Puigdemont desencadena dos terremotos políticos de máxima intensidad

Andrea Bonanni es un periodista italiano, jefe de la redacción en Bruselas del diario ‘La Repubblica’. ‘La Repubblica’, para que nos entendamos, es en Italia lo que ‘El País’ es en España; y, junto con el ‘Corriere della Sera’ milanés, es el diario que marca las lecturas y las visiones del poder cisalpino. Huelga decir que es uno de los diarios de referencia en Bruselas y no sólo entre la influyente comunidad de los eurócratas italianos.

Este fin de semana Bonanni ha escrito un artículo que se llama “Puigdemont: La política dello struzzo” (‘Puigdemont: la política del avestruz’). Lo encontrará aquí (1), pero como requiere suscripción quizás muchos de ustedes no lo podrán leer. De modo que haré un resumen, porque dice cosas muy significativas.

Bonanni comienza diciendo que la pretensión española de combatir el referéndum del Primero de Octubre no con la política sino con la represión ha hecho mucho daño, primero a España y luego, también, a la Unión Europea. El periodista se alinea aún con la idea de que el referéndum era ilegal y da crédito, todavia, a Pedro Sánchez, resaltando que hace falta una negociación que ofrezca una salida a la demanda de autodeterminación de los catalanes. Que ahora mismo tenga esta percepción tiene poca importancia. Ya se dará cuenta que esto no es un problema del PP y nada más.

Lo que, sobre todo visto con perspectiva, llama fuertemente la atención es el final del artículo: “Pero el caso Puigdemont, con su sorprendente y penoso episodio italiano, debe enseñar a Europa que la política del avestruz siempre acaba convirtiéndose en contraproducente. Es evidente la diferencia entre los soberanistas al estilo de Orban, que quieren permanecer en Europa para recoger el dinero sin respetar las reglas, y los soberanistas a la Puigdemont, que quieren emanciparse de España pero quedarse en una Unión Europea que consideran la su patria. Europa debe empezar a pensar en ello”.

Poco a poco, en las horas y días próximos, estoy seguro de que estaremos en condiciones de reconstruir con todo detalle las claves de una detención que hará historia y que posiblemente es el error más grande que ha cometido España desde el primero de octubre de 2017. Pero, a estas alturas, ya está claro que esto no ha sido cosa de una alarma automática que saltó descontrolada, sino que era una operación preparada a fondo y que movía todos los resortes del Estado español . Y con la implicación, ya veremos hasta qué punto y de qué manera, del gobierno español. ¿Era un golpe de estado interno, los secesionistas jurídicos, que no supieron detener? ¿Era un golpe de estado que ya les venía bien y que por eso no quisieron detener? ¿Era algo más?

Hay pocas dudas de que el ministro Grande-Marlaska lo sabía. Pero, ¿cuánto tiempo hacía? Y, sobre todo, ¿lo sabía Sánchez también? ¿Grande-Marlaska creyó que no era necesario avisar al presidente en una situación tan delicada y con tantas implicaciones para su supervivencia parlamentaria? ¿O bien el presidente español dio el visto bueno a una operación que, de ser así, hundirà este prestigio internacional que todavía se cree Bonanni y que le hace decir que Sánchez no hace como el PP y quiere resolver políticamente el problema catalán con negociación política? ¿Cómo quedará el presidente español, también, cuando se sepa todo?

Desde hace cuatro años, no sé cuántas veces he explicado que el problema de España es que la Unión Europea puede aceptar que el referéndum y la proclamación de independencia no fueron legales de acuerdo con el ordenamiento jurídico español, pero no puede aceptar que la demanda de autodeterminación de Cataluña no sea abordada en el terreno político y que sea respondida sólo con violencia. Esta es la clave de todo y esta es la debilidad de Madrid: en el entorno europeo un problema político debe tener una respuesta política. Punto final. Y en ámbitos como estos la benevolencia hacia un socio, por más poderoso que sea, puede durar un tiempo pero no será infinita.

Por eso ahora, cuando Sánchez había conseguido hacer creer a Bruselas que España reconducía la situación por la vía aceptable -liberar los prisioneros como gran símbolo y gesto-, este intento burdo y torpe de detener a Puigdemont hace caer el castillo de naipes de una manera estrepitosa. Y es por eso por lo que comienzan a alzarse voces influyentes que dicen que ya basta, que no vale todo y que Bruselas debe dejar de hacer el avestruz.

La declaración del presidente del gobierno español el sábado, en Canarias, diciendo que Puigdemont ha de “someterse a la justicia” -como si los tribunales de Bélgica, Alemania, Escocia, Italia o incluso los tribunales de la UE no lo fueran- es uno de los errores más grandes que podía cometer el dirigente del PSOE.

Este es el primer gran terremoto desatado en Alguer por Puigdemont. Pero hay otro, contenido en unas pocas palabras de la conferencia de prensa. Dice el presidente en el exilio: “No soy un actor de la política interna, soy el presidente del Consejo para la República”. Atención a esta frase, que yo entiendo como una manera muy explícita de decir que todo lo que hace él no debe interpretarse como política interna, y menos como un intento de hacer o de condicionar el govern, de decidir sobre cuestiones autonómicas. Tiene un papel, como se ha visto este fin de semana, más importante que éste.

 

(1) https://www.repubblica.it/commenti/2021/09/25/news/la_politica_dello_struzzo-319273861/

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