Lo ocurrido desde el 27 de mayo muestra con toda claridad que el PSN no ha aprendido -diríase que no ha querido aprender- nada de su propia historia. O, quizá, sólo quiere saber hasta dónde puede llegar -hasta dónde puede caer- tensando la discrepancia entre votantes y dirigentes, a menudo más interesados en salvaguardar beneficios y prebendas que en construir una alternativa de gobierno. Los resultados del último congreso así lo corroboraron, al forzarse un cambio en la dirección para frenar la disposición favorable del anterior equipo a entenderse con otras fuerzas progresistas. El PSN de Chivite carecía -carece- de vocación de gobierno y su único fin era conseguir el número de escaños suficiente para evitar cualquier mayoría alternativa a UPN. La intervención de la dirección federal del PSOE para evitar que Chivite fuera candidato pretendía precisamente corregir esa situación y el propio discurso del candidato Puras, así como los lemas electorales, parecían indicar un cambio. Con todo, el mal ya estaba hecho, la desconfianza se extendía y pasó lo que tenía que pasar: a fuerza de querer no ser los primeros han terminado -cumpliendo el objetivo primordial, hay que reconocerlo- por ser los terceros (y esto no ha hecho más que empezar).
Pasadas las elecciones, la coyuntura política cambia drásticamente en Madrid. ETA anuncia el fin de la tregua, quizá no por casualidad en el momento en que más podía perjudicar a Nafarroa Bai. Al mismo tiempo, Rajoy y Zapatero se embarcan en un vergonzoso chalaneo (Cambalache: ¡Qué falta de respeto, qué atropello a la razón! , dice el tango y dice bien) a costa de Navarra en el que, para colmo, la torpeza del presidente no tiene parangón y el PP se mofa de él cambiando una y otra vez los términos de la negociación. Rajoy promete inicialmente moderación a cambio de Navarra y Zapatero accede, aunque lo que le pide el cuerpo es propiciar un gobierno alternativo. Navarra termina reducida para ellos a un puro proceso fisiológico, tal vez intestinal (la aportación de José Blanco está siendo inestimable). A pesar de todo, el PP no cambia un ápice -no puede, es lo único que sabe hacer- su estrategia de siempre, y se dedica a preparar el terreno para cuando se produzca ese atentado que todo el mundo está esperando. Digan lo que digan en UPN, se trata de una partida que se juega en Madrid en la que Navarra es sólo una arma arrojadiza sin nada que ver con lo que realmente se ventila y en la que los intereses de Navarra no sólo no se tienen en cuenta, sino que son conculcados flagrantemente. A tal punto llega la cosa que, por lo que se dice, el PP ha vetado iniciativas de UPN para llegar a un acuerdo con el PSN.
¿Qué ha sido de toda esa verborrea de los últimos meses? ¿Quién defiende realmente los intereses de Navarra y quién los quebranta? ¿No será el verdadero enemigo de la identidad institucional de Navarra (de que Navarra siga siendo Navarra) quien, como UPN-PP, se está ocupando de destrozar la autonomía de Navarra en unos tribunales bien domesticados? ¿O quien, como el PSOE, fía su actuación en Navarra al albur de unas elecciones generales a un año vista, desanimando y engañando a sus propios votantes? Sanz, por su parte, hace lo que puede, añadiendo a su infinito anecdotario una muestra más de la profundidad de sus convicciones democráticas: pretende ahora que se debe excluir sine díe, no ya del Gobierno, sino de cualquier cargo institucional, a la segunda fuerza política de Navarra. Es propio de demócratas intentar torcer la voluntad de los electores con maniobras pre o postelectorales o quejarse de las reglas del juego cuando ya no convienen. Habría que ver en qué pararía el partido del lehendakari en funciones si se le aplicara a rajatabla el fundamentalismo constitucional que profesa el PP (con la misma adhesión inquebrantable que en su día profesaron por principios fundamentales de movimientos inmutables).
El PSN, por su parte, aprovecha la coyuntura volviendo por sus fueros. Recuerda muchos episodios de la época de Urralburu, cuando se exhibía una voracidad desmedida por la acumulación de cargos sin ninguna justificación ideológica o política, y que parecía responder más a ambiciones individuales que a estrategias de gobierno (¿prebendas y honores compensan la indignidad política? Elena Torres tendrá, seguro, la respuesta). Lo que pasó después es de sobra conocido y sirvió para que UPN hiciera de Navarra su cortijo y Sanz mantuviera firmemente las riendas del PSN. Baste recordar la forma en que cayó el gobierno de Otano y los motivos reales de la maniobra. Quién sabe si ahora no se estará representando el mismo sainete, cada uno sabrá hasta dónde es vulnerable.
Es de sobra conocido que Puras no está donde está por sus dotes políticas o su brillantez negociadora. Está porque no generaba rechazos frontales: podía ser aceptado por Madrid sin incomodar demasiado a la dirección de Navarra. Pero su impasibilidad y cinismo al comentar idas y venidas, propuestas de negociación o la composición del gobierno, suscitan alguna alarma sobre sus dotes para la refriega política. A no ser que esté cometiendo un error que cualquier buen estratega debe evitar: minusvalorar, en la negociación o en el enfrentamiento, al socio o al adversario. Por no hablar de esa actitud que pretende ser equidistante entre la derecha y la izquierda, como si fuera el independiente perfecto, una suerte de hombre bueno , capaz de traer el equilibrio a nuestro convulso panorama político y la paz a nuestros atribulados corazones.
Tanto devaneo, tanta vuelta y revuelta llevan a una única conclusión: salvo que en Madrid se diga otra cosa, el PSN hará lo posible porque no haya pacto de Gobierno progresista. Hasta Sanz está actuando con más coherencia. Y el PSN debería reflexionar si, como dice el lehendakari en funciones, sus programas coinciden en más de un noventa por ciento. Así las cosas, seguramente la única opción sea la repetición de las elecciones. Quizá a costa de la mayoría absoluta para UPN; pero servirían, al menos, para situar a cada uno, y especialmente el voto progresista y de izquierdas, donde corresponde.
La estomagante sensación de déjà vu que lo invade todo acrecienta la convicción de que con ANV o sin ella en el Ayuntamiento de Pamplona, el PSN nunca hubiera votado a Uxue Barkos, sino a su cabeza de lista, emulando la trampa de Balduz, que parece haberse convertido en paradigma de lo que ese partido entiende por alta política. El resultado, simplemente que Barcina tendría hoy que dirigir su gratitud a Torrens en lugar de a ETA.