura política republicana. Entender ésto es la clave del arco para explicar la guerra, para entender por qué Cataluña resistió hasta el 11 de Septiembre y para que en España vean que procedemos de otro lugar. Porque hoy, no sólo entre los historiadores, sino entre la gente, sigue predominando una visión de España en clave imperial, en clave de derecho de conquista.
¿Qué quiere decir con una política republicana referida a los siglos XVII-XVIII?
Un jurista de la época como Francesc Solanas escribía que “las leyes están por encima del príncipe”. En el mismo momento, en España se decía: “Palabra de rey es palabra de Dios”. Entre las dos fórmulas hay un abismo. Hay otro texto catalán del momento donde se afirma: “La nación reunida en Cortes es la que tiene el máximo poder”. No habla del rey. Concibe la cosa pública como gestionada por los individuos. El rey está en lo alto pero que no nos toque las narices. Esto es una política republicana. El mismo Felipe V lo tenía claro cuando reconocía: “Las últimas Cortes han dejado a los catalanas más repúblicos que los ingleses con su Parlamento”. Llega un momento, tras las Cortes del 1705, en que el rey, en cataluña, tiene poco papel, sobre todo con las medidas de control de los funcionarios reales, el tribunal de contrafueros, al cual cualquier individuo podía apelar si consideraba que un funcionario real o de la Generalitat le había dado un trato injusto. La concepción política catalana también era muy parecida a la que se daba en las repúblicas italianas. había, por lo tanto, un modelo alternativo al absolutismo que en España se ha querido ignorar. No les da la gana de entenderlo. Dicen: “Sí, en Cataluña había fueros como en cualquier municipio de España”. Nooo. ¡No tiene nada que ver!
Un absolutismo que, desde la historiografía mayoritaria española, se sigue identificando con la modernidad.
Con los Borbones no empieza modernidad de ningún tipo. Hacen una política dinástica que es una continuación de la feudal. Era su prioridad. Decir que pensaban en términos de bienestar público da risa. Para mantener la dinastía borbónica, venden parte de la parcela del imperio español y, además de arruinar España, llevan al Estado francés a la bancarrota. El abuelo de Felipe V, Luís XIV, el Rey Sol, que sí era un rey ampliamente respetado, intentó firmar la paz en más de una ocasión, pero al final, sabiendo que se la jugaba, optó por la sangre. Ahora bien: el triunfo no fue en beneficio de los franceses, sino de su familia. Tanto como se ha criticado a los Àustrias y en cambio, a pesar de que Carlos II el Hechizado llevó a España a la decadencia, con él se mantuvo el imperio.
O sea que de modernidad nada.
La corrupción en la administración borbónica fue brutal en Castilla y desastrosa en América, donde se llegaban a vender cargos a niños de 15 años. Fue una hipoteca importantísima para la construcción del Estado.
¿Y esto es el fundamento del Estado-nación moderno?
Es como el mito del franquismo. Hay paralelismos sorprendentes. También se atribuyó una determinada modernidad al régimen franquista, pero sobre todo se le atribuyó tramposamente la prosperidad económica. Pues lo mismo pasa con el siglo XVIII borbónico, cuando la economía, todavía más en aquella época que hoy, era mucho más autónoma de la política. La intervención del Estado era mínima; sobre todo era un tema fiscal, no para modelar o fomentar la economía, sino para ingresar dinero. El fenómeno del crecimiento en Cataluña ya venía de finales del XVII, como ha estudiado muy bien Garcia Espuche y como ya intuyó Pierre Vilar. Si se tiene que atribuir a los Borbones, ¿por qué no se produjo en Aragón? La cuestión clave es que desde finales del XVII empieza la especialización productiva y ésto obliga a comprar y vender. hubo unas medidas proteccionistas del algodón a principios del XVIII, pero con finalidades fiscales y de carácter intermitente. Es decir, eso solo no explica nada. Vilar lo tenía claro: nunca se puede importar la política a la economía.