Puigdemont, una piedra en el estanque

Seguramente este artículo no satisfará a nadie, sobre todo a ninguno de los nombres de personas y de siglas mencionados, implícita o explícitamente. Pero después de medio siglo de militancia independentista y más de una década sin pertenecer a ningún partido político, creo que me puedo permitir hablar con toda libertad. Estoy jubilado y, por tanto, no me va ni el sueldo, ni el trabajo, y a ninguna de mis amistades le vendrá de nuevo lo que diga aquí, porque ya conocen mi opinión, desde ya hace tiempo.

Nunca había habido en Cataluña tantas personas partidarias de la independencia, ni tantos parlamentarios de la misma orientación política, hasta constituir una mayoría clara, electoral, social y política. Y el primero de octubre de 2017 y dos días después, se convirtieron en las fechas más importantes de nuestra historia nacional desde 1714. Pero la desorientación, desánimo y cierto desinflado que planea entre los independentistas es una evidencia, por más que la intentemos barnizarlo con el efecto pandemia. A ello contribuye, además, la política inteligente del gobierno español con respecto a Cataluña, con los indultos y la mesa de diálogo.

De cara al mundo, garantizada la estabilidad gubernamental, gracias al apoyo parlamentario de independentistas catalanes, el tema ya aparece como, si no resuelto del todo si encarrilado y desactivado. Ya hace tiempo que del país y de su causa emancipadora, no se habla fuera de aquí, ni ocupa portadas de periódico, ni entradas de telediario, como antes. Cataluña es un estanque plácido de aguas calmadas, por donde se puede navegar sin miedo de ningún trance repentino o una marejada inesperada. Pero hay un factor que desmiente el relato oficial, lo desmonta y tiene la capacidad, en pocos segundos, de hacer aflorar una causa que parecía, si no perdida, sí amortiguada. Y este factor, el único capaz ahora mismo de generar estos cambios imprevistos y devolver una cierta vitalidad y espíritu de lucha a la voluntad emancipadora, se llama Carles Puigdemont, una piedra en el estanque, que mueve todas las aguas, el factor de resistencia y rebeldía no controlable por España, que se enfrenta a ella, además, con optimismo, coraje y transmite moral de victoria.

Él es el único político catalán cuyo nombre se asocia al instante, en todo el mundo, con Cataluña y su lucha por la libertad nacional. Esto puede gustar a unos, tanto como desagradar a otros, pero es así y desaprovecharlo sería de ciegos, sectarios o torpes. La historia de la emancipación de los pueblos no es una operación de marketing, sino una larga cadena de esfuerzos personales y colectivos donde, sin preverlo inicialmente, uno de los eslabones se convierte en un símbolo nacional, en un momento determinado. Tomando el relevo a otros catalanes a lo largo de la historia, él es hoy quien con más claridad representa la idea de independencia y, por tanto, recibe toda la animadversión agresiva de España, la identificación inmediata de los medios internacionales y el reconocimiento interior.

Nadie está tan bien situado para representar, en el exterior, la causa liberadora de millones de compatriotas. Asimismo, cada movimiento suyo provoca un cierto terremoto, recuerda que la lucha continúa, que no nos rendimos y que no hay marcha atrás, mientras crece el desprestigio de la justicia española, se pone contra las cuerdas las instituciones europeas, hace reaccionar la diplomacia de gobiernos y estados y es, de hecho, el único elemento con la capacidad de provocar una cierta desestabilización política en el Estado español. No es igual que lo detengan y encarcelen a él, aunque sea por unas horas, que a cualquier otro. Esta sensación de que es libre y que, al final, se acaba librando, provoca urticaria generalizada, no sólo en España. Se ha hartado de comparecer ante la justicia, en unos cuantos países, y continúa en libertad. Donde no lo ha hecho es ante la justicia española, donde hay actitudes sectarias, ambigüedades y más de una mentira.

En Europa es un ciudadano libre. ¿Lo sería, si fuera a España, donde, además, sería exhibido como un trofeo, por los que hace siglos que practican el “a por ellos”? En realidad, a los que mandan no les interesa que la extraditen por las consecuencias imprevisibles que ello provocaría: eco internacional mayúsculo, inestabilidad parlamentaria allí y aquí, crisis de gobierno en ambos lugares, defunción de la mesa de diálogo, ingobernabilidad y miles de personas en la calle que no harían otra cosa que fortalecer el personaje proscrito como líder nacional, aquí, en España, en Europa y en el mundo. Y lo saben y lo temen. Además, la legitimación democrática que recibe, al salir de la cárcel del brazo del presidente de Cerdeña, el presidente del parlamento sardo y del síndico de Alguer, no tiene precio.

Pero él, que afuera representa el todo, Cataluña, resulta que, en el interior, es el líder de una parte del todo, de unas siglas de partido. He aquí, pues, donde tenemos el problema y donde está la madre del cordero. Y es esta circunstancia la que le puede quitar legitimidad colectiva y margen de maniobra para hablar en nombre de todos, ya que hay quien lo ve no como el presidente de todos, sino como el jefe de filas de una parte. ¿Se puede ser ambas cosas a la vez? Difícil, por no decir imposible. Su reivindicación, en Alguer, recordando que es el presidente del Consejo por la República (CXR) abre, de hecho, las puertas al gesto inteligente que ahora habría que hacer: la renuncia a liderar unas siglas concretas y ser beligerante con las otras, para potenciar su dimensión incuestionable de máxima voz catalana en el exilio. Un gesto que, para tener sentido, los partidos y entidades que están presentes deberían corresponder enviando, a diferencia de ahora, sus nombres de más peso político para hacer del CXR el organismo catalán que actúa con toda libertad ante el mundo.

Unos gestos tan maduros, inteligentes y tan políticos como estos deberían llevar a una tregua permanente en la guerra insensata llevada por parte de las tropas respectivas, suboficiales e, incluso, algún mando, entre colaboracionistas traidores y frikis hiperventilados, por emplear las denominaciones habituales. Y empezar a entender algunas cosas. Por ejemplo, que aquí no sobra nadie y que no hay solución positiva al problema que España significa para nosotros, sin lo que representa Puigdemont, pero tampoco sin Junqueras, porque no nos podemos permitir prescindir de nadie. Y que exilio y prisión, sufridos por gente de los dos partidos, no se excluyen, sino que son complementarios. El exilio habría tenido toda otra dimensión sin la existencia de la prisión y ésta no habría conocido un eco tan grande sin el altavoz del exilio.

Lo mismo ocurre con la mesa de diálogo y la unilateralidad, que no solo no son incompatibles, sino que son necesarias por completo. La mesa sola no resolverá nada, pero no nos podemos levantar para no aparecer como contrarios al diálogo político. Y la independencia la declaras, no te la declaran, por lo tanto siempre culmina en la unilateralidad. Pero ni mesa ni unilateralidad son instrumentos decisivos sin la fuerza popular imprescindible y el trabajo internacional bien hecho. Sólo con la fuerza de la presión interna y exterior se pasa de mesa de diálogo a la mesa de negociación. Esto y algunas cosas más que no es necesario explicar en un artículo, pero que todo el mundo tiene en la cabeza. Por ejemplo, que, finalmente, la CUP vuelva a la vida y se decida a entrar en política. Eh, si es que lo nuestro va en serio. Si no, ya vamos bien para ir a Sants (*l). Con Renfe, claro…

(*) Juego de palabras entre Sants (estación de Renfe en Barcelona) y su significado como ‘santos’

(2) http://diesdefuria.blogspot.com/

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